#FuerzaMéxico

Anni Sakiasis
EÑES
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4 min readSep 22, 2017
Foto: Alejandro Velázquez

19 de septiembre

Vi la angustia, la desolación, el miedo en la cara de la gente. Vi a mi vecina, una señora mayor, rezando por su familia, pidiendo que su hermana estuviera bien.

Sentí el alivio cuando supe que mis seres queridos estaban bien y se hallaban a salvo. Sentí miedo e incertidumbre. Empecé a hablar del clima y de cosas que hace unos días me parecían relevantes. Hablo mucho cuando tengo ansiedad…

Vi a niños scout con sus uniformes, «siempre listos», ayudando sin pedir nada a cambio. Porque fue lo que les enseñaron.

Vi al wey mamado del gym ayudándome a cargar cajas de agua.

Sentí un dolor perfectamente tangible en los brazos, en la espalda. Estrés le llaman. Me quedé sin hambre, comiendo porque sabía que debía hacerlo.

Supe de un novio que fue a romperse la espalda para sacar escombros. Y eso suena fácil hasta que piensas cuánto puede pesar un martillo, una pala. ¿Cuánto pesan los bloques de cemento que iban sacando poco a poco?

Una amiga caminó toda la tarde buscando tiendas abiertas para llevarle agua a los rescatistas. Y cuando ya no pudo más, cuando sentía que las piernas y los brazos ya no daban para más, abrió las puertas de su casa para darles un té o un café a las personas que no podían llegar a su casa.

20-22 de septiembre

Vi toda la bondad de la gente.

Me tocó ir a un Home Depot donde todos los anaqueles de herramientas de rescate y seguridad personal estaban vacíos porque la gente los había llevado urgentemente para ayudar en los edificios derrumbados. Vi a otra Ana en la farmacia sacando los últimos medicamentos que tenían para ayudar; dándome su descuento de empleados para que pudiera llevar más cosas.

Conocí a la señora que me abrió la puerta de su cajuela para trasladar comida para los rescatistas que llevaban muchas horas trabajando; la vi hacerlo sin rechistar, sin cuestionarme quién era o por qué lo hacía.

Descubrí que todas las teorías que te enseñan en el trabajo de liderazgo y trabajo en equipo son mamadas hasta que ves a gente que se organiza por sí sola, sin tener un jefe, siguiendo instrucciones sobre la marcha.

Supe de un hermano que estando en el mejor momento de su vida dejó todo para ir a ayudar con su moto a trasladar paramédicos. No, no le queda ni tantito cerca de su casa, seguro tuvo que manejar más de una hora, seguro estaba cansado. Y no le importó.

Vi a niñas de 10 años ayudando a armar despensas para toda la gente que no tenía una casa; que ellas deberían estar en su casa jugando, pero están aprendiendo que hay gente que necesita ayuda y están dispuestas a hacerlo.

Vi a dos compañeros de la escuela quedarse sin casa, con la suerte de haber podido sacar un par de cosas de su antiguo hogar. Y aún así buscando dónde más necesitan ayuda: ¿Cuánto tiempo tardas en poder comprar un refri, una licuadora, tener un tostador para los sandwiches de la mañana? Dejaron todo eso a un lado, están ayudando.

Conocí grupos de adolescentes que se juntaron entre todos para ir a cargar cajas, a mover garrafones pesados de agua. Me queda claro que no es la cosa más divertida del mundo, pero ellos eligieron hacerlo por sí mismos. No son la generación millennial apática de la que tanto hablan en focus froups de Marketing. Habrá qué repensar ese término…

Sentí la angustia de una amiga al decirnos que el edificio frente a su casa se estaba derrumbando. Y solo fue a buscar ropa limpia y está juntado víveres y medicinas. Quiere imaginar que su casa sigue bien, pero ¿cómo saberlo?

Vi el estupor de alguien que vive en la Condesa y caminó más de 20 km para llegar a casa, y ver que toda su colonia estaba destrozada. Ahí donde ayer había un parque, edificios y gente sacando a pasear al perro, bueno, hoy solo quedan un montón de escombros y gente desconocida ayudando a rescatar personas de los departamentos que quedaron hechos trizas.

Vi todas las fotos, todas las historias de gente que decidió ayudar.

Escuché los aplausos más felices al saber que habían rescatado a una persona más. Y esa persona pudo haber sido mi hermana o mi mamá o mi sobrino. Esa persona que salió con vida pudo ser la mamá de mi novio, el primo de mi mejor amiga.

¿Hoy? Hoy siento miedo, estoy ansiosa, estresada.

Tal vez no sea momento para ponerme tan filosófica, pero no me da miedo morir. No me da pánico perder mi licuadora nueva o la lavadora que compré hace años. No tengo miedo de perder mis cosas, me gustan mucho pero hoy sé que no son indispensables. En el minuto cero no me dio miedo que el edificio se me fuera a caer encima, se veía relativamente estable.

¿Hoy qué me asusta?

Que a mis personas les pase algo. Siendo más precisa, que mis personas se mueran. Este no sería el mundo en el que quiero vivir sin ellos.

Hoy me da miedo que en un mes, en un año todo esto se olvide. Se me olvide a mí. A veces no tengo claro cómo puedo defender el argumento de que el mundo es bueno por naturaleza, hoy tengo muchos nombres, muchas maneras de decir «Eeeyyy, mira, sí es bueno». Hoy quiero que todos recordemos que el mundo no es una basura, que les enseñen a los niños a ayudar…

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