Aquí me quiero quedar

Mariano Morales Ramírez
EÑES
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3 min readNov 20, 2017
A Laurentina

Aún escucho sus gritos. Es tan reciente la sonaja de su andadera arrastrándose por el piso y el trajín de gente que se cruzaba frente a ella pero que śolo ella podía ver. Ahí está su mecedora. A veces la veo y no sé qué es lo que realmente pienso pero sé que pienso en su movimiento cuando se mecía en ella, y no tanto en su recuerdo. Ahí, también, están las tazas de café donde ella tomaba su Coca Light o su agua para las pastillas. Están también los cubiertos y las almohadas que acomodaban su cabeza. Su cama sigue allí, y nadie duerme en ella, ni la reclama. Allí escogió ella estar. En ese pedacito de 1 x 2 metros que sostenían sus delicados huesos, las alucinaciones que habitaron su mente de fantasmas y de miedos que nosotros solo supimos recriminar porque no podremos nunca acercarnos a ella y a lo que ella hacía cuando otros no la veían. ¿Cómo podría yo saber a qué vengo a esta vida sin que sea ella la que me diga si fue buena suerte o si solamente la configuración del mundo me puso donde ella? No sé qué sea más aterrador, pero sé que este lugar donde ahora estoy fue el mismo lugar en el que su hilo de sabiduría empezó a deshacerse.

Estas paredes no retienen nada de ella, su ruido ya no está. Su olor tampoco queda. No hay más medicinas sobre el buró, no está el grito que me sacudía a media noche y que me obligaba a acudir a ella porque la amaba. Aún perdura el olor a naftalina, su silla a la cabecera de la mesa; perdura en el perro la costumbre de buscarla cuando amanece para volverse cómplices, y no la halla.

Todavía está el billete de quinientos pesos que me pidió que le guardara la noche en que me di cuenta que el mundo le hubo guardado aquí, con su hijo que la amaba más de lo que pueda decir, y que yo sin quererlo —o más bien sin buscarlo— hacía de suplente circunstancial. Era sencillo verlo. Mi papá la amó por oficio de hijo y de hombre bueno, o al revés; yo la amé porque no habría otra forma de invocar la benevolencia de un pasado que me perdonó. La amé porque sin su recuerdo, no tendría punto de comparación el bien con el mal, sin su recuerdo no sentiría mi pecho y mi garganta quebrarse cuando digo su nombre, cuando me siento vivo porque duelen sus uñas encajándose en mis brazos para sostenerse. La amé porque no hay más explicación en mí que solo a ella pude haber herido tanto y aun así pudo ella perdonarme con todo el amor posible, sin otra consecuencia más allá de la vergüenza de poderla ver a los ojos porque le hube fallado. Ella era —es— la única de quien pude haber aprendido la inmensa paz que trae perdonar; lo que es querer dar después de dar. Esa dicha tan incontrolable que es dar después de dar, y que me invade. Esa dicha me la instaló ella. Ella me enseñó a perdonar, o quizá fue una herencia, o quizá fue que ella le dio un significado, o no sé.

La amo, claro, porque me dio a mi papá y aceptó a mi mamá y amó a mis hermanos y a mis novias.

No, no están. Ni mi papá, ni mi mamá, ni mi abuela, ni mi abuelo, ni mis hermanos, ni las novias. No hay nadie, no hay nada. Acaso el ruido acompañando el ladrido del perro que, de algún modo, sabe que ya no va a regresar.

En este espacio estuvo ella. Aquí sucedió el último signo, la última prueba, el último intercambio de cualquier cosa; aquí existió lo que dura el último instante de una vida larguísima. Aquí logro sentirme seguro al recordar la inmensa paz de su risa hegemónica. Este es el único lugar del mundo al que podría regresar cuando duela vivir. El único sitio del mundo que escojo yo para regresar a recordarla. Este mismo lugar que escogió ella para incubar su tristeza al lado de su hijo, su nieto y el perro, que mientras escribo estas líneas me tira de los talones para que lo saque a pasear.

Aquí, en este mismo lugar en que estoy ahora, quiero estar; y aquí me quiero quedar.

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Mariano Morales Ramírez
EÑES
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I teach STEM related courses with AI. I like helping students find and unleash their true potential by enabling opportunities. Former Texas Tech student.