Carlitos

Norber Tebes
EÑES
Published in
4 min readJan 20, 2018

Recuerdo a Carlitos con la misma ternura que me generaba verlo andar por la calle. Un resumen de su vida podría decir así: se había quedado sin amigos, Carlitos. Nadie lo bancaba. Pero él aceptaba las maldades, con mansedumbre o resignación, o incluso justificaba su existencia, como un taxista en pleno macrismo. Uno nunca podía saber si eso de aceptar era un ejercicio budista, estupidez, una carta ganadora, consuelo de tonto o un mecanismo de defensa. Era un misterio ese pibe con esa sonrisa en apariencia plácida pintada sobre el eterno acné. Tuvo los amigos que todo el mundo tiene invariablemente, de esos que hay que tener hasta que te das cuenta de que la amistad es otra cosa: los de la escuela primaria, que por soledad o por juego, se te acercan y comparten su propia soledad o sus juegos. Pero los compañeros de Carlitos de la primaria, cuentan, no sabían escuchar a nadie y en cambio hablaban de la guita que hacían sus padres con el campo, la escribanía, la abogacía, el boludo haciendo «osoooo» en el programa de Tinelli. Carlitos quería jugar al fútbol en los recreos para no sentirse tan solo, me dijo una vez. Pero era malo jugando. Peor que yo. Y lo dejaban al último cuando se elegían jugadores para un equipo. Por lo demás, Carlitos nunca entendió la ley del offside y siempre le dio vergüenza saberse ignorante de tal cosa. De las lecturas del Billiken pasó a los mundos de Salgari y Antonin Artaud. Hasta que se volvió loco. O por lo menos empezó temprano con eso: cuando lo saludaban, él respondía recitando algún poema que había leído. Esa era toda la interacción que podía ofrecer. A mí me pasó, doy fe. Uno no sabía qué responderle, mientras él se sonreía y quedaba como esperando respuesta o aquiescencia. Se fue quedando solo por intercambiar poesía por saludo o por charla. Cuando pienso en que yo dejé de visitarlo, me da un poco de pena sentir pena por él, por no haber podido adaptarse a las maquinarias de este mundo. Al morir sus padres en un accidente automovilístico, lo criaron los abuelos, que al verlo crecer en soledad pero siempre con un libro en las manos, pensaron que se trataba de un genio. Pobres ellos que hicieron lo que pudieron con tamaña desgracia.

Una vez le pusieron una librería para que la atendiera y dejaron que él decidiera la mercadería a vender. Solo libros de poesía había ahí. Nada de enciclopedias ni bestsellers. Libros de poesía. No entraba nadie. No duró 4 meses. Lo mismo que duró con una novia que tuvo en la adolescencia, que lo aguantó hasta que se dio cuenta de que lo estaba aguantando. Al parecer, a él le costaba comunicarse. Quién sabe lo que habrá sufrido esa piba. Me acuerdo de una vez que pasé por ese localcito y lo saludé desde la vereda, al pasar; oí que él me respondía sin levantar la vista del libro que estaba leyendo. No dijo mi nombre: solo respondió al «chau, Carlitos». Ahora, me parece que esa escena es un retazo con el que se lo puede definir casi enteramente. Después de mudarme de barrio, no supe y no pregunté más por él. Los abuelos habían muerto y le dejaron una herencia descomunal y la casa maltrecha y húmeda. Un abogado carroñero, dicen, se encarga de pagarle los impuestos. Un delivery le deja la comida todos los días. Cuentan que en el velorio de los abuelos, él se la pasó leyendo un libro de Dostoievski.

El otro día pasé por un jardín de infantes y vi cómo un pibito le ofrecía un auto de plástico a otro; éste último dudaba o no entendía y lo miraba al primero. Me acordé enseguida de él. La otra vez, mirando el diario, me desafié a mí mismo leyendo un poema que alguien había publicado en la sección de carta de lectores, digo desafiarme porque yo nunca cacé un fulbo de esto. El poema hablaba de cómo es imposible saltar al margen de la propia soledad y de que cada uno lleva eso como puede, con talismanes o con feng-shui o cualquier otra excusa. Y me volví a acordar de él. Y pensé en que quizá no nos pudimos comunicar. O de que nadie hizo el intento, que es otro de los nombres del fracaso. Y él, como todo el mundo, se las arregló como pudo, si es que pudo, si es que alguien puede. Pienso esto sobre todo ahora en que se me amucharon ausencias de golpe y lo recuerdo y lo quiero hermano o calorcito ahora mismo para no sentirme tan desgraciado.

--

--