Lo bueno, lo malo y lo feo de ‘Three Billboards outside Ebbing, Missouri’

Javier Montenegro Naranjo
EÑES
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6 min readMar 12, 2018
Imagen: anygoodfilm.com

Nunca he creído en las películas perfectas. Sí creo en cintas con más virtudes que defectos, donde los problemas de guion, actuación, o un presupuesto mal empleado, se solapan bajo sus fortalezas y nos hacen sentir bien con el resultado final. Si el film logra emocionarnos, transmitirnos una idea, y nos gusta cómo lo hace, o no somos capaces de ver los hilos sobre las marionetas, ¿por qué vamos a quejarnos?

Three Billboards outside Ebbing, Missouri es una película donde un guion flojo pasa desapercibido gracias a casi todo lo demás.

Siete meses después, Mildred Hayes (Frances McDormand) decide emplear tres vallas publicitarias abandonadas a las afueras de un pueblo, para poner el foco de atención en un feminicidio no resuelto. Su hija fue violada y asesinada, y la investigación al respecto se ha estancado debido a la falta de pistas. Ese es el punto de partida. Parece bueno, pero después de cincuenta minutos, te das cuenta de que no lo es; durante todo este tiempo nos presentan a los personajes, la reacción de los habitantes del pueblo a la novedad, pero con o sin carteles, no hay nada nuevo en el caso y la narración no avanza.

Y aquí aparece lo que creo es el primer problema del guion, pero tampoco es el fin del mundo: la necesidad de agregar un nuevo elemento disruptivo, que provoque reacciones en los personajes. El Sheriff (Woody Harrelson) está enfermo de cáncer y decide suicidarse. Antes de hacerlo, deja una serie de cartas a un grupo de personas y paga un mes más para que los carteles se mantengan en las afueras del pueblo. Así empiezan las reacciones; la mayoría de los habitantes culpan a Mildred por el suicidio; el oficial Dixon (Sam Rockwell) golpea y lanza por la ventana al dueño de las vallas publicitarias; y alguien quema las vallas. Nuevas reacciones: Mildred decide incendiar la estación de policías. Y volvemos a encontrarnos con otra inserción forzada en el guion y una escena patética.

Dixon, despedido de las fuerzas policiales, entra en la estación durante la noche a recoger una carta que el Sheriff le dejó. Decide leerla en la oscuridad, mientras sus audífonos le aíslan del mundo. La voz en off de Woody Harrelson lee la carta. De fondo musical Last Rose of Summer interpretada por Renee Fleming. Mildred llama por teléfono una y otra vez a la estación para asegurarse de que no hay nadie dentro y Dixon no escucha las llamadas.

Durante ese minuto de lectura, el hombre más violento, irascible e impulsivo de la cinta, se transforma en una persona pausada. El cuarto coctel de Molotov entra por la ventana y saca a Dixon de su momento de iluminación. Está rodeado de fuego y no tiene por donde salir, pero su primera acción es poner a buen resguardo el archivo del caso de Angela Hayes, la hija de Mildred. Lo protege y salta por la ventana; sufre fuertes quemaduras, pero el archivo está a salvo. Puedo estar equivocado, pero este es el punto más alto de la película, la transformación de un mal policía y pésima persona en alguien de bien, o al menos con un matiz que hasta ese momento no nos habían mostrado, al punto de poner en riesgo su integridad física para ayudar a otros. Y no es que una persona no pueda cambiar su forma de ser de manera abrupta, es que no es verosímil cómo me lo muestras, mucho menos cuando intentas revestir la escena con un halo de grandilocuencia a través de la voz en off y una música que refuerza esa idea. Lo estás forzando, intentas buscar una complicidad con el espectador induciéndole un estado emotivo, con una tensión in crescendo con el lanzamiento de los cocteles Molotov, y te olvidas por completo de la evolución del personaje. Mientras Woody Harrelson termina diciendo «y sí, has tenido una racha de mala suerte, pero las cosas van a cambiar para ti, puedo sentirlo», entra el cuarto coctél por la ventana y explota. «No es justo para Dixon», pensamos. En ese punto, donde nos han llevado a sentir una empatía por el personaje a través un texto sentimental y poniendo en peligro su vida, el director logra engañarnos y hacernos creer que el cambio del personaje es creíble, pero no, en realidad lo que hizo fue golpearnos cuando teníamos la guardia baja.

