El mercader de almas digitales

Breve relato de ciencia ficción sobre la compra-venta de datos

David Alcubierre
EÑES
7 min readNov 27, 2017

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Mi trabajo no es agradable (ni legal, para que nos vamos a engañar). Me dedico a la compra-venta de datos reales.

En la actualidad los algoritmos han avanzado tanto, que son capaces de hacer pasar como si fueran humanas interacciones que son hechas por robots. Pero la perfección no existe. Si existe un algoritmo capaz de engañar a un humano, existirá otro capaz de evitar ese engaño. Como resultado, hoy, más que nunca se ha encarecido el valor de los datos de verdad, generados de forma artesanal, paciente y manual por un humano. El dato real cuesta mucho dinero.

Antaño, me refiero a una época anterior a la década de los 20, este dato era obtenido de forma gratuita si sabías manejar bien las API. Se trataba de un problema de formato, no tanto de acceso. Incluso cuando se carecía de formato siempre estaba la posibilidad de obtenerlo por fuerza bruta, «scrapeando» la web. Siempre había opciones.

Hoy en día la privacidad en las comunicaciones está vigilada por la ley en todos los países, algunos incluso bajo pena de muerte. Internet ha dejado de ser algo abierto. El crack del 2047, que provocó la caída de Twitter y obligó a pivotar los modelos de negocio de los buscadores (Google, Bing…), nos ha dejado una internet que no es ni el 1 % de lo que fue.

O estás en los principales conglomerados que ya solo trabajan en entornos cerrados, como Facebook o Amazon, o no estás en internet. O peor, estás en la deep web (que es malo para la humanidad, pero bueno para mi negocio).

Ya es imposible encontrar datos reales gratuitamente. Si quieres datos debes ir a la deep web, donde gente tan amable como yo mismo, se habrá ensuciado las manos para conseguirlos y tendrá el gusto de ponerles un justiprecio. Algunos nos llaman hackers, pero ese es un nombre demasiado genérico. Además, en mi caso, es erróneo. Yo ya casi he olvidado los conocimientos de programación que me fueron útiles hace años, que es algo que se suele relacionar con el oficio de hacker. Me manejo bien con los servicios básicos de la red, pero me enorgullezco de ser de una generación en la que las relaciones con las personas eran más habituales que las relaciones con las máquinas. Podrían calificarme como un «hacker analógico». La diferencia entre un «hacker digital» y yo básicamente es que yo paso mucho menos tiempo delante de una pantalla y más tiempo fuera de casa.

Mi día laboral dura 24 horas. Eso no significa que no duerma, solo que puedo elegir trabajar en cualquier momento. Siempre permanezco alerta para posibles avisos. Dispongo de una red de confianza, establecida a lo largo de varios años de oficio, que me avisa siempre que muere alguien. Algunos de estos contactos son camilleros de hospital, conductores de ambulancia o incluso médicos de urgencias…

Una vez recibo el aviso, toca ponerse en marcha. En el mejor de los casos, el aviso ya me da la confirmación de que es un cliente viable. En el peor todo se complica tanto que en el 99 % de los casos dejo pasar el aviso. Eso también ha servido para educar mejor a mis avisadores (que solo cobran si yo lo veo claro).

Mi principal criterio es que el fallecido disponga de vida social y trabajo estable. Necesito que en vida haya sido alguien activo, o activado, como me gusta decir a mí. Quedan fuera personas jubiladas, niños y jóvenes sin empleo. Si el avisador es un médico o un enfermero ya disponen del contexto necesario para saber si deben avisarme. Si son conductores de ambulancia o médicos de urgencia deberán fiarse de una inspección visual del cuerpo y su contexto.

Es vital que el muerto tenga familia. Mi ética personal lo exige. De hecho, si no la tienen, tampoco atiendo el aviso.

Como decía, una vez recibido el aviso, me subo a mi dron y le doy las coordenadas de destino al asistente de voz. Mientras llego al lugar me da tiempo a hacer una pequeña búsqueda para asegurar el tiro. Me desplazo rápido. No porque tema que mi avisador pueda haber alertado a otro hacker (ya me he asegurado de tener avisadores que solo trabajen para mí), sino porque el tiempo es clave para obtener buenos precios y asegurarse de sacar todo el provecho a la información.

