El genio en la botella de arena

Hay que temerle al terrorismo suave de los sistemas de seguridad

EÑES
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11 min readJul 30, 2014

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Cali, 29 de julio de 2014

Los sistemas sociales producen roles geniales, situaciones en que las personas se ven impelidas a producir innovaciones continuamente. En condiciones de abundancia creciente, uno esperaría que ese tipo de roles creativos se multiplicaran significativamente. Artistas, científicos, inventores, ingeniosos creadores de juegos, innovadores de la cocina, fabricantes de drogas sintéticas, hacedores de perfumes, poetas de todos los tipos y layas, geniales desarrolladores de objetos bellos e inútiles.

Pero sabemos que, a la cola de la abundancia, también pueden prosperar en número y diversidad los roles y formas estúpidas de trabajo. La estupidización de los empleos es, por desgracia, quizá mucho más profunda y generalizada en la actualidad de lo que imaginamos, justo en un mundo que celebra y auspicia la creatividad y la innovación como valores supremos. Y me temo mucho que buena parte de los empleos estúpidos del mundo contemporáneo tienen nombre, sello o forma de labores de seguridad y control. El siguiente ejemplo puede ser elocuente y sería cómico si no fuera porque «los asuntos de seguridad» suelen ser cejijuntos y ceñifruncidos. Cómico y seguridad solo pueden encajar en las bellas secuencias chaplinescas de persecución policial o del Inspector Clouseau en La pantera rosa. En la vida real muchos asuntos de seguridad deberían dar risa, pero debemos ponernos serios si no queremos correr riesgos. Los expertos en seguridad no soportan las bromas. En el formato de entrada a Estados Unidos te preguntan algo así como «¿Lleva usted una bomba o explosivos? (sí o no)», y la pregunta da risa porque nadie que los lleve marcaría Yes. Sin embargo, el formato y la pregunta son serios como todos los asuntos de seguridad. Tienen los efectos legales de cualquier declaración ante un tribunal y, en consecuencia, si un bromista marca queda incurso en un proceso legal, incluso aunque lo haga en mofa; y si realmente lleva una bomba y marca No entonces ha mentido y en caso de sobrevivir a la explosión del avión quedará incurso no solo en delitos de terrorismo, sino por falsedad al haber ocultado información y mentirle a una autoridad de la Unión Americana, y cosas así. Entonces, el formato de entrada a Estados Unidos (o a cualquier país serio) deja de ser cómico para revelar bien pronto su cariz siniestro y absurdo.

La maquinaria de seguridad es incapaz de detectar una actividad ilegal camuflada en un comportamiento normal, pero se pone en marcha en cuanto topa con algo que escapa a los patrones. Por ejemplo, es normal comprar con una tarjeta de crédito un perfumito. Pero si uno compra a) un perfumito en la web; b) un libro titulado Parfums und explosive (no importa que el subtítulo sea Entzünden Erotik durch Geruch, encender el erotismo a través del olfato/olor), y c) un tiquete de avión a, digamos, Nueva York, para el 11 de septiembre, inmediatamente la NSA y sus sistemas predictores, sus big data, decidirán que el comprador es sospechoso de terrorismo. De hecho, estas notas que ahora escribo ya deben estar bajo el radar de alguno de sus potentes programas de rastreo (Carnivore, por ejemplo) dada la comprometedora articulación de términos que juntos son un poderoso y atractivo cóctel, la marca inequívoca del terrorista in ciernes.

Tengo una inocente y estúpida colección de botellitas con arena de las playas de mar que he conocido. No he conocido muchas, así que no son numerosas mis botellitas. El último día antes de regresar de vacaciones tomo mi botellita plástica y me voy a la playa, nostálgico, y me doy a la tarea de llenarla pacientemente con arena souvenir.

Los trabajos estupidizantes del mundo de la seguridad deben procurar algún tipo de resultados para justificarse. De otra manera alguien podría preguntarse por qué gastamos tanto en escáneres, vigilantes, cámaras, pistolas, uniformes, sensores, si en últimas no ha pasado nada. Entonces los positivos (un rufiancito capturado, un cargamento decomisado, una alarma que se activa por un hecho trivial, un paquete sospechoso que paraliza el tráfico, una efectiva incautación de armas) y los actos de terror (el 11 S en Nueva York, el 11 M en Madrid, el 7 J en Londres), es decir, aquellos que no fueron prevenidos por los sistemas de seguridad, alientan mayores inversiones y valorizan los propios sistemas y mecanismos de seguridad.

