De fines y finales
Muchos se preocupan por averiguar el fin del ser humano. Y, extrañamente, el nombre para la «razón» de nuestra existencia es: fin. Como si nos contara además algún final que ya sabemos, pero todavía no descubrimos.
En el medio del trayecto nuestra habilidad innata para encontrarle sentido a lo ilógico. La capacidad de anestesiar finales mediante “eternos”.
Y no sé si existe un fin en esta vida, pero sí creo que por lo menos hay algo antes del final: vivir.
Que te arrebaten un par de lágrimas de risa. Dar todo, volver con nada y todavía seguir buscando. Las canciones que se volvieron retratos. Los retratos que se volvieron canciones. El tándem en el que navegan todo lo aprendido y todo lo errado.
Todos esos momentos sutiles de humanidad que te hacen sentir con vida.
Y si bien tenemos la capacidad de esperar lo efímero, la vida se nutre de lo inesperado:
De amistades perennes, aventuras en el bolsillo y carcajadas sin razón; de romances de diez segundos y miradas que duraron dos eternidades; de sonrisas tímidas y labios mordidos.
De cada momento que en su fugacidad le robó un beso a la trascendencia del tiempo.
Y en el humano caos de nuestra complejidad: la belleza de vivir está en nuestra capacidad de sabernos efímeros y aún así sentirnos eternos.