La Gran Muralla

Natán Calzolari
EÑES
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2 min readJun 3, 2013

A dos cuadras y media de donde trabajo hay un supermercado chino. Se llama La Gran Muralla. Las primeras veces que fui me llamó la atención la chinita que me cobraba en la caja: parecía de unos 17 o 18 años, y era como linda, pero me costaría explicar por qué. Después no la vi más. Me intriga un poco saber qué le pasó, si sus padres la habían traído a Argentina contra su voluntad, si se quería ir, si la hicieron volver.

Cartel improvisado en "La gran muralla".
Cartel improvisado en «La Gran Muralla».

Después, durante un buen tiempo, cada vez que iba me atendía algún chino distinto de la familia. Es decir, creo que son una familia. El único que no me atendió nunca es el viejito que parece ser el capo máximo: ese estaba siempre sentado afuera, de piernas cruzadas, con alguna camisa hawaiana medio desprendida, hablando por Nextel, con un aire Yakuza. La mujer del capo tampoco me ha atendido muchas veces. Siempre está corriendo —literalmente, corriendo— por los pasillos, acomodando mercadería. La veo agacharse a juntar cosas y me recuerda un poco a esas películas asiáticas de terror, como El ojo, La llamada, El grito, donde los cadáveres se retuercen de una manera impresionante. Los que sí atendían en la caja eran dos o tres jóvenes, de los que ahora solo queda uno. Y al capo máximo hace unos meses que no lo veo. El personal va rotando.

Ahora trajeron a una nueva chica que no me termina de caer bien: cuando me pide que le pague con el cambio justo me tira unos gritos casi violentos. Y además me suele dar golosinas en lugar de monedas, lo cual entiendo, porque muchos comercios lo hacen, pero me lo dice en un tono que pareciera no dejarme opción. Hay veces en que la agarro leyendo un libro para aprender español. Se nota que progresó bastante, aunque todavía le falta: hay viejitas que le hablan de sus nietos mientras pagan y ella simplemente asiente y dice «sí, sí». Yo creo que no les entiende nada.

Paso por La Gran Muralla casi todos los días. Llevo yogur, o una lata de atún, para comer al mediodía en la oficina. Y cuando pago veo que tienen un maneki neko —que es japonés— sobre el mostrador, invitándote a que sigas comprando, o a que vuelvas. Vaya uno a saber, son un misterio.

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