Las excelencias del abismo

Philipp
EÑES
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3 min readApr 3, 2018

Hubo un tiempo muy específico en el cual comenzó a causarme especial regocijo todo sendero hacia lo oscuro. Toda luz, toda alegría o felicidad, sonrisa y brillo me parecían pueriles y simples, de ocioso carácter. Un chorro autómata de adrenalina cuya única razón de existencia es su espontaneidad, que nace de un incierto impulso, está, pero muere sin haberse dado tiempo a saber por qué habitó; un soplo al alma.

Las lúgubres sombras del pensamiento, la aflicción, el anhelo a un fallido futuro o la nostalgia desgarradora de un sol de verano, esa incertidumbre que apresa y oprime la garganta… La sepia melancolía, adictiva hasta volverse cómoda. Es un arco que carraspea las cuerdas del violín en notas interminables de pentagramas siempre demasiado cortos. Una elaboración más artesanal, más vital. Pueden macerar durante meses y años, ocurriendo, nutriéndose y viviendo con nosotros. Así, su legitimidad a existir se vuelve sobresaliente; enraizada y entretejida en el alma.

En ese despeñadero mermado de luz y guía, en sus oquedades cobijadas del bien y del mal, se encuentra uno mismo desarmado, sin poder hacerse daño. Escudado hasta el espíritu, sin que el mundo pueda hacerle daño. Es justo ahí, en ese silencio neutral y estéril, donde el espíritu se ensancha en desahogo, se siente libre y rezuma clarividencia por los poros, donde germinan a menudo reflexiones sobre las esencias del propio yo. Es esa la libertad plena, que únicamente podemos encontrar con lo que solo mencionado hace desaparecerlo, de lo que exclusivamente ilumina sin quemar la retina y acompañados de lo único que no acompaña. Opciones binarias que beben la una de la otra para poder existir sin cohabitar; silencio, oscuridad y soledad. Siglas irónicas esas últimas, pues, como tantas veces en nuestro devenir, cuando marchita la histeria del destino, florece la alegría del camino.

Aunque es condición del ser humano asumir con soberbia la simpleza en lo ajeno, mientras que en lo propio aseveramos una excelsa complejidad, en este punto nuestra graduación del nivel de ofensa es muy baja, porque se encuentra uno abducido en su propio periplo laberíntico, en la más absoluta conciencia de su genuina complejidad. Y así ocurre, que sin erigirse causantes de final alguno, fastidiosos e inoportunos autoproclamados salvadores van y vienen, nunca malintencionados, pero incapaces de comprender, debido a la propia naturaleza integradora del socorro, que este es un camino que requiere de ser recorrido en soledad.

El calor existencial que el abismo ofrece ese extraño confort prohibido, aprisiona nuestra huida y la vuelta al superficial mundo de ahí arriba. Un mundo que está corrompido por la felicidad artificial, por la satisfacción de la notoriedad y el constante navegar de las superficies. Una oda al ruido, sin apenas señales, sirviente del cero filosófico absoluto. El desconcierto y el susto se materializan en un reflexivo fruncir; ¿qué necesidad tendrá la boca de cerrarse y privar al paladar de este éxtasis de delicias?

Tal vez sea esa cosa de ser animales sociales, o que la intensidad de nuestra oscura hoguera nos abrume y angustie, pero al final, de una forma u otra, la luz atraviesa las vidrieras y llena las grietas de nuestro indómito santuario y, poco a poco, la evangelización sufrida se disipa. Pero sin desaparecer del todo, ya que aquellos quienes hemos estado rindiendo tributo al dolor el tiempo suficiente tenemos una singular empatía y una especial sensibilidad hacia nuestro abismo y, por ello, siempre quedará algo en nosotros de aquel tiempo extraño, cuando, debajo de un manto negro, nos arrancamos el mundo de adentro y bebimos del jugo de una libertad embriagadora.

Luego solo es cuestión de encontrar una forma de usar ese magma posdepresivo en beneficio propio. En la fase de conversión social solo hay que convenir ese ligero sadismo con una esencia hedonista, donde la fascinación de la negrura encuentra mutualismo con las artes, el pensamiento, las decisiones, amistades… Es una maravillosa forma de mejorar como persona, ser más consciente de uno mismo y afinar su propio espíritu. Al igual que atormentado vive aquel que piensa, disfruta aquel que tiene consciencia sobre lo que siente.

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Philipp
EÑES
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Alemán de nacimiento, de ningún lugar por crecimiento.