Carta abierta a una idea sin cara

Sírvanme los párrafos que siguen, a ser leídos una vez por cada otra que vuelva a olvidármelos, de sano recordatorio y referencia. Sírvanle del mismo modo los párrafos que siguen a quienes bien sepan lo que es una idea sin cara y los peligros que conlleva intentar buscarle alguna.

Nota: como el título indica, esta carta va dirigida a una idea y a nadie. Esta es una carta abierta a una persona y ninguna.

No te voy a mentir: aunque solo por un rato y de manera provisoria, te odié. Desaparecida cuando te quise aparecida, aparecida cuando quise desaparecerme, y vuelta a desaparecer cuando volví a quererte aparecida. Te odié como odio a esa última oración que no se entiende y en la que veo que nunca entendí nada, te odié por dudar, por escapar de no se qué sin invertir tiempo siquiera, por no correr ningún riesgo ni dejar nada librado a la suerte. Te odié también porque volví a pasear por esos lados oscuros a los que prometí no volver, esos lados oscuros donde soy mi primer detractor y mi último fanático.

Dejé de odiarte y me arrepiento de ese mecanismo de autodefensa tan flojo de papeles. Dejé de odiarte cuando entendí que hace tiempo me enamoré de una idea y que desde entonces ando buscándole la cara; y que las ideas que vienen antes de las caras son peligrosas y destructivas. Dejé de odiarte sobre todo cuando me deje de odiar a mí, que es a quien había vuelto a odiar sin querer y por un rato. Dejé de odiarte cuando entendí que entendías que no nos hubiésemos entendido; cuando entendí tu justicia y empatía.

Deje de odiar y me acordé de lo que me gustaba de mí pero sobre todo de lo que demandaba correcciones. Deje de odiar cuando entendí que te busqué en muchas caras y que por eso no tenías ninguna. Deje de odiar cuando deje de buscar y cuando me encontré con lo que se me había perdido.

Deje de odiar cuando buscando otra cara me encontré con la mía en el espejo.