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Independencia, tristeza y suecos

Vivimos en una época en la que el conocimiento de las emociones es una mercancía sumamente importante.

León Tórtora
Published in
7 min readMar 4, 2018

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Que todo el mundo vea que eres feliz. Que sepan que no te afecta para nada que esa chica no te haya contestado. Que vean que todavía no piensas en él. Que parezca que puedes con todo, que solo estás mejor.

Dejad que os cuente una historia

Un profesor de psicología me dijo una vez: «Todos pasamos por dos grandes depresiones mayores en la vida». Para los no familiarizados, la depresión mayor es uno de los grados en los que se divide una depresión en un manual diagnóstico. Existe la leve, la media y la mayor.

Sin embargo, cuando hizo este comentario no lo mencionó como algo triste, sino como algo «obligatorio».

¿A qué se refería? Bueno yo era bastante joven cuando lo escuché, así qué lo relacioné con la madurez. Como diría mi madre: «Si no te han dado un par de palos en la vida no sabes nada».

¿Qué sorpresa, no? Seguro que en los bares habréis oído a esa persona que se jacta de la época en la que estuvo triste y habla de cómo lo superó y eso le hizo mejor persona. Por lo tanto, parece que para poder pasar por una situación desagradable y para ganar conocimiento es inevitable no estar triste. Y el mundo real está lleno de estas historias.

Vaya, si parece que nos hace mejor persona, ¿por qué la evitamos constantemente?

Pero ¿qué es?

Comencemos definiendo qué es la tristeza. Se trata de una emoción universal. O al menos está reconocida como una de ellas. ¿Qué quiere decir esto? Que todo el mundo la siente y cuando esto ocurre es por alguna razón.

Se suelen reconocer cinco grandes emociones universales, aunque hay teorías que hablan de que los seres humanos podemos sentir muchísimas más y que son muy distintas según la cultura.

En sus estudios, Lazarus hablaba de tantas emociones como evaluaciones mentales hiciésemos de la misma. Entendiendo evaluación mental por la interpretación que hacemos de aquello que nos está pasando.

Por otro lado, en esta brillante charla, Tiffany Watt Smith nos cuenta cómo según la zona del mundo en la que vivas hay palabras para nombrar emociones que en otros idiomas y culturas son innombrables, además de que estas se interpretan diferente.

En su análisis, comenta los curiosos casos de muerte por nostalgia, una enfermedad documentada en el 1688 cuyo último caso fue en 1918 (en la Primera Guerra Mundial).

¿Cómo es posible que alguien muera por nostalgia? Al parecer, estas personas experimentaban tal dolor por alejarse de su hogar que les llevaba a la muerte. Sin embargo, esta «enfermedad» ha desaparecido, quedando solo la palabra para designar un sentimiento, aparentemente porque los valores de la sociedad actual hacen a la persona más fuerte a la hora de vivir separada. Ahora somos más independientes.

¿Y si está ocurriendo algo parecido con la tristeza? Como hemos comentado antes, se está produciendo un cambio en la forma de entenderla y, por lo tanto, de interpretarla. Además, este cambio también está ocurriendo en la felicidad, pues se busca a toda costa, haciendo que el mero hecho de no sentirte feliz acabe haciendo sentir culpables a las personas.

Sin embargo, toda emoción tiene una función y todas están ahí por algo. ¿Cuál es la función de la tristeza?

Elisabeth Kubler-Ross muy conscientemente mencionó a la tristeza antes de la aceptación en sus famosas cinco fases del duelo. Al observar a pacientes terminales observó que todos comenzaban a estar tristes en algún punto del proceso para después aceptar su situación.

Justo antes de la aceptación. Esto le hizo pensar que la tristeza era esencial, que sin ella esa persona jamás podría haber avanzado. De sus cinco fases, la gente suele mencionar la negación y la aceptación como las más famosas. Sin embargo, la más importante es la tristeza. Hasta que uno no está triste no consigue avanzar.

Por lo tanto, principalmente ayuda a una cosa: aceptar lo que está ocurriendo. Cuando estás triste quiere decir que entiendes lo que te ha pasado, comienzas a ser consciente de tu pérdida y comienzas a reconocer que algo no anda bien.

Saber estar en la mierda

Como la mayoría, he conocido a mucha gente que está pasando por un mal momento. Soy el primero que cree que hay que ayudar y echar una mano. Sin embargo, creo que estaremos de acuerdo en que al final se trata de provocar en la persona una motivación a salir de esa situación. Que el poder de cambiarla reside en ella y no en la ayuda que podamos brindarle.

Pero luego la realidad es otra. Pensemos en esa persona que evita su tristeza en un mundo de fantasía. Ocupa las 24 horas de su día para evitar pensar en esa situación, para estar siempre acompañado. Desde fuera, parece que todo va genial, sin embargo, habrá un momento de la semana que tendrá que parar, dejar lo que está haciendo y entonces empezará a pensar.

