Kafka, el saltamontes

Julián González
EÑES
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2 min readMar 17, 2018
Kafka bebe café. Fotografía Julián González, 15 de marzo de 2018, Cali.

Se posa sobre mi taza de café. Sus enormes ojos no me observan a pesar de que por instantes se alinean con los míos. Y no me mira porque me desprecia.

Kafka ha venido a contarme que su vida a lo Gregorio Samsa no es nada terrible, y es mucho mejor y digna que la mía porque no está condenado a rumiarse un mundo en el que comediantes baratos como Trump controlan el botón nuclear. Además, me acusa de vivir en un país miserable. El tuyo tiene que ser un país miserable, me dice, para que un hombre insignificante y sin méritos goce del favor y el fervor de tus compatriotas.

«Los colombianos no dudan en celebrar su mano firme y su corazón grande, mientras su curriculum se va pareciendo cada vez más a un prontuario criminal», se burla Kafka.

Otro ejemplo: «Entre los de tu especie hay un gatillero confeso, Duterte, y gobierna un país de 100 millones de habitantes que lo aclama».

«El tuyo es un mundo —continúa Kafka— en el que un machito ex KGB maneja a placer la segunda potencia nuclear de la Tierra, y ha terminado por asemejarse a los zares que un siglo atrás los orgullosos obreros rusos consiguieron desterrar a patadas. Están feas las cosas aquí, y no hay razones para hacer parte de tu especie» —se ríe Kafka, que decidió morirse hace casi 94 años para reencarnar hoy en este elegante y chisparoso saltamonte.

Kafka me conversa. Fotografía Julián González, 15 de marzo de 2018, Cali.

—¿Por qué no encarnaste en el oscuro y aparatoso insecto de tu Samsa? —le pregunto.

Aunque no lo creas ese animalejo todavía tenía algunos rasgos humanosdice con verdadero asco.

Una mueca antropofóbica se dibuja en su rostro. Aún se niega a mirarme. No soy digno.

Lo aplasto sin pensarlo dos veces. Así redimo a Pinocho que jamás pudo —aunque siempre quiso— destripar a Pepé Grillo, ese molesto sabelotodo que amenazaba la inocencia de un trozo de madera que se soñaba niño.

Tenemos derecho a soñar que somos dueños de nuestro propio destino y del mundo que habitamos, a pesar de la evidencia en contra.

«La próxima vez, regresa como ameba», le digo a lo que queda de Kafka bajo la suela de mi zapato.

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Julián González
EÑES
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