Limosna

Norber Tebes
EÑES
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1 min readMar 14, 2018

Creo que sin saberlo
supimos siempre lo elemental,
vos no pactaste nada conmigo,
yo nada con vos,
sino ambos más bien
con la necesidad
que solía habitar en alguna pieza
del hotel de Mendoza al 1200,
pero casi siempre en la liturgia de tu departamento.
Sucede que la necesidad
tiene un ímpetu propio y
también su propia moraleja.
Solventada la necesidad, nos dejaba.
Y cuando nos dejaba,
nos dejaba miserables,
humeantes, desnudos,
más cada uno que nosotros
y no quedaba terreno para tendernos la mano
ni hablar de política, de Radiohead, de colonialismo cultural;
dejaban de crecer misterios en las ventanas
y otra vez
le pertenecíamos al séquito del mundo
con sus muertos, mochilas y suertes.
También vale decir
que me bastaba mirar tus piernas
y recién ahí ver la necesidad
que me conminaba a emborronar
lo mediato
con oleajes que no se escriben,
menos se persiguen,
más se alejan,
hasta que no quedara de mí
más que un uno igual que todos
aunque se me agrandara la sonrisa
sobre el techo de la gente.
Es tan poco lo que pudimos hacer
con eso de desearnos,
mordernos,
deleitarnos como bestias,
más que contárnoslo
y resolverlo un sábado cualquiera
sorteando el vacío
al que estamos condenados
cada uno por su propia desventura.

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