En una vieja maleta gris, de plástico, acomodé la ropa de mi compañera y la mía, dos juegos de mesa que llevamos a vacaciones, zapatos, dos libros y la botella plástica atestada de arena souvenir.

Basta con que un ciudadano común realice una acción no común y significativa para que la labor de los ceñifruncidos organismos de seguridad se ponga en marcha. Su éxito reside en que ganan si fallan —ciudadanos, si con los actuales esquemas de seguridad ocurren estas cosas terribles, ocurren estas fugas, estos accidentes, estos atentados, estos actos de terror, imagínense qué pasaría si no contáramos con los resguardos y protecciones actuales—, y ganan si aciertan —gracias a los sistemas de seguridad, la colaboración de la ciudadanía y las labores de inteligencia de las autoridades se logró identificar el lugar en que estaba dispuesta la bomba y se la pudo desactivar sin pérdidas de vidas humanas que lamentar.

Al llegar a Cali el 27 de julio de 2014, casi a las 12 del día, una llamada por los sistemas de comunicaciones del aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón solicitó que mi compañera se acercara a uno de los mostradores de la aerolínea Avianca encargado de equipajes. En efecto, fuimos al lugar y nos atendió un joven amable y dispuesto.

«¿Señora Rocío Gómez? Gracias por atender nuestro llamado. Hemos tenido un pequeño inconveniente con su maleta». «Disculpe la molestia, atienda estas sencillas recomendaciones: es por su seguridad». «Este Centro Comercial dispone de cámaras de vigilancia para su protección». El lenguaje de la seguridad es serio. Y amable o gentil cuando quiere. Pero debajo de la seda, por supuesto, se esconde una pistola de choques eléctricos, un golpe táctico, una operación de despeje rutinario, el cacheo, la requisa y, cuando las cosas se salen de control, tanquetas, balas de goma, chorros de agua o pesado plomo gris y sin contemplaciones. De un lado, las medidas de seguridad son, cuando menos, modos de control (en nombre de la seguridad, uno termina admitiendo que lo sigan, lo registren, lo numeren, lo vigilen, lo esculquen, le interroguen). De otro lado, esas medidas de seguridad constituyen, cuando más, auténticas formas de exterminio en potencia (uno sabe que lo pueden gasear, balear, golpear, torturar, desaparecer si las cosas se salen de control y se desmadran o si uno se resiste demasiado). En ambos casos, las medidas de seguridad tienen efectos disuasivos sobre los ciudadanos de pie, no sobre los ladrones, los «terroristas», los asesinos.

El hombre joven y gentil nos explica que el escáner encontró un objeto sospechoso en la maleta, una botella con un contenido extraño, y por esa razón no se la embarcó en el avión. Nos solicita escribir una carta autorizando a la policía para abrir la maleta. Nos pide la clave (la maleta de plástico, vieja por demás, tiene una inútil cerradura con clave de tres números: basta usar una palanca sencilla para hacerla saltar por los aires y abrirla. Pero claro, esa cerradurita con clave nos ofrece una leve sensación de seguridad).

Los sistemas de seguridad minan la resistencia de los ciudadanos mediante un procedimiento simple: hacemos concesiones que nos parecen menores, sin importancia o triviales. En nombre de la seguridad, ¿por qué no?, damos nuestros nombres completos, abrimos las maletas, respondemos pequeños interrogatorios, entregamos nuestros documentos para que sean inspeccionados, nos dejamos escanear, permitimos que nos toquen, admitimos llenar formularios, dejamos que manipulen nuestras cosas. El poder contemporáneo es consultivo cuando corresponde y crudamente abusivo cuando le urge proceder sin dilación.

