Hasta que no abre la boca no me dice nada
Hay intercambios dialécticos que se pueden sentir borrosos porque los medios actuales filtran muchos elementos constructores de matices, tanto que, por momentos, la niebla induce al susceptible a percibir confrontación, …, diplomática, correcta y todo lo que quieras, pero choque de pareceres, que no simple exposición. Al grano: ¿es primero la química o primero la conversa(ción)?
Igual se conocen en algún sitio de ese pedazo de tierra infravalorado y casi sitiado por el mar, en un local que alguien igual llama bar, a una hora en la que se pone a prueba la capacidad de ese país para explotar energéticamente sus recursos naturales. Ella lleva un vestido corto con mangas abullonadas, escote barco y estampado Príncipe de Gales. Menea la cabeza de forma seductora, y la luz genera reflejos azarosos en sus mechas californianas. Esto no lo hace porque sí, sino porque sabe que él la está mirando, y se muerde los labios para catalizar la química, aunque quedan pocas trazas del Pure Color Envy de Estée Lauder n.º 440 que le dijeron que se agotaba en los comercios a toda velocidad.
El susodicho tiene confianza en sus bíceps de deportista solitario, y hace algo así como el egipcio para marcarlos porque tampoco tiene un gran sentido del ridículo; y no digamos ya la medio pena que da cuando dobla la rodilla para apoyar un pie en la barra del bar mientras que el otro lo deja en el suelo y remata el equilibrio estático de su persona con uno de los codos. Y lo ha hecho porque ese gesto tan ancestral y tan de western realza «esa parte» de su anatomía.
Bueno, ya está todo el pescado vendido, se acerca a ella, la mira, y, como hemos convenido, en este contexto fantasioso no hay conversa(ción), prohibida queda, así que se invoca a la química para rematar su trabajo.
Dado que cuando él se acerca ni ella se escapa ni le aparta la mirada, él le echa la mano a la cintura y se van en busca de yo que sé, un callejón, una coche, …, un árbol de tronco grueso. Como la comunicación verbal está fuera de cuestión no cabe la convención «¿en tu casa o en la mía?».
Pasa lo que el lector se imagina que va a pasar y que the writer no le va negar que pasa. Pero the writer pone por esta vez coto a la indiscreción malsana de su imaginación. Y luego pues ya, en vez de cigarrito, se da continuación al episodio con obsequios verbales:
—Perdona, estaba agotada. Venía hecha harina del curro…
—No hay nada que perdonar, ha sido genial. ¿En qué trabajas?
—Soy neurocirujana.
—¡Uff, espectacular! Yo soy un humilde físico.
—¡Uy, eso sí que tiene que ser difícil!
—No creas, soy un farsante ….
Y así ya la noche va acabándose… mientras, quizá alguna otra cosa vaya empezando.
Ella apenas puede disimular el sonrojo acordándose de ese best-seller escrito en castellano en que las profesiones de ambos se catalogan como las más intelectualmente sublimes. Una palangana, por favor.