Las mujeres que conozco

Diego Venegas
EÑES
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3 min readMar 7, 2018

Tenía unos trece años al momento que entré a la sala. El ambiente judicial me era familiar y, a diferencia del temor y seriedad que causa en algunos imputados y acusadores, para mí era un día más en la oficina de mi madre.

Las sillas del recinto estaban llenas, policías de un lado, familiares del otro, la tensión podía casi olerse en el ambiente cual bocanada de humo nauseabundo, que amargaba la expresión de la mayoría de los espectadores.

Mi razón para estar ahí, curiosear una vez más lo que hacía la jueza, la que presidía la diligencia penal que decidía el destino del acusado en el estrado, que para el caso que nos ocupa es esa misma señora que me protegió toda la vida como una leona, y que me quitó la caca de los pañales cuando era un pequeño. Así me acostumbré a verla a ella con el paso de los años, una mujer fuerte, decidida, que tiene un equilibrio casi divino de fortaleza mental, autoridad y cariño.

Ella es de las mujeres que no temieron a las represalias sociales de romper con la norma de quedarse en la casa cuidando «carajillos», de esas mujeres que aprovecharon el estado benefactor de Costa Rica (1948 a 1980) para sacar lo mejor de él. De las mujeres profesionales que criaron hijos de una forma diferente, en su época, a la de la mayoría de la población de este país en vías de desarrollo. A punta de trabajo, a punta de éxitos profesionales, pero también de correr en la casa, de hacer tareas a última hora, de alistar uniformes, y hasta de intuir emociones al vuelo, así fue que me crió mi madre.

Hoy, hombre adulto, casado y con hijos, me doy cuenta del impacto positivo de esta crianza —suigéneris para la época— en la que traslado el valor de la mujer decidida, fuerte y trabajadora, para acompañar en igualdad de condiciones a mi pareja en la faena de criar hijos y formar una familia.

Mi esposa trabaja más y su remuneración económica es mayor a la mía, ambos profesionales en sectores estatales, y la pura verdad eso «más me suma que me resta», y me hacer ser consciente para, no solo ayudar, como dicen algunos, sino para tomar protagonismo en la crianza activa de los hijos,
y sí, aunque a los «machos» no nos guste, tomar un rol protagónico en las tareas domésticas.

No pretendo creerme un superhéroe porque en ocasiones cocino la comida, lavo la ropa, y limpio el piso de la casa familiar, pero sí deseo hacer hincapié en lo mucho que nos ha facilitado la vida a mí y a mi familia no ser parte del rol social del hombre proveedor que sale a cazar la comida de toda la manada, para después sentarse en el sofá a leer el periódico y cuando finalmente está
aburrido sale con sus amigos, dejando las fastidiosas tareas domésticas donde según él pertenecen: a las mujeres.

Y es que crecí con ejemplos de otra mujer, según la sociedad las define. Las mujeres que conozco son decididas, trabajadoras y valientes. Son abogadas, ingenieras, juezas, madres, enfermeras, esposas, hermanas, amas de casa. Las mujeres que conozco no son flacas, gordas o modelos; no son una diversión o un buen o mal gusto. Las mujeres que conozco me engrandecen con sus virtudes, son sagaces e irreverentes cuando amerita. Se echan una discusión de política, economía o lo que sea, de manera acalorada con cualquiera. Y esa, mis amigos, es la mujer que me gusta, la que conozco, la que no se deja, la que ama con acciones, la que enseña con una caricia, a sus hijos, a sus nietos, a su gente.

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Diego Venegas
EÑES
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Escritor aleatorio. Encontrando un destino seguro...