Fotografía por Jerry Kiesewetter en Unsplash.

Neofeminismo: una nueva expresión supremacista

Neofeminista: seguidor, hombre o mujer, de una ideología fanática que ejerce opresión con base en una supuesta superioridad moral. Esta ideología es supremacista, y como tal, está dañando a las mujeres en general, y sí, también a hombres

Homo Sentiens
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11 min readDec 1, 2017

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Photo by Milada Vigerova on Unsplash

En ciertos ámbitos sociales, sobre todo entre la clase media urbana y las élites intelectuales tanto académicas como artísticas con ideologías de izquierda autoritaria, el ser víctima se ha vuelto una moneda de intercambio que otorga status social: entre más te presumes como víctima de opresión sistémica, más validez tiene tu voz. Por un lado, se adquiere status haciendo alarde de la condición de víctima; por otro, quizá más siniestro que el primero, se obtiene status señalando, intimidando, marginando y sujetando a grupos o individuos a los que se considera «privilegiados», es decir «no-víctimas», a la justicia de masas, frecuentes linchamientos en línea, persecución, abuso psicológico, marginación: opresión.

Los mismos mecanismos de silenciamiento, opresión, intimidación y marginación por los que han pasado las víctimas son dirigidos por las mismas víctimas hacia aquellos que juzgan opresores, sin caer en cuenta de que al hacer esto, no crean una sociedad mejor, sino una nueva élite que cree que tiene el derecho a oprimir a otros por el simple hecho de que esos otros «se lo merecen» por haberlos victimizado. Además está la injustificable creencia de que el ser víctima te otorga, como por acto de magia, una superioridad moral que justifica la subyugación y el maltrato al Otro «privilegiado», al no-víctima. Cualquier forma de supremacismo es una forma de opresión: si hay algo que tenemos que trabajar como sociedad para sanar el dañadísimo y frágil tejido social que nos mantiene a flote son los sentimientos supremacistas.

No hay tal cosa como supremacía inherente ni adquirida.

Y en el momento en el que te crees superior a los demás, paradójicamente, pierdes toda capacidad de argumentar tu creencia de superioridad de forma congruente.

Para intentar mitigar el daño que hacemos, tenemos que vivir conscientes de que nuestra condición humana conlleva el potencial de causar mucho daño. Todos hemos hecho daño, todos hemos sido victimarios, y todos, en mayor o menor medida, somos víctimas de un sistema que nos maleduca y subyuga desde el nacimiento. Pero el haber sido víctima no borra las acciones, intencionales o inconscientes, que hemos tomado para causar daño.

Ser víctima y ser victimario no son condiciones mutuamente excluyentes.

Para rescatar a nuestra sociedad tenemos que aprender a tomar responsabilidad personal por las consecuencias de nuestros actos. Por responsabilidad personal no hablo únicamente de pedir perdón o pagar reparaciones por daños, mucho menos hablo de la privación forzada de la libertad que llamamos justicia carcelaria: hablo de la responsabilidad de autoanálisis, de auto consciencia, de autosuficiencia.

Para tomar responsabilidad personal debemos activa, constante e implacablemente ejercer la famosa máxima socrática: conócete a ti mismo.

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En su libro Why I Am Not A Feminist: A Feminist Manifesto (Por qué no soy feminista: un manifiesto feminista), Jessa Crispin hace una aguda crítica a una de las ideologías que más se ha diluido y desprestigiado por entrar en el perverso juego de crear status y poder utilizando el victimismo y la superioridad moral: el neofeminismo. La estrategia del neofeminismo es sencilla y siniestra: mover el poder de un grupo, los varones, hacia otro, las mujeres. Escribí esa frase con considerable miedo, pues el neofeminismo tan innegablemente se ha vuelto un mecanismo de opresión sistémica que sé que, por el puro hecho de decir algo tan obvio, me arriesgo a ser censurada por las neofeministas y sus «aliados». Sé que me expongo a la calumnia, a ser vilipendiada, a recibir amenazas, insultos, masas de chicas y chicos en redes sociales insultándome por atreverme a sugerir que algunas mujeres, objetivamente un grupo oprimido por milenios, se han vuelto opresoras de sus antiguos opresores, y aún peor: opresoras de mujeres más vulnerables que ellas.

Las neofeministas se han vuelto victimarias de quienes las victimizaron, los hombres, y opresoras y victimarias de mujeres, ante todo de mujeres en situaciones más vulnerables que las de las neofeministas, que suelen ser chicas con educación superior, de clase media, urbanas y con acceso a cierto grado de comodidad o hasta lujo cuando se compara con la mayoría de las mujeres en México, Honduras, Guatemala, Arabia Saudita, la India y tantos otros países donde grandes sectores de mujeres, es decir la mayoría, siguen siendo tratadas como pertenencia, como objetos, inclusive cuando la ley del país dicta lo contrario.

