En busca del ’axis mundi’

Teresa Jiménez Arreola
EÑES
Published in
7 min readMar 12, 2018

De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, exótico significa:

Extranjero o procedente de un país o lugar lejanos y percibidos como muy distintos del propio.

Recuerdo la anécdota que hace un tiempo me contó mi hermano acerca de una amiga suya, hondureña, que se fue a viajar por el sureste asiático, y que al llegar al control de migración de uno de estos países y presentar su pasaporte, tuvo que esperar más de lo normal para que el oficial de migración fuera a verificar qué era Honduras y en dónde se encontraba.

Mapa de Honduras y su capital Tegucigalpa

Este exilio voluntario en el que me he visto envuelta en los últimos años, me ha servido para reflexionar sobre el tema del exotismo.

Para un mexicano, Birmania puede ser un lugar exótico, pero Honduras no lo es tanto, en cambio, para un británico tanto Birmania como México son territorios desconocidos y raros.

Por otro lado para un mexicano y un birmano, Reino Unido también puede ser un lugar exótico, o, ¿solo porque es un país más industrializado no lo es?

Una vez, le dije a un británico que Reino Unido y en general Europa, me parecían una región exótica. Su reacción fue reírse, creyendo que decía una broma. Y es que para el británico o el europeo lo exótico tiene más que ver con esos países tropicales o ecuatoriales, que cuentan con una diversidad de animales inusitada y muchas playas de aguas cálidas. Donde uno puede subirse a un camello o a un elefante, o tomar una piña colada y bailar salsa.

Siendo latinoamericana, y habiendo vivido la mayor parte de mi vida en las periferias del mundo occidental, en una cultura que sin dejar de ser occidental está en contacto y a veces en conflicto permanente con ese otro mundo americano del cual también provenimos. Afortunadamente —y más tarde explicaré por qué me siento afortunada—, he sido educada para pensar que nosotros somos los exóticos. Es por eso que en el alma latinoamericana existe siempre ese interés por viajar a ese lugar de donde provienen las cosas normales, y se piensa que Europa es ese centro que irradia lo que culturalmente es normal, cuyas ondas de influencia se van expandiendo hasta llegar, ya degradadas y modificadas, hacia ese territorio lejano que es América Latina.

Así que hace 10 años cuando llegué a vivir a Europa, vine con toda esa esperanza de conocer esto, que no era lo exótico, sino lo normal. Quería aprender a vivir la vida en el centro del mundo, y mi primera parada fue Reino Unido.

Y empecé por descubrir que aquí en el centro del mundo les gustaba alfombrar las escaleras comunales, y que se quedaran todas embadurnadas del lodo de las botas de los inquilinos. Era la normalidad también que en los baños hubieran dos llaves de agua, lo cual implicaba que cada vez que uno iba al baño había que tomar esa difícil decisión de quemarse o congelarse las manos. Me encontré también con una serie de tiendas off-license con productos de marcas que no había visto en mi vida, y que parecían marcas piratas, algunos de ellos tenían los ingredientes escritos en ruso, o en turco. Y por las calles había una serie de kebab shops, con letreros luminosos de pollos que generalmente llevan el nombre de una ciudad gringa, aunque por otra parte, ni los pollos, ni los kebabs son originarios de Estados Unidos.

Tiendas de pollos fritos en Londres

Algunos de mis amigos del continente europeo, me lo advirtieron, Reino Unido es distinto, no es realmente Europa, es una isla olvidada de la mano de Dios, es el país donde las chicas andan en minifalda y sin medias en mitad del invierno, son realmente exóticos.

Mi siguiente parada en esta peregrinación hacia el axis mundi, fue Grecia, la cuna de Europa, la cuna de occidente. Después de haber perdido mi avión a Salonica, por problemas con el tren en Inglaterra. Llegué a Atenas, ¡qué exótico me pareció ver todas esas letras raras! Parecidas, pero diferentes, como puestas en desorden y al revés. Al tomar el tren para cruzar casi toda Grecia hacia el norte, rumbo a Salonica y ver todas esas montañas rocosas, montes pelones como les llamamos en México, pensé: Caray, tenía una idea distinta de la naturaleza en Grecia, creía que iba a ser como en los dibujos animados de la película de Fantasía, cuando salen los dioses del Olimpo y otros seres mitológicos griegos incluidos pegasos y centauros bailando al ritmo de la sexta sinfonía de Bethoven, todos muy felices y borrachos en un monte Olimpo tapizado de campos verdes y flores.

