Tercer diálogo
Diálogos del Cádillac y la Ardilla III
Poiesis
«¿El tiempo? Lo pierdes poco a poco cada vez que preguntas por él». Eso decía el pegajoso rap que el autorradio de Cádillac recién había sintonizado. Ardilla roía los restos de una galleta perdida meses atrás, bajo el asiento del carro. «¿El tiempo? Lo pierdes poco a poco cada vez que preguntas por él», repite Big Data, un rapero viejo y gordo, 71 años, que descubrió su talento tardío una mañana de mayo, en 2011, cuando en la fiesta de cumpleaños de su nieto menor, Joshua, improvisó una canción ante dos docenas de chicos que empezaron metiendo mucha risa y mucha mofa al escucharlo, pero luego, poco a poco, se fueron silenciando al comprender las letras de fuego y sentir la pausada voz de trueno del viejo. No pasaron más de dos meses antes de que esta singularidad (un viejo gordo, negro y ronco, más bien cegatón, que canta un tipo de rap raro) llamara la atención de un productor musical de New Orleans, que le propuso grabar sus canciones. «¿El tiempo? Lo pierdes poco a poco cada vez que preguntas por él», vuelve el sampleo. A ardilla le gusta.
—¿Puedes reproducir «Poiesis», la última de Big Data? —le pide al carro.
Cádillac comienza a rastrear la pieza en la web y, cuando la encuentra, la carga a su reproductor. «Poiesis» es todavía más extraño que «Lost Time», «Baremo», «Destilado», «Gusano de vapor» y «Nachos con queso», algunas de las obras más conocidas de BD. Los críticos musicales no se ponen de acuerdo. Es un poema más bien oscuro y farragoso cuyos arreglos, de Tomás Cardenal, hacen la diferencia. Algunos sugieren que la voz de Big Data y la profundidad de la letra son una contribución inestimable y le auguran un destino dorado. «It is strange that it is an old man who is renewing the boundaries of rap», escribió el crítico. Y añadió, en castellano: «me conmueve el parto de este viejo agonizante». Otros críticos sugieren que el viejo está desnaturalizando el rap pretendiendo darle un toque pseudointelectual que no tiene y no necesita: «La voz de las calles es cruda y directa, and we do not need university voices to pollute rap. Cuando voces universitarias como la de BD comiencen a tomarse el rap podemos estar seguros de que ha comenzado a morir».
Big Data fue profesor durante 30 años en DSA, Detroit School of Arts, de donde se jubiló con más pena que gloria. Un sobrio y discreto homenaje de sus colegas. Un desayuno elegante, pero modesto, esa mañana en casa. Un paseo de fin de año a las Bahamas, con su hija y dos de sus nietos. Y un anillo con un ligero baño dorado y su nombre destacado en negro: Charles Alonso Méndez. Nada más.
La alegría de sus días eran sus nietos. Agatha, la mujer de quien se había divorciado 20 años atrás, había muerto de un enfisema pulmonar hacía 6 años; y apenas se veía con sus hijos, María Stella y Mark, un fin de semana cada uno o dos mes. Se las arreglaba como podía en casa. Tenía pocos amigos, y su vida transcurría más bien entre sombras y desvanes, apenas iluminada por la presencia ocasional de sus nietos, hasta que esa mañana de mayo decidió improvisarse como rapero para Joshua.
A sus hijos también les sorprendió escucharlo rapear. En particular a Mark. Era un adolescente fiestero cuando su padre le prohibió con severidad escuchar en casa esa basura callejera. Recuerda que, aparte de música clásica y jazz, en casa no se escuchaba nada más, a pesar de que su padre se pasaba los días trabajando en una escuela en la que el hip hop, el funk, el rhythm and blues, el reggae, el scat, el soul, el blues parloteado y todo tipo artes musicales urbanas eran esenciales. Tonteras raperas, renegaba.
—Nonsense rap, tonterías y más tonterías —refunfuñaba.
Entonces sorprendió a todos verlo rapear con vivacidad, casi con furia, eso sí quietecito, cuidando de no romperse, atrapado en la mole de su cuerpo,124 kilogramos, frágiles las rodillas.
Cádillac reprodujo «Poiesis», la última obra de Big Data, grabada una semana antes de morir. Ardilla cerró los ojos mientras escuchaba recitar al «rapero más viejo del mundo»:
—¿No es magnífico, Cádillac?
—No lo sé —responde el auto—. No entiendo qué quiere decir, así que no lo sé.
—¿No lo ves? Se trata de que tú, yo, los seres humanos, las bacterias, todos, somos la misma cosa: los restos descascarados de antiguas estrellas. Nada más.