Hacer frente al ‘bully’: el papel clave del espectador

Hair Scarlett
EÑES
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4 min readOct 6, 2017

Me viene The Guardian a rescatar de la sequía de inspiración. Me autoinsuflo arrestos para escribir de este tema que ni me fue ni me es ajeno. Disculpadme la sesión de autoterapia, documentarme sobre el tema quizá me ayude a contribuir al cambio de paradigma en mi entorno local, mis ambiciones son modestas. Reflexiono aquí sobre las que según un columnista superviviente del abuso podrían ser ser claves para su prevención. Me cuesta horrores dar pinceladas de las experiencias propias, pasadas y presentes. Me cuesta, me duele, me esforzaré más.

El artículo nos aporta un dato de estadísticas (en Reino Unido) que son demoledoras, como las que de vez en cuando nos asaltan en los medios con sede en nuestras geografías. Y de nuevo, no nos indignamos, o solo lo hacemos durante segundos, acaso minutos; ¿será porque tenemos la botella de la indignación a punto de rebosar? Lamentablemente, en esto como en otras cosas, si no nos afecta de plano exageramos gestual o verbalmente nuestra indignación durante un breve lapso de tiempo para mostrarnos falsamente concienciados, y luego a otra cosa, mariposa. Pero, ¡ay, pobre de ti!, si te afecta tanto que te perfora, entonces ya se apresurarán a rascar (otros) dramas en tu vida para justificar que tu grado de indignación perdure en el tiempo y se manifieste con firmeza y vehemencia.

Completamente de acuerdo con la afirmación de que lo más doloroso es la confusión del «por qué me hace esta persona esto a mí» sumado al «qué he hecho para merecer esto». Y completamente de acuerdo con que la humillación y el miedo son parte de la ecuación, pero no la más lacerante. Bendita sea la criatura que cuente con el apoyo de protectores que la apoyen a crecer entendiendo que los motivos no tienen que ver con la persona acosada, sino con el acosador, y que, lamentablemente, es muy habitual encontrar congéneres a los que causarlo les produce subidón.

El autor encuentra una relación entre el punto anterior y el hecho de que los actos de acoso suelen encontrar audiencias colectivas, se ve que el sádico disfrute sabe mejor si es compartido. Colocar a un individuo «fuera del grupo» parece proporcionar al (maldito) grupo fortaleza identitaria.

Para ir rematando el artículo se pasa entonces a trazar un posible recetario para cuando uno es víctima (directa o indirecta) del matoneo. Lo de chivarse sigue teniendo mala prensa. Bueno, acaso no la tiene en la edad de la inocencia, digamos cuando el acosado tiene menos de ¿10 años? Lo que ocurre repetidamente, y es completamente aberrante, es que el responsable de arbitrar sobre la cuestión se haga el sueco. Esto no hace sino añadir más confusión dolorosa al acosado. El progenitor que se encuentra en esta situación tiene dos opciones, bien liarla parda, bien morderse la lengua hasta hacerse sangrar. Otra opción (im)popular es devolver el golpe, pero de nuevo, a ciertas edades y con ciertos abusados la propuesta de actuar así los descoloca:

—¿No me acabas de decir que pegar está mal? ¿Que eso que me hace a mí no hay que hacerlo? ¿Qué quieres, que me castiguen?

Hay veces que como progenitor y víctima por proxy te sale esa inconfesable recomendación, a veces hasta se te ocurre la genial idea de decir a tu criatura que aprenda eso de cascar cuando no miran, o mandar a un esbirro encargarse del trabajo. Hay veces que sufres tanto que te salen actitudes que no pensarías que podrías albergar. Pero acabas desistiendo porque el acosador generalmente siempre lleva ventaja, y mientras tu criatura se aventura por la ruta de lo (públicamente) inadmisible, el contrario también perfecciona su arte.

En esa situación, en tu papel de protector, si lo tienes, igual te acabas enfrentando a la posible conclusión de que para proteger a tu protegido le tienes que soltar aquella máxima que se decía antes de que «lo que no te mata te hace más fuerte». Hoy diríamos que ayuda a construir resiliencia: menudo consuelo; no me vale, a mi no me valió, no lo voy a suscribir.

Me parece más válido lo que el artículo propone de enfocar la solución en los niños espectadores, que normalmente son más fuertes; esos niños que simulan no ver o que incluso jalean y arengan, bien por miedo, bien por puro disfrute insano (¡al carajo Rousseau!) Pero decir (como en el artículo) que el apoyo para alentar a los espectadores a declararse en rebeldía ha de venir de los docentes me parece quedarse muy corto, lo ideal (soñar es gratis) sería una combinación de la acción de progenitores y profesores. Pero tenemos un miedo tremendo al «qué dirán», de verdad, vomitivamente tremendo, se ve que el quijotismo es un gen recesivo. Al tantas veces escuchado «el cole no hacía nada» no me queda más remedio que decir:

—¡Cagüen la mar, tampoco las familias hacían nada!

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Hair Scarlett
EÑES
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Collecting wtf ingredients in everyday life to cook sassy dishes. Recolectando momentos “peroquécoño” de la vida diaria para cocinar platos descarados.