Si nos tragamos esa escena, y creo que todos lo hicimos, llegamos al punto de permitirle cualquier acción al personaje de Sam Rockwell. Recibir una golpiza en un bar para obtener el ADN de un sospechoso. Una conversación pausada con el hombre que le despidió de las fuerzas policiales. Una disculpa al chico que lanzó por la ventana —escena conmovedora gracias a Red (Caleb Landry Jones)—. Su capacidad para perdonar a Mildred por incendiar la estación de policías y quemarle el rostro. Al terminar la cinta al menos yo sentí que todo iba más acerca de la evolución de Dixon que la reacción provocada por las tres vallas publicitarias, y por eso creo que su transformación debió ser más elaborada.

Ahora, del otro lado de la balanza, ¿por qué no nos importa o no notamos los problemas que pueda tener el guion? Por todo lo demás. Las actuaciones de cada personaje son geniales, y no solo me refiero a los protagonistas, sino todo el reparto. La madre de Dixon (Sandy Martin) te da todo el contexto del hogar disfuncional donde creció. La esposa del Sheriff (Abbie Cornish), con toda la rabia contenida para no culpar a Mildred por la muerte de su marido, te abre un lado humano que en el cine, por lo general, no es abordado (payback bitch!). Penélope (Samara Weaving), la novia del ex esposo de Mildred, una chica ingenua e inocente que destila bondad y es incapaz de ver las tensiones que provoca a su alrededor. O el mismo Red, que intenta luchar contra su cobardía y tratar de hacer lo correcto mientras está en sus manos. Y de los protagonistas, más allá de que Frances McDormand sea el centro y esté espectacular, Sam Rockwell se roba el show, es el personaje que hace mover la historia después de la hora de película.

Y como no me pareció buena la escena de Dixon leyendo la carta, el plano secuencia de él al salir de la estación para lanzar a Red por la ventana es espectacular. La escena en el restaurante entre el enano (Peter Dinklage), Mildred y su ex (John Hawkes) también es otra joya por mostrar la otra cara de la madre que sufre por la muerte de su hija; más allá de toda su desgracia, Mildred es una hija de puta amargada, y junto a estas pinceladas finales a su personaje, el director le da un chance de controlar toda su ira a partir de su interacción con Penélope para lograr un personaje más creíble aún.

Cuando uno valora en su total una película, que es como debe hacerse y no por partes como hice yo con el guion, lo importante es el saldo final que te deja, no el grado de perfección alcanzado en cada uno de sus apartados. Y en Three Billboards… la sensación final es de sobrecogimiento, de haber presenciado una gran historia; y además, sin haber tocado el tema directamente, la espina del feminicidio nos molesta todo el tiempo, no solo por el crimen no resuelto sino porque intenta hacernos creer que a veces el sistema no tiene herramientas para encontrar o castigar a los culpables, y otras prefiere no intentarlo, como es el caso el soldado al que Dixon escucha confesar.

Más allá de que me sienta manipulado de forma burda en un momento determinado de la película, y de creer que ese momento es determinante en Three Billboards…, la película funciona a las mil maravillas. Pero no deja de ser divertido y estimulante buscar esos momentos donde las costuras son más visibles y aun así nos cuesta darnos cuenta de cómo están jugando con nosotros, o peor, cuánto lo disfrutamos.

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Javier Montenegro Naranjo
EÑES
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Amante de los videojuegos, pelis clase Z y especialista en caso de apocalipsis zombie.