Escribimos la carta autorizándoles abrir nuestra maleta, requisarla, esculcarla, escarbar entre calzoncillos y calzones sudorosos, zapatos hediondos y libros despatarrados. En fin, les permitimos catearnos, examinarnos, abrirnos, auscultarnos. Al final de la carta escribí una notita, tibia señal de una resistencia de felpa: «En la maleta solo encontrarán una botella llena de arena de mar». (Faltó agregar estúpidos. Pero, como se sabe, los sistemas de seguridad son ceijuntos y ceñifruncidos, y si no admiten bromas, menos aceptan insultos y altanerías). Amablemente nos indicaron que enviarían la maleta a casa en cuanto terminaran de requisarla. No tendríamos que esperarla en el aeropuerto. Y ojo: les agradecimos el gesto. (Un joven ciudadano, digamos, de capas medias de la década del 60 habría gritado: «véte a la mierda, es lo mínimo de que deben hacer por haber dejado mi maleta en Bogotá»). Pero nosotros, forjados en el régimen del cateo y la vigilancia de los 90 y lo que va del siglo XXI, fuimos tan decentes y dóciles que agradecimos.

En Guantánamo hay 166 hombres sospechosos de terrorismo, capturados en diferentes lugares del mundo. Hicieron tránsito por Europa con la anuencia, complicidad y franco auspicio de los gobiernos de la Unión Europea, y fueron conducidos secretamente hasta un destacamento militar en Cuba por las fuerzas de seguridad de los Estados Unidos. Este país es tan serio que si los internaba en territorio norteamericano, legalmente deberían ser llevados ante los tribunales, definir las causas de la detención, asignar procesos de defensa y concederles derechos que, en Guantánamo, los organismos de seguridad norteamericanos no están obligados a atender. Potencialmente, incluso, los responsables de su detención podrían quedar incursos en procesos judiciales complejos por secuestro, rapto y captura ilegal de ciudadanos si estuvieran en Estados Unidos. Sin embargo, The Patriot Act aprobado por el Congreso de Estados Unidos el 26 de octubre de 2001, a instancias del gobierno de George W. Bush, ha permitido blindar hasta cierto punto este tipo de procedimientos arbitrarios en nombre de la «Guerra contra el terrorismo». Los detenidos en Guantánamo no tienen abogados defensores. No cuentan con un tribunal que los enjuicie. No hay una causa definida para su detención. No tienen derechos. No están en ningún país ni en ninguna jurisdicción. Son, en sentido estricto, auténticos homo sacer, no tienen un régimen legal que los proteja ni límites definidos que regulen la actividad de sus captores.

No hay una causa definida para abrir nuestra maletita con arena de mar. Basta la sospecha. No hay una causa definida para que se ausculten miles de millones de datos por segundo en la Web. Basta la sospecha. No hay causa definida para detener a los hombres de Guantánamo. Basta con la sospecha. Y, como eventualmente, todos podemos tener comportamientos, rasgos, actos, gestos sospechosos, todos podríamos caer en una red kafkiana y absurda de controles y detenciones.

Hace unos años me recomendaron usar mi nombre completo y mis dos apellidos cada vez que comprara un tiquete de avión, pues hay un narcotraficante buscado por la Interpol que es mi homónimo. Hay 250 mil entradas en internet bajo la etiqueta «Julián González», un nombre común y un apellido vulgar y corriente que nos convierte a todos los Julián González del mundo en sospechosos usuales. (Ya fui interrogado una vez en Bogotá por la homonimia y, claro, agradecí cuando me dejaron abordar el avión de Avianca). Gracias, gracias, gracias.

Hacia las cuatro de la tarde un taxi blanco llevó hasta nuestra casa la maleta incautada, el falso positivo. Agradecimos la diligencia del taxista y a toda prisa subí los 64 escalones que conducen hasta nuestra casa cargando 21,5 kilogramos de peso (2.346 gramos de arena húmeda embotellada incluidos). «Que no hayan dejado en Bogotá la botella, que no hayan dejado en Bogotá la botella, que no hayan dejado en Bogotá la botella, que no hayan dejado en Bogotá la…»

Con frecuencia, tras ser torturadas, masacradas, humilladas y brutalizadas, las víctimas deben firmar declaraciones indicando que los daños, quemaduras, desgarros, hinchazones, dientes rotos, fracturas fueron producto de lesiones autoinfligidas. Los perdonavidas te liberan y hay que agradecer. «Gracias, gracias, gracias por dejarme vivir. Gracias». Además, las víctimas deben comprometerse a no demandar, acusar, controvertir legalmente al organismo responsable de su detención. Bueno, al menos en esos casos en que la detención ha sido relativamente legal y a ojos vista. En los otros casos, cuando hay detenciones y desapariciones clandestinas, no hay manera de reclamar y no hay a quien agradecer.

