La increíble fuerza de la costumbre

Diego Venegas
EÑES
Published in
4 min readMar 14, 2018

A los quince años cumplidos mi mamá me regaló una yegua. Blanca su nombre. Extraño regalo para un «citadino» de clase media, yo sé, pero quien sabe lo que quiere cuando tiene quince… o veinte… no sé o cuarenta años. La equina se quedaba períodos largos de tiempo bajo los cuidados de unos jornaleros que vivían cerca de la finca en donde se resguardaba el dichoso animal. En vacaciones del colegio, en ese tiempo, añoraba llegar a montar a la briosa «yegüita», que por cierto no estaba del todo amansada y de cuando en cuando tiraba patadas de desdén ante mi inexperiencia y juventud.

Resulta que un buen día decidí ir más lejos que de costumbre, amarré la silla de montar, me senté y me fui confiado. Íbamos, animal y persona, en contento trote, de pronto, el camino mostraba una bifurcación, un desvío. Una maldita «y» en el sendero provocó el desastre. Mi objetivo era seguir derechito por donde iba, hacia adelante, pero mi amiga de cuatro patas tenía otro rumbo. Ella quería doblar a la izquierda, donde estaba su corazón, y así en medio trote cambió su destino.

La silla no estaba bien amarrada pues, a mis quince años, el ímpetu e inquietud pululaban y me impidieron poner especial atención a algunos «detallitos de poca importancia», como lo fue en ese momento sujetar correctamente la silla que me mantendría lejos del suelo y del implacable poder de la gravedad sobre mi cuerpecito adolescente. Y así, como de canto, la silla fue moviéndose de manera inusual. El aterrizaje forzoso ya era inminente. La caída, épica; el golpe, seco y contundente; el aire me faltó durante unos minutos. En fin, el asunto no pasó a más, ya ustedes saben, nada que un yeso por fractura en una muñeca y un helado no pudieran arreglar. Sobra mencionar que mis sueños de campeón ecuestre llegaron hasta ese momento. Una transacción y el animal no fue más de mi propiedad.

Por cierto tiempo medité en el importante suceso que me viera enfrentado a una muerte segura —por exagerar demasiado, a veces me gusta ser dramático—. Llegué a la conclusión que la costumbre es una fuerza insospechada. Emite un empuje casi imperceptible pero en muchas ocasiones, imparable. Mi amiga Blanca había interiorizado el camino que utilizaban sus habituales cuidadores, los jornaleros antes mencionados, pues resulta que su casa estaba situada al lado izquierdo del camino, aquel que recibió de manera hostil mi corporalidad. La yegüita estaba acostumbrada a andar por ese sendero, y con mucha normalidad doblaba a la izquierda para llegar al destino de sus cuidadores, situación que para mi infortunio, me era desconocida.

Desde entonces he creído que en mucho nos parecemos a Blanca. Aunque no nos hayamos puesto a pensar en esto, ¿cuántos caminos a la izquierda hay en nuestros rumbos, cuántas veces nos detenemos a tratar de parar la rutina, los caminos conocidos, las mismas situaciones, repetitivas, constantes, imparables? La complexión de nuestras vidas hechas nos definen, nos regulan, nos manejan. Hay mucho en juego, no es cosa fácil cambiar nuestras rutinas preestablecidas. Yo primero que ustedes me hago esta pregunta: ¿y si me incomodo, y si cambio mi perspectiva, y si zarandeo mis paradigmas? ¿Con qué objeto?

Si bien no pretendo que consideremos un trascendental cambio de consciencia que incluya el renacer del yo, al menos me propongo y les inquieto a pensar en cambiar la ruta de vez en cuando. Hacer un poco más de lo que siempre hacemos, para variar; probar nuevos sabores de café; en fin, experimentar cosas nuevas. Permitirnos la equivocación como un ejercicio de crecimiento y auto-conocimiento, meter la pata, sufrir, crecer y levantarnos en una forma diferente y mejor de lo que ya somos.

Propongo entonces que la costumbre es una fuerza, definido este concepto en física como:

…que deriva del vocablo latino fortia, puede aludir a la capacidad para desplazar algo, ejercer una resistencia o sostener un peso.

Y es que, en efecto, esa costumbre nos ejerce una resistencia a que seamos una mejor versión de nosotros mismos. Nos es más fácil quedarnos con nuestras mañas y defectos que hacer un cambio, que ser mejores hijos, esposos, amigos, trabajadores o padres. A la vez también nos obliga a sostener el peso de lo que quisimos ser y no pudimos llegarle. ¿O solo yo me he sentido así?

En ocasiones he ido conduciendo, con un objetivo en mente, cuando me doy cuenta estoy en un lugar diferente al que me dirigía. ¿La razón? Seguir el mismo rumbo de siempre. Mi cerebro, amante de lo rutinario, me juega pasadas. Hay que ejercer un esfuerzo equivalente o mayor de fuerza para cortar dichas rutinas.

«Somos animales de costumbre», por ahí se dice. Blanca lo fue, aprendí a los golpes. Si he de golpearme otra vez quiero que sea porque intenté algo nuevo y no por seguir la increíble fuerza de la costumbre.

--

--

Diego Venegas
EÑES
Writer for

Escritor aleatorio. Encontrando un destino seguro...