Es aquí donde se ve de qué pasta estamos hechos. Cada vez se tolera menos esta sensación y se busca evitarla como sea. No sé si es por la cantidad de opciones que existen hoy en día o por la presión por ser felices que tenemos constantemente, pero evitamos parar y pensar en «ello». Somos capaces de poner hasta 6.000 kilómetros de por medio para evitarlo.

Si a esta persona se le dijese que es bueno que reflexione un poco en lo que le pasa, que es bueno parar y pensar en ello para dejar salir esa tristeza. Quizás si alguien le comentase que hasta puede buscar ayuda y que hablar de ello le va a liberar. Quizás y solo quizás así esa persona aprenda a saber estar en la mierda y comience a pensar en cómo salir de ella.

Pero claro, está prohibido mostrarla, está prohibido pedir ayuda y está prohibido estar triste. Esto nos lleva al siguiente punto.

Independencia

Se nos dice en todo momento «no dependas de nadie», que cuanto más capaz seas de hacer las cosas solo, más fuerte serás. Se valora la independencia. Hasta tiene cierto morbo.

«Ahora somos más independientes».

Uno de los principales deseos de los universitarios al terminar la carrera es conseguir un trabajo para ser independiente y salir de casa. ¡Ojo que esto está genial! Refleja una forma de pensar en la que la independencia es vista positivamente.

Choca con lo que ocurría hace 50 años, cuando no se contemplaba tanto llevar una vida independiente. Que una persona se fuese a vivir sola e hiciese su vida no era tan bien visto. Afortunadamente esto también ha cambiado.

Sin embargo, puede que también haya arrastrado una ligera obsesión por depender solo de uno mismo. Hasta se entiende que cuantas menos relaciones haya en tu vida menos problemas vas a tener, ya sabes, todo depende de lo que tú hagas.

Un documental que me encanta habla sobre cómo en Suecia se exaltaron estos valores. En La teoría sueca del amor, la sociedad sueca de los años 70 proponía un nuevo modelo de familia en el que se incluían múltiples modelos familiares, no solo el convencional (¡menos mal!), y también se hacía énfasis en vivir solo como una opción personal.

El problema vino cuando la gente además de estar sola también dejaba de relacionarse. De hecho, 40 años después, de los cerca de 4,3 millones de hogares de Suecia, cuatro de cada diez hogares — o 1,7 millones — son unipersonales/de personas que viven solas. Y el número solo aumenta.

Bajo esta independencia se buscaba empoderar a la sociedad, romper con el esquema tradicional familiar y aceptar nuevos modelos que incluyesen a la gente que decidía hacer su vida sola. Se buscaba un desarrollo personal, pues no era mal visto no tener hijos y la gente se podía centrar en su carrera profesional.

Todos sabemos de los avances sociales y económicos que hay en Suecia, en parte por esta mentalidad. Sin embargo, bajo esta independencia se llegó al individualismo y la gente comenzó a estar sola.

Los suicidios aumentaron, sobre todo en los ancianos. Parece que cuando ya estás jubilado y la sociedad te dice que no eres apto —ya discutiremos esto en otro texto quizás—, estás totalmente solo y no tienes familia… Continúa tú la frase.

Ocurren casos en los que los ancianos fallecen y nadie se da cuenta hasta que pasan meses, ya que estos viven solos en sus departamentos y no reciben visitas familiares.

Cómo no, también existe esta tendencia en el resto de países de Europa. Cada vez somos más individualistas y queremos menos «depender» de la gente. Cada vez estamos más solos y cada vez somos más incapaces de tolerar esta soledad.

Parece que estamos dejando la pólvora al lado de la hoguera.

Somos seres sociales

Vaya, lo siento si has llegado hasta aquí para leer que tenemos que relacionarnos más, que dependemos los unos de los otros más de lo que creemos y que si hay maneras de ser felices, es con la gente que te rodea.

Hay que empezar a cambiar esa tendencia hacia la independencia por una tendencia a la interdependencia. Crear relaciones sociales sanas con aquellas personas que se acerquen a nuestros valores, gustos o simplemente nos llamen la atención parece que ayuda mucho más que aislarse en un cuarto.

Debemos de expresar más cómo nos sentimos, contárselo a la gente que nos rodea y no tener tanto miedo a expresar nuestras emociones.

¡Cuidado! No caigamos en la dependencia emocional, no hagamos que nuestra vida dependa totalmente de una persona hasta el punto en que obviamos nuestros intereses por ella.

Por último, si estamos tristes, debemos hablarlo, debemos de compartir esta emoción con la gente, absorber nuevas ideas, relativizar el problema y comenzar a pensar en cambiar la situación.

Tanto la independencia como la tristeza son buenas, pero debemos de saber gestionarlas.

Esto no es una receta para la felicidad. Esto es la vida.

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León Tórtora
EÑES
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