‘Dunkerque’: capciosa locuacidad visual

Fito
EÑES
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2 min readAug 11, 2017

«La ficción es la mentira a través de la cual contamos la verdad». — Albert Camus

Hay algo profundamente perturbador en la observación del horror desprovisto de solemnidad escénica. La de un testigo ajeno no solo a la acción histórica sino a la trama existencial que se desarrolla en su cuasidivina presencia. Su ojo exógeno desciende perpendicularmente sobre la realidad, desnudo de relato —incorpóreo — y sustraído de las habituales coordenadas de comunión espacial y circunstancial con los demás hombres. Incontestable es que el afán por el detalle —técnicamente irreprochable— nos lleva al engaño a través del exceso, de la misma manera que cabe sospechar con más facilidad la mendacidad en el locuaz que en el lacónico. Seguramente en conocimiento de esto último pretende nuestro vicario espectador ser mesurado y no hace gala de exuberancia en los diálogos que tiene a bien revelarnos. Tanta «realidad» pero tan parca palabra. Más aún, que la palabra no esconda la realidad, que para un ojo — y más para este ojo tan capcioso y realista — la naturaleza ha de ser preeminentemente visual.

Y, sin embargo, ¿es posible contar la verdad sin participar de la humanidad integral de sus protagonistas, escondida, reprimida y empujada por la contundencia de la realidad material y orgánica del drama bélico que los envuelve? Nuestro observador, cuya inhumana objetividad reduce la verdad a una selección caprichosa — azarosa — de los añicos de una vorágine, se nos antoja indiferente a cuanto pasa por su retina y ni siquiera tiene a bien mostrarnos la dirección de la tormenta. Por descontado es que no siente miedo, ni alegría, ni siquiera esperanza, excepto cuando por una veleidad del azar, quizá, dirige a la fuerza al auditorio a compartir su fútil mirada a sentimientos enlatados por la ruptura de la monotonía musical y nos muestra una afectación desplazada, superficial e impersonal.

Cuando ese tic tac artificial que nos sugiere la monotonía de lo imparcial se detiene, y el ojo objetivo se cierra, se agudizan, pero demasiado tarde, otros sentidos que nos hacen recordar que aquellos figurantes en las playas eran almas con propósito, y colegimos brevemente la verdad —desordenada, imperfecta, hipócrita — de la tragedia que, desprevenidos, desamparados, acabamos de presenciar.

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Los hechos son hechos y las opiniones personales.