Marasmos

Vientos de tempestad tras el paso del huracán María en Puerto Rico

Myrtha Olivares Bonilla
EÑES
4 min readNov 10, 2017

--

1.

Es desolador encontrarse con la realidad. Ver cuán devastado y necesitado está el país y las personas. Pero también ves la honestidad y humildad de la gente en reconocer cuando a alguien más le hace falta, aunque igual se asoma de vez en cuando quien quiere sacar provecho de la situación, bajo la comodidad. Hemos visto caminos enteros derrumbados, casas con embalses de agua estancada como patio. Personas a las que solamente les ha llegado las comidas militares, y otras a las que nadie ha llegado todavía a sus casas, esto a más de un mes del marasmo. Ver sus caras de asombro, de incredulidad, otras de alivio con quién tener una conversación, con quiénes compartir unas lágrimas o un llanto apretado.

No merecen traducción posible los rostros de desolación al recordar sus muertos. A ellos no hay nada que se les pueda devolver o dar a cambio. Cómo le explica alguien a una pequeña o un pequeño que no tendría dónde dormir. Las miradas de la gente cuando recuerdan sus casas, que son nidos y de un momento a otro ya no están. Y reconocer que el proceso es lento. Que se extienden brazos, brazos de dos, brazos de cuatro, brazos colectivos y todavía no es suficiente. Que el país en estos momentos es un niño a pies descalzos buscando cómo comer.

2.

Una señora en el pueblo de Yabucoa hablaba sola. Reía. Mientras se le contaban historias ella quería intervenir, a su paso lento, rápido cuando se convencía de lo que estaba aportando. No podía creer que nadie ahí pareciera que hubiera leído El Quijote. Ella se ha leído todo, dice. «Quijote trata sobre un hombre», elabora un poco y habla sobre el ingenio de los lugares que incluyó su autor en la obra. Luego añade «Cervantes lo escribió porque quería contar más historias», corrige. A veces se volteaba hacia la playa, que estaba ahí justo al lado mientras murmuraba. Quizás no quería que su voz llegara hasta allá, aún estaban hablando al frente. Miraba en lado contrario diciendo entre dientes: «Esos son como los de allá abajo», y yo con ganas de preguntarle cómo eran, pero no lo hice. Dejé que regresara sola en el jinete.

3.

En Loíza, un grupo lleva a la comunidad un filtro de agua de doscientos cincuenta galones. Andan replicando esto por toda la Isla. Sacarán agua de un pozo que le presta un voluntario del grupo y residente del área de Piñones. Vecinos del lugar llegan para llenar sus botellas. Jorge Rivera Clemente trae seis botellas, que usará para cocinar. Aunque lleva 59 años viviendo en el lugar dice que no hay diferencia entre el huracán Hugo y el huracán María. «Pego duro eso», me comenta sobre el estrago que azotó Puerto Rico y su comunidad, como queriendo no hablar más del asunto. Se nota que le duele. Su casa de madera tuvo daño en las ventanas. «Sería mejor que fuera de material». Quizás no sabe que las demás casas tampoco se salvaron lo suficiente. Mientras, Inocencia Rivera, que vive al lado, no se atrevía a buscar agua porque estaba operada de una hernia, pero «pensaba… si esa gente pasara, por acá a traernos agua», pronosticaba. La dueña de la casa me comenta que ha vivido en el lugar: «Bah, toda mi vida». Son dueños de negocio, uno de los que los vientos se llevó en la costa de Piñones. Ahí vendían «de todo»: arroz con jueves, alcapurrias, bacalaitos y otros manjares preparados por sus manos. Ahora le prepara arroz con gandules con bacalao a los voluntarios que la visitan. Tal vez es su forma de reciprocarles.

4.

Veo gente y grupos moviéndose en formas horizontales. Comedores sociales por Caguas, Utuado, Humacao, Río Piedras y diferentes lugares que esperan reproducirse. Las personas agradecen que se le lleve agua y comida. En Yauco se ruega que no vuelva a salir el río. Para cada pueblo varían las necesidades, pero en todos hace falta calor humano, que no viene necesariamente de los que gobiernan desde oficinas, sin salir a las calles para procurar por el bienestar de la misma ciudadanía que los puso en esas sillas. En San Juan y área metropolitana se simula una cotidianidad aparente que también me voy creyendo. Pero se ha perdido la posible vuelta a la normalidad; no hay trechos. Se han abierto las cortinas para ver lo que ya existía pero estaba tapado; el abecedario para ponerle nombre a lo que se le tenía miedo a nombrar. A exigir lo que por siglos lleva en las oxidadas agendas políticas y que ahora tenía que ser accionada desde el suelo, repensando en los hoyos y las grietas que crearon los terremotos socio-económicos y culturales que ahora revive la Isla estrellada. Cuán necesario se nos hace ahora hablar, contar esas historias, abrirse a los de al lado. Y repensar. Volvemos a caminar sobre la arena, pero a pie, con un sol más candente esperando por nosotros.

--

--

Myrtha Olivares Bonilla
EÑES

Caribeña. Guía de un tercer ojo que guiña. Cangreja anacrónica y paseante de nubes de mar en la tierra. Busco para seguir buscando.