Una vez en el lugar toca tomar el control de la situación. Suele haber médicos y varios familiares. Mi objetivo es acabar de determinar que el muerto es válido y encontrar a mi cliente. Mi cliente es un familiar cercano al fallecido pero con la compostura suficiente como para hablar de dinero en tan tristes circunstancias. No todos acaban convirtiéndose en mis clientes, pero todos tenemos un precio. Y mis márgenes me permiten dar un precio más que justo por algo que en breve dejará de tener valor.

Lo que busco es tan simple como los usuarios y contraseñas del muerto en las principales redes sociales. De hecho, a día de hoy, suelo trabajar solo casi exclusivamente con claves de Facebook y Lifelog.

El precio mínimo a las que he podido comprarlas es de unos 500 euros. Aunque mi profesionalidad me obliga a ofrecer siempre un mínimo de 6.000 euros. Se trata de un precio mínimo que asegure los costes del entierro.

Además, como he dicho antes, dispongo de un margen amplio de negociación. Mi tope seguramente está en los 15.000 euros. Cifra a la que nunca he llegado. Mi beneficio base es el doble de esa cifra si consigo los datos a menos de una hora del fallecimiento.

A lo que íbamos. Una vez localizada la persona adecuada, comienzo a entablar conversación para averiguar si podría interesarle una posible oferta. Es vital moverse rápido. Si en una hora no he conseguido convencer al familiar, aborto la misión. A cada minuto que pasa el precio baja. Solo me interesa comprar si son datos frescos. No todo el mundo quiere vender, solo aquellos que realmente necesitan el dinero. Aproximadamente 1 de cada 20 veces consigo mi objetivo.

Pero una vez logrado el objetivo, empieza la fiesta. Comienza la carrera para ordeñar a la vaca, para sacar el jugo al material.

Lo primero es usar la identidad para la petición de microcréditos. El método que usan hoy en día los servicios de microcréditos para evaluar si te dan o no un crédito es utilizar un algoritmo que analiza tu cuenta en redes sociales para determinar si eres o no un usuario que devolverá el crédito. Factores como el número de amigos y su perfil de edad son clave en la decisión final. Estos algoritmos suelen estar hechos a prueba de cuentas falsas, no ya de las creadas falsamente, sino también de las creadas de forma algo más artesanal en granjas chinas. Una cuenta real es la única que puede engañarlos. Toca darse de alta en el máximo número de servicios de microcréditos y pedir el máximo establecido. Suelo tardar alrededor de 10 minutos en darme en alta en 8 de los servicios de microcréditos que actualmente mejor me funcionan. Eso se traduce, de media, en unos 30.000 euros. En los subsiguientes días toca ir convirtiendo el dinero a bitcoins e ir cerrando la cuenta del banco asociada para borrar el rastro.

Lo normal es que entonces empiece a formalizarse la defunción del propietario de la cuenta. Cuando esto suceda, la cuenta no valdrá nada. En estos momentos toca correr aún más, y en mi caso, prefiero que otros corran. Suelo llamar a alguno de mis jóvenes amigos hackers, hackers de los que no suelen salir de casa a ensuciarse las manos. A cambio del 50 % de lo que saquen, suelo darles la identidad ya exprimida por mí.

No sé muy bien qué hacen. Sé que intentan el truco de los microcréditos de nuevo pero aplicando un pequeño algoritmo previo a la cuenta social. Un algoritmo que cambia el nombre y algunos de los datos de perfil. Cambios que tienen la suficiente coherencia como para que no lo parezcan. El proceso es mucho menos eficiente ya que muchos de los algoritmos de los servicios de microcréditos están preparados para detectar duplicados de perfiles sociales.

Por último vuelven a aplicar el algoritmo sobre la cuenta social y se deshacen de ella vendiéndosela a los chinos, que suelen revenderlas en packs a occidente para elevar la calidad de sus cuentas creadas en granja.

Entre una cosa y la otra, pueden llegar a sacar lo mismo que yo, cosa que añade un 50 % a mis beneficios. Así pues, en el mejor de los casos puedo llegar a sacar 45.000 euros por identidad.

Como decía al principio, no es un trabajo agradable, aunque sí muy lucrativo. Se que a lo mejor me autoengaño, pero siempre he pensado que doy una segunda (y tercera, cuarta,…) vida a esa alma digital.

Nota: A pesar de ser un relato de ciencia ficción, la verosimilitud puede llegar a hacer pensar al lector que es algo que puede estar ocurriendo hoy en día. No está en mi conocimiento que así sea.

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David Alcubierre
EÑES

Consultor freelance. Me gusta la programación, los videojuegos y la ciencia ficción.