Anestesia o dolor
El dolor que llevamos dentro puede abarcar muchos aspectos de nuestras vidas. Puede ser muy intenso, arrastrar a la memoria, a nuestras relaciones, nuestro día a día, nuestras pesadillas o nuestros sueños. Nadie sabe cuánto dolor traemos sobre las espaldas, pero lo cierto es que cada quien busca la mejor manera de manejar el sufrimiento, los traumas, las injusticias vividas.
Hay quienes desatan protestas, luchas encarnadas por estas causas. Válidamente muestran su clamor a viva voz a la sociedad; esa es su forma de ponerle un altavoz. El dolor exteriorizado con la voz es claro y visible.
Hay otros que le gritan al mundo su dolor con silencio. Por más duros o traumáticos que hayan sido algunos eventos, por más que la conciencia de lo vivido traiga a la mente las heridas, hay quienes con valentía, aunque no lo parezca, deciden callar. Porque no es de cobardes guardar para uno el sufrimiento, parecer tranquilo o feliz cuando tu alma está en tinieblas, cuando el mundo se hace trizas, porque una mirada ciega al horizonte puede traslucir más dolor que un grito o una bala.
Pero callar también puede ser reflejo del miedo, a las consecuencias, a la mirada del mundo, al dolor mismo; reflejo de la vergüenza, porque incluso cuando se es la víctima, la sociedad te señala, te culpa. El silencio puede ser un arma muy pesada y letal, puede disparar en cualquier momento.
También están los que canalizan ese dolor y crean. Crean un mundo mejor, plasman con el arte sus experiencias, las marcas que les ha dejado la vida o le dan vida a su memoria con piezas o historias, con arcilla, oleo o papel; hay de aquellos que retratan ese dolor raído y encarnado que empieza su cura cuando es expresado.
No importa la forma, no importa el por qué, todos hemos tenido o tenemos huellas del dolor; lo importante no es vivir anasteciados para no sentirlo, sino aprender a vivirlo, a soltarlo y curarlo.
