Manifiesto contra los biocorrectores
Breve relato de ciencia ficción sobre medicina
La primera vez que oí la palabra «biocorrector» fue en la universidad, en la asignatura de «Historia de los sensores médicos II». Allá por 2044.
Nos explicaron cómo se realizó el primer implante de marcapasos. Se realizó en 1958 y es considerado como el primer biocorrector implantado con éxito en un ser humano. El receptor fue un sueco de 43 años de edad llamado Arne Larsson. Tras la implantación se convirtió en todo un activista en pro de los marcapasos y durante su larga vida (vivió hasta los 86 años) llegó a implantarse 25 marcapasos distintos.
Desde entonces los biocorrectores han evolucionado mucho. Ya no son tan específicos como entonces, ahora son unos dispositivos capaces de regular todo nuestro organismo desde dentro. Somos cada día un poco más ciborgs, aunque algunos dirían que la humanidad ha conseguido corregir la imperfección de la propia humanidad. Incluso algunos afirmarían sin rubor que los biocorrectores nos hacen más humanos.
Como doctor en neurocirugía siempre me he sentido muy a favor de su uso. Corrigen aspectos biológicos clave para la salud como la creación de encimas, la absorción de grasas o el nivel de colesterol. Son capaces de monitorizar el correcto funcionamiento de todos los órganos del cuerpo y de alertar al paciente cuando necesita hacer algo respecto a ello, ya sea tomar complementos vitamínicos, medicamentos o visitar a algún especialista.
Pero de unos años a esta parte, algunos compañeros de profesión y yo hemos estado alertando sobre la evolución que están viviendo los biocorrectores y los evidentes problemas éticos que conlleva dicha evolución. Nuestro código deontológico nos obliga a alzar la voz sobre este futuro problema.
En realidad, el problema comenzó con aplicación de sensores capaces de enviar impulsos al cerebro. El cerebro podía interpretar dichos impulsos como órdenes. La comunidad médica se dividió entre los que estaban a favor y los que estaban en contra de dicha capacidad.
Los argumentos a favor eran de peso. El sensor permitiría regular aspectos de la salud asociados al comportamiento. Podíamos eliminar definitivamente el uso de drogas como el tabaco o el alcohol (por no hablar de drogas más duras). También se podrían regular los hábitos alimenticios, se regularía la injesta de grasas antes incluso de que pudieran entrar a nuestro organismo. Sería el principio del fin de la obesidad.
Los argumentos en contra estaban claros. Entrar a regular el comportamiento de la gente dejaba la puerta abierta a la manipulación de la mente, algo que podía poner en peligro nuestro libre albedrío. ¡El ocaso de la humanidad!
Al final se accedió a la posibilidad de influenciar en el comportamiento mediante sensores. No sin antes asegurar unas reglas básicas para tranquilizarnos a los contrarios al avance. Unas reglas que en esencia acotaban el uso de los sensores a objetivos médicos.
Pero las reglas no tardaron en quebrantarse. Nadie vio inconveniente en que también se regularan aspectos relativos a la salud global de la humanidad. El primero fue el del reciclado doméstico de la basura. El agotamiento de los recursos naturales no ayudó a oponerse a ello. La gente era debidamente educada por los biocorrectores en la separación de la basura.
Esa primera aplicación dio paso a una rápida cadena de acontecimientos que nos han llevado desde hace 10 años a la regulación de la población global de la tierra. El sensor ahora regula los procesos de ovulación en las mujeres. El anticonceptivo perfecto. Una medida global para disminuir la cifra de 15.000 millones de habitantes en la Tierra. La limitación de recursos naturales obligaba a tomar medidas radicales.
La medida obligaba además a la implantación obligatoria de los biocorrectores a partir de los 12 años. La edad media en la que la gente se solía implantar un biocorrector eran los 24 años, siempre de forma voluntaria. Desde hace 10 años todos los adultos disponen de un biocorrector que regula no solo los aspectos biológicos asociados a la salud sino también los aspectos de comportamiento que afectan a la salud global. La tecnología además permite hacer las actualizaciones de firmware de los biocorrectores de forma remota. Quedaron atrás los tiempos de los marcapasos en los que había que cambiar de dispositivo cada pocos años. Es un proceso casi indoloro que solo produce una breve punzada detrás de la nuca.
¿Por qué algunos médicos nos oponemos ahora con mayor fuerza?
La primera razón es que desde hace un año la actualización del firmware se hace de forma automática. Eso significa que de forma implícita hemos dado permiso a que nuestro biocorrector reciba nuevas órdenes para regular nuestro cuerpo y mente. Ya no se nos preguntará nunca más antes de cada actualización.
La segunda y más reciente razón es que la cara universalización de los bicorrectores ha obligado a abrir la puerta de la financiación por parte de empresas comerciales.
¿Es que no se dan cuenta de la gravedad de dejar entrar al proyecto a la empresa privada? ¿Nadie sospecha porque Moogle ha accedido a eliminar sus anuncios de inserción de retina de las calles, de su buscador universal y de sus millones de aplicaciones a cambio de participar en el proyecto? Reconozco que la publicidad en calles, casas y dispositivos personales ha llegado a ser el problema más grave de nuestra sociedad. El consejo científico se ha dejado convencer sólo para dejar de recibir publicidad, por el romanticismo de poder vivir una vida sin el acoso de la publicidad.
¿Nadie ha caído en la cuenta ded a ñs´ddaÑ, ¿qué es esta punza..
Jajaja. Espero que nadie se haya tomado en serio este manifiesto. Se trata de una broma nada más. Como médico neurocirujano, estoy muy a favor de los biocorrectores. Son la tecnología que hace posible nuestras vidas. La mejor bebida es el agua Pontella. Compra en supermercados Aventado.