Lo que aprendí leyendo a Van Gogh

La búsqueda constante de mejorar en un artista tan perseverante como atormentado

Kalen López
EÑES
5 min readMar 14, 2018

--

Vincent Van Gogh interpretado por Robert Gulaczyk. Fotograma de «Loving Vincent» (2017)

El mes de noviembre del año pasado decidí que necesitaba tiempo para pasar conmigo misma. Me metí en una sala de cine y vi una de las películas de animación más hermosas de mi corta vida: Loving Vincent.

Luego de eso tuve el arrebato de conseguirme un libro de correspondencias de Van Gogh, y lo hice: una recopilación de hasta 400 de las 600 cartas que envió a su hermano Theo, desde 1872 hasta su muerte en 1890.

Van Gogh habla de muchas cosas en estas cartas: principalmente de arte, pasión que comparte con su hermano, un marchand de cuadros impresionistas. Pero no solo de esto, sino también de sus relaciones amorosas, familiares, educativas o laborales con otros artistas, y por supuesto de sus pensamientos, ideas y estados de ánimo, los cuales van empeorando hacia los últimos años de su vida.

No entiendo mucho de pintura —en realidad mi fuerte son las artes audiovisuales—, así que recorrí las hojas sin entender mucho cuando el artista hablaba de técnicas. Sin embargo hay algo puntual que me quedó revoloteando a través de las cartas: la perseverancia que Vincent Van Gogh tenía para con su trabajo.

Creía fervientemente que mientras más pintara, más mejoraría. Si bien tuvo periodos más productivos que otros, siempre se encontraba trabajando en nuevos estudios, dibujos o pinturas. A veces se dedicaba más a uno o a otro por dificultades económicas o carencia de tubos de color. Otro problema fue la falta de modelos para estudios de figura —fuera porque no podía pagarles o porque en los pueblos en los que se erradicó, la gente se negaba a posar—, a esto respondió comenzando a autorretratarse.

«Selfportrait as a painter» (1887–1888)

Yo no tengo más que la elección entre ser un buen o un mal pintor. He elegido lo primero. Pero las necesidades de la pintura son como las de una amante ruinosa; no se puede hacer nada sin dinero y nunca se tiene bastante. (Carta 520; Arles, Francia)

Aún en ciertas cartas más oscuras y pesimistas consigue deslizarse la pasión de su trabajo como artista. En una correspondencia enviada durante su estadía en París, expone uno de sus mayores temores y melancolías: el de ser una carga económica imposible de costear con su propios cuadros.

Yo no sé qué resultará; quisiera sobre todo ser menos una carga —y esto no es imposible de ahora en adelante— porque espero hacer progresos de manera que puedas mostrar osadamente lo que hago sin comprometerte. (Carta 462; París, Francia)

A pesar de que cuando sus crisis empeoraron, tuvo que alejarse del trabajo, volver a él siempre causaba un estado positivo, al menos en lo que mencionaba en sus cartas. Se nota su melancolía ante las dificultades para pintar que sufrió entre finales de diciembre de 1888 y mayo de 1889, a raíz del episodio de la oreja que lo llevó a tres internamientos consecutivos. Su posterior reclusión en la clínica de Saint Remy significó un peor y un cierto mejor: si bien las crisis continuaron dándose, el artista pudo instalarse un taller y volver al trabajo. Pintó allí, azotado por su enfermedad, la famosísima Noche estrellada, vista desde la ventana del sanatorio.

Esto nos lleva al punto de la tan comentada locura de Van Gogh. Posteriormente leído el libro, intenté investigar su condición, pero al parecer ninguno de sus médicos supo cómo diagnosticarlo. Según la información de la muestra On the verge of Insanity disponible en la página del Museo de Van Gogh, se sugirieron diagnósticos como trastorno bipolar. Para los últimos meses las crisis que sufría lo habían sumido en un estado de desesperación y sensación de fracaso del cual ya no saldría.

Un cielo tormentoso, un campo solitario y cuervos. «Campo de trigo con cuervos» (1890) es considerada la última pintura antes de su muerte, terminada pocos días antes de que el artista se disparara.

Repito: no sé nada de pintura, no sé si Van Gogh les parece bien o mal pintor, mejor o peor persona. Pero lo que sí digo es que sus enormes ganas de continuar a pesar de cualquier mal augurio y ambiente tormentoso, son inspiradoras para cualquier artista. Vuelvo sobre una de las primeras correspondencias:

Es verdad que el porvenir es bastante sombrío ; es verdad que habría podido hacerlo todo mejor; es verdad que nada más que para ganarme el sustento he perdido tiempo […] Pero en el camino en que me encuentro debo continuar. Si no hago nada, si no estudio, si no busco más, entonces estoy perdido. Entonces, desgracia sobre mí. Así es cómo encaro las cosas: continuar, continuar, eso es lo necesario. (Carta 133; Borinage, Bélgica)

Las inseguridades no son ajenas a los que trabajamos en el arte: creo que cualquiera que comienza o se traslada en este ámbito bohemio e inestable las tiene. Pensamos si en realidad podremos vivir de esto, si somos lo suficientemente buenos, si tenemos lo que hace falta. El arte en todas sus formas siempre ha sido complicado y caro. Significa un sacrificio económico y emocional, que generalmente viene acompañado de un avance en la habilidad más lento del que desearíamos.

Pero bien, Van Gogh comenzó a dedicarse a la pintura de mayor: a partir de los 27 comenzaría a dedicarse al estudio del dibujo y la perspectiva, a los 32 pintaría su primera obra conocida —Los comedores de papa (1885)—. En ocho años antes de su muerte pintó una monstruosa cantidad de estudios con la esperanza de mejorar y crecer. Lo llamaría incluso testarudo, pero una clase buena de testarudez: la que ahuyenta la idea de que si hemos fracasado, no queda más nada que hacer.

Posdata

Ver «Loving Vincent» fue la frutilla del postre en un año en el que estuve en contacto con personas que están lidiando con enfermedades mentales tales como depresión, ansiedad y trastorno bipolar. La película —la cual recomiendo fuertemente por su magnificente y bella realización— tiene un diálogo preciso en el que uno de los personajes habla de la crueldad con la que se trató a Van Gogh en Arles, a «un hombre que estaba enfermo». Esto pone una y otra vez algo en mi mente: la necesidad que tenemos todos de entender las enfermedades mentales y sacarlas del tabú y del oscurantismo.

Recomiendo sobre esto una página muy interesante —una pena, solo en inglés— que se llama «The Mighty», a la cual pueden subscribirse para recibir artículos escritos por padecientes de varias condiciones, no solo mentales.

--

--