Sin antecedentes penales, sin inclinaciones criminales, más bien bobalicón y amable, sin historial de militancia y lucha política, siendo joven fui interrogado, cacheado, requisado y raqueteado al menos unas 70 veces. Un joven negro, más bien pobretón y flacuchento, estudiante de universidad pública, juiciosito, en decenas de ocasiones fui requisado por la policía a lo largo de la década de 1980. Imagino que millones de jóvenes como yo fueron sometidos a estos procedimientos suaves y benignos de control. Otros centenares y miles tuvieron peores destinos: tortura, desaparición forzada, apaleamiento, heridas por arma contundente, de fuego, cortopunzante, seguimientos sistemáticos, acoso a sus familias y vecinos, interrogatorios brutales, desmembramiento y muerte. Como ayer, los jóvenes de hoy son, con frecuencia, sospechosos usuales a menos que tengan siempre una sonrisa Pepsodent en los labios, una pose Facebook y una disposición golosa al consumo decente, esto es, desmedido a la manera de los bobalicones adolescentes bien de la Disney Televisión.

Hoy, canoso, con cara de profesor universitario, es rara la ocasión en que soy requisado, pero suelo ser interrogado por todo tipo de autoridades, empezando por los vigilantes en las porterías que me preguntan hacia dónde me dirijo, o por funcionarios de inmigración en los aeropuertos que quieren saber cuál es mi ocupación y de qué ciudad vengo de viaje, o por los oficinistas de bancos que necesitan saber cuál es mi salario o si tengo bienes inmuebles para respaldar un crédito, o por vendedores que me piden que les regale el número de mi teléfono celular o de mi cédula, o por el operador de un call-center que me solicita responder algunas preguntas para validar un procedimiento. ¿Qué pasaría si en cualquiera de esos casos me negara a contestar, me negara a firmar una carta autorizando requisar mi maleta, me negara a ser raqueteado o escaneado o interrogado, me negara a decir el número de mi cédula o mi celular, me negara a responder hacia dónde me dirijo, o rehusara informar cuál es la dirección de mi casa a efectos de validar el proceso? Obviamente se revelaría el rostro poco amable y gentil de los sistemas de seguridad: «Entonces no puede pasar, no se podrá despachar su maleta, no puede entrar, no puede ingresar al país, no puede subir al avión, no puede descender del avión, no puede permanecer en este recinto, no puede obtener la tarjeta, no puede obtener un cupo, no puede…»

Cuando finalmente abrí la maleta descubrí algo increíble: estaba intacta. No la abrieron nunca. No la tocaron. Les bastó la nota en mi carta indicándoles que se trataba de una botella con arena, ¡estúpidos!

Perdón. Gracias. Gracias. Perdón.

Hoy entiendo que, claramente hay riesgo de crímenes, ataques terroristas, bombazos, clonación de tarjetas, abuso, seguimiento criminal, etc. Pero es evidente que los sistemas de seguridad están usufructuando el clima generalizado de temor para catear, sin ninguna limitación, nuestros cuerpos, nuestros datos, nuestros registros, nuestras cosas, nuestras llamadas, nuestros gestos, nuestros actos.

Y ese es el más profundo, turbio, tenebroso y abusivo de los terrorismos. Y de la peor calaña porque se ha hecho tolerante, admisible y consentido. Consentir la intimidación es el efecto más profundo de esta forma de terrorismo.

¡Hey, perdón!, no lo digo en serio. Perdón. Gracias, gracias. Perdón.

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EÑES
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Diseñador de juegos de mesa, comunicador social y educador. Puede descargar gratis Todo está tan raro en el siguiente link: https://bit.ly/3BiGjMB