La verdadera marca del placer

Bruno Losal
EÑES
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3 min readFeb 9, 2018
“A tabby cat lying on the ground and yawning in Winden am See” por Martina Misar-Tummeltshammer en Unsplash.

El bolero dice: «Y he mojado mis sábanas blancas recordándote», todos pensamos que es una bonita metáfora de estar caliente, cachonda, de haber gozado mi vida. Pero la verdad es que nos tienen a todos engañados. Follar está bien, hacer el amor tiene sus cualidades innegables y no vamos a poner en tela de juicio lo espectacular que es un buen orgasmo. Es cierto, se hace deporte y se conoce gente, e incluso en algunas ocasiones más de una a la vez.

Pero no os dejéis engañar, esta no es la única marca del placer y, por supuesto, no es ni la más buscada ni la mejor. Hay un nutrido grupo de pistas que va dejando el cuerpo humano por la vida que demuestra que somos unos hedonistas, unos esclavos de eros y que, a la primera de cambio, no dudamos en darnos un gusto al cuerpo. De todas las pistas yo me voy a concentrar en las que creo que son las más importantes y las que definen el placer de forma más absoluta.

Si voy por orden inverso, una de las marcas de placer más importantes es la que nos queda en la ropa. Esa mancha que demuestra de forma indiscutible que nos hemos puesto las botas comiendo. Esa grasa, proteína o hidrato de carbono que se escapa por la comisura de los labios porque somos unos gordos en potencia, porque nos gusta comer y disfrutar. Ese líquido que se escapa cuando cerramos nuestras fauces e intentamos masticar y nos damos cuenta de que nos falta boca o nos sobra comida. Esa mancha, ese detalle en la ropa, es una de las cúspides del placer, del gozo, del disfrute.

La siguiente, y para mí campeona, es la que partiendo de la misma zona que la anterior deja la marca que delata ese momentazo de placer: la saliva de la siesta. Pero antes de que todos asintáis con la cabeza, no todas las siestas entran en esta categoría. Hablo de la que te quedas traspuesto casi sin querer, que durante el periodo que va de los diez minutos a la media hora, tu conciencia se diluye mientras pasas de escuchar a oír y de oír a imaginar que te hablan.

Ese placer de despertarse con dolor de cuello, la mejilla empapada de tu saliva y el cojín con la marca culpable de tu pecado. Por Dios, nada mejor que ese momento. Puede ocurrir antes de comer, después e, incluso, se han recogido casos de siestas durante la ingesta.

Reconocerlo el sexo está bien pero implica más de una persona y no siempre están a mano o tú no tienes ese don natural. Así que para los que son feos, poco resultones, poco agraciados, nada atractivos, pero que digo, para todos, para ellos y ellas, la siesta traspuesta es un placer al alcance de todo y no necesitas a nadie para conseguirlo.

Y sino me creéis, mirar la foto del gato, que se le ve más contento que unas castañuelas.

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Bruno Losal
EÑES
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Mi vida esta basada en hechos reales, como lo cuento quizás no tanto.