Finalmente, al llegar a mi destino, y pedir un taxi que me llevara al lugar que sería mi hogar durante los próximos cuatro meses, me enfrenté a una extraña tradición que tienen los taxistas griegos que consiste en ir aceptando más pasaje aunque ya lleven a un cliente dentro del taxi, aparentemente por motivos puramente ecológicos. Pues dice el viejo proverbio que donde cabe uno caben 5. Cuentan los ejecutivos de Uber que esta fue la inspiración para crear el producto Uber Pool —esto me lo acabo de inventar.

Tuve una estancia muy feliz en Grecia, escuchando mucha de esa música estilo turca que les encanta a los griegos y comiendo esos postres enmielados que se comen mucho también en Turquía. Supe que seguía sin encontrar el centro del mundo, porque no podía ser que el centro del mundo se pareciera tanto a lo medio-oriental.

Mi siguiente parada fue España, debo de confesar que llegué ya con el prejuicio de que sería difícil encontrar el centro del mundo ahí. Recordaba un póster que había visto en una de mis visitas veraniegas a París, de hecho ese póster era una publicidad de gazpacho en una parada de autobús y decía algo así, como:

Gazpacho, la sopa fría del país caliente.

También salía una mujer vestida de sevillana como bailando. O sea que para los franceses ir a España ya era casi equivalente a ir al Caribe.

Por lo cual llegué a vivir a Madrid ya un poco predispuesta. Y llegando me sorprendí mucho de que los madrileños tuvieran tantos museos dedicados al jamón, pensé que sería interesante visitarlos y conocer la historia de cómo se inventó esa carne fría tan apreciada internacionalmente por su sabor y aprender cuál era el proceso para su elaboración. Más adelante, al caminar y entrar a esos museos me di cuenta que en efecto, eran museos en el sentido de que tenían en exhibición al objeto de estudio, es decir, los jamones, pero no me esperaba ese concepto tan de Tate Modern, de tener un techo tapizado de jamones y al mismo tiempo un suelo tapizado de palillos de dientes.

Después pensé, estos españoles le ponen demasiados garbanzos a sus cocidos, y se comen las orejas de los puercos, y además, un amigo paquistaní que nunca había entrado a una iglesia católica, acostumbrado a la simple elegancia de las mezquitas árabes, me hizo reflexionar en lo exótico y macabro de vestir a unas vírgenes dolorosas y luego sacarlas en andas a pasear por las calles junto con Cristos todos ensangrentados, y además los de las cofradías que los cargan se visten de inquisidores. ¡Esto hasta podría parecer mexicano! Por tanto es demasiado exótico, creo que sigo sin encontrar mi axis mundi.

Santo Cristo ensangrentado, a punto de ser llevado en andas en la procesión del silencio de Sevilla

Llevo 10 años viviendo en Europa, viajando por muchos países. En Amsterdam me encontré con que podía comprar hot dogs con salchichas como de plástico en máquinas dispensadoras; en Munich me enteré de que las mujeres durante el October Fest pueden cargar 10 cervezas en cada mano, y además beberse todas las que les caben en los dos brazos; Italia me pareció muy italiana y Francia demasiado francesa. Debo confesar que la expedición rumbo al centro del mundo ha resultado todo un fracaso. No me ha sido posible encontrar un país normal.

Máquina dispensadora de ‘hot dogs’ y hamburguesas en Amsterdam.

He perdido toda esperanza pero, como decía al principio, me siento muy afortunada de haber crecido en una región del mundo que se considera a sí misma exótica. No hemos vivido engañados, crecimos asumiendo algo que en efecto todos y cada uno de los seres humanos somos: exóticos. Si queremos un mundo más incluyente, respetuoso y tolerante con el otro es importante entender que no somos el centro del mundo, es importante que todos emprendamos esa peregrinación tan inútil y necesaria hacia el axis mundis.

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