El Knickerbocker (sobre ’The Knick’, de Steven Soderbergh)

Pedro Guerrero Sosa
EÑES
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3 min readMar 5, 2018

Por Pedro Guerrero Sosa

El ambiente médico ha sido retratado en la televisión de muchas maneras, hay algo atractivo en ese medio en donde la muerte se percibe más que en otros lugares. Han existido: Grey’s anatomy, Dr. House, ER; entre otras innombrables y deplorables. Entre todo ese lodo, está The Knick.

La serie toma algunos eventos, lugares, medicamentos y procedimientos médicos de inicios del siglo XX en el hospital de Nueva York, The Knickerbocker, y los ficcionaliza. La primera escena nos introduce al personaje de John Thackery, médico jefe de cirugía, adicto y sagaz experimentador de nuevas intervenciones médicas. Al equipo de trabajo del Knick, se suman tres doctores: Everett Gallinger, racista con una historia conyugal trágica; Bertram Chickering, joven pupilo de Thackery; y un recién llegado Algernon Edwards, afroamericano con estudios en Europa que al llegar es recibido hostilmente por su color de piel. A estos, se suman varios personajes que intentan cambiar algo desde su lugar: una monja abortista, el conductor de ambulancia que la ama y Cornelia Robertson, hija de uno de los directores del hospital. A pesar de la rigidez de apegarse a los eventos históricos de la época, The Knick parece estar en un escenario en donde confluyen los problemas actuales: el aborto, la influencia de la iglesia, el racismo, los atisbos de una biología de la raza tomada posteriormente por el nazismo, el machismo, la anticoncepción, las adicciones y la imposibilidad del amor. Time is a flat circle; la banda sonora de Cliff Martínez parece dar cuenta de eso: música electrónica que se acopla a 1900.

Alerta de spoilers.

La serie sigue a John Thackery en su doble jornada, la primera en el Knick en donde arriesga a sus pacientes a nuevos procedimientos; algunos tienen éxito, otros fracasan. La segunda, su manera de tramitar lo traumático de su oficio con la cocaína, el opio y las prostitutas de un burdel en Chinatown. Sus fracasos lo llevan a hundirse más en su adicción, hasta que tiene que ser intervenido. La supuesta rehabilitación lo hace inútil, busca otras maneras de destruirse y resuelve lo inherente de la adicción a sí mismo; tiene que vivir con ella a pesar de que encuentra una cura temporal en las palabras y presencia de su ex esposa sifilítica. Su equivalente que existió en la historia de los libros, pudo vivir con su adicción; el de la ficción, a pesar de que su desenlace quede inconcluso, se lo puede imaginar trágico.

Los flashbacks en los que Thackery recuerda a su mejor amigo, muerto por su propia mano al sentirse impotente en su investigación de la placenta previa, son constantes; recuerda sus conversaciones, sus citas de Shakespeare, la adicción que compartían. En la segunda temporada, no tenemos estas irrupciones, se muestra otra más terrible y desgarradora: la niña que intentó salvar a través de una transfusión. Estos desgarros tienen su importancia, muestran la sensibilidad de Thackery entre toda la insensibilidad de su profesión.

En otro polo está Edwards, médico cirujano que instala una clínica clandestina secreta en el sótano del hospital, solo para afroamericanos y en donde también probará nuevos procedimientos médicos. A pesar de su supuesta pulcritud y diferencia con Thackery, es el personaje que más se asemeja a él en relación a su forma de destruirse: peleas nocturnas. El desarrollo de Edwards en el Knickerbocker es diferente que el de Thackery, en su autodestrucción se generará una discapacidad que le impedirá continuar trabajando como cirujano, entonces se interesará en lo psíquico y onírico.

La segunda temporada, a diferencia de la primera, decae; sus historias resultan rápidas, no se desarrollan; nuevos personajes e historias aparecen y no hay forma de que se puedan integrar. Steven Soderbergh dirige toda la serie, es director de fotografía y productor ejecutivo. En relación al guion, los escritores no resultan tan interesantes: Jack Amiel, Michael Begler, Steven Katz; tienen como experiencia algunas películas infantiles e irrelevantes, resulta sorprendente el cambio a The Knick. La serie, a nivel narrativo, cuenta con imperfecciones, algunas historias como la del médico racista y su esposa loca, pueden resultar exageradas, demasiado trágicas, sin embargo, hay una semejanza con Shakespeare. En la segunda y última temporada, algunos personajes mantienen su aparente inocencia, otros continúan corrompiéndose y es así como su final deja dudas acerca de la existencia posterior de ellos, pero deja algo seguro: el destino trágico de la mayoría. «This is it, this is what we are», exhala Thackery.

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