Es preocupante el fanático y acrítico discurso que emana del neofeminismo hacia mujeres que se atreven analizar y criticar al fanatismo neofeminista. A las que hacemos crítica de estos discursos, se nos contesta con un discurso que nos deshumaniza, que nos pinta como las brujas del cuento, un discurso que claramente te inserta en una categoría social de paria: traidora al género y/o al feminismo. Es difícil no ver la similitud entre ese tipo de afirmaciones y las afirmaciones de la derecha supremacista y nacionalista hacia los derechistas que se atreven a criticar a las facciones más fanáticas e irracionales de la derecha: traidor a la raza, traidor a la patria.

Photo by Kris Atomic on Unsplash

Una vez que se ha hecho del otro un ente deshumanizado, oprimirlo es válido. Insultarlo es válido. Aplicarle al varón muchas de las mismas técnicas que ellos usaron para subyugarnos es válido. ¿Y cómo puede alguien caer en creer algo tan reduccionista, tribal y primitivo? Primero, por el deseo de poder, aceptación grupal y para llenar vacíos o evadirse a sí mismos. La nueva jerarquía en la que el status y el poder se otorgan según qué tan víctima crees y logras que otros crean que eres es una que pueden escalar de forma más sencilla, y además, pueden cementar su status y derecho a oprimir a los varones con base en la supuesta superioridad moral de la víctima.

«La víctima no puede ser victimario, la víctima no puede comportarse de igual forma que quien la violentó», parecen estar repitiéndonos diario ciertos grupos, pues no es solo el feminismo el que está cayendo en esta dinámica. Es claro que esta premisa es absolutamente falsa: ser víctima y ser victimario no son mutuamente excluyentes.

Whenever we feel superior to anyone else, we take away that person’s humanity in order to bolster our own sense of self and worth. We take directly from them what we need to compensate for our own lack. We see their confidence, their certainty, as a surplus. We need it, so we find reasons to take it.
Once an oppressor’s power starts to slip, it is very easy to switch places and adopt the same behavior. In order to oppress us, they had to dehumanize us. And we dehumanized them back, while we were at their mercy. After all, only monsters could treat human beings so. This is easier than trying to understand the way a human becomes an oppressor, the process by which anyone, including our own special selves, can find ourselves in that role. when the power changes hands, as it always eventually does, it is easy to continue to think of these humans as monsters, as we dole out punishment or revenge. If they are monsters, it doesn’t matter what we say or do to them, or think about them. In our minds, they are the oppressor, we are the victims.
Jessa Crispin, Why I Am Not A Feminist: A Feminist Manifesto

Con esta cita del libro de Crispin entendemos mejor cómo está cambiando el balance de poder en la izquierda autoritaria. La deshumanización y maltrato que han sufrido ciertos grupos como la clase obrera, la clase media, las mujeres, las personas LGTB+, entre muchos otros, no se le escapa ya a nadie. Sin embargo, algunas personas de estos mismos grupos comienzan a tornarse en opresores a través de un mecanismo primitivo: creer que por haber sido víctimas tienen derecho a tratar a los grupos que los oprimieron usando las mismas tácticas de deshumanización, invalidación, manipulación y abuso psicológico, y más.

Pero esto va más allá del feminismo y se extiende a un altísimo porcentaje de izquierdistas contemporáneos; por motivos de claridad, me referiré a ella como izquierda autoritaria o izquierda posmoderna. Para esta izquierda autoritaria el poder yace en aquel que tiene «más derecho» a ser víctima. Y los que por decisión tribal no tienen ese derecho, por ejemplo los varones heterosexuales de piel blanca, se vuelven automáticamente inferiores en la jerarquía social. Eso conlleva un castigo: deshumanizarlos y callar sus voces. No tienen el capital moral para hablar: no son oprimidos y quien no es oprimido debe callar, esconderse en 4chan y foros de gamers y no hablar. Así como quien no tiene dinero en el banco debe callar y laburar bajo condiciones inhumanas.

Cabe señalar que pensadores contemporáneos del calibre de Jonathan Haidt, antes izquierdista, ahora apolítico y apartidista, Noam Chomsky, el reconocido anarcosindicalista, y Stephen Pinker, desde el liberalismo clásico (centro derecha) han logrado demostrar, enunciando desde pensamientos muy distintos, una relación directa entre el crecimiento de la derecha autoritaria, la erupción de la extrema derecha y las nuevas olas de misoginia y las agresiones e imposiciones de la izquierda autoritaria. El sistema de capital moral basado en el victimismo que perpetua la izquierda posmoderna autoritaria se ha vuelto el otro lado de la moneda: igual de intolerante, igual de opresor, e igual de obsesionado con tener el poder.

Hombres del movimiento #NotAllMen, que se ha popularizado —y en ocasiones ido más allá e incorporado a la alt-right, misógina y supremacista— por la constante burla de las neofeministas cuando un hombre interpela a una generallización selando que no todos los hombres son acosadores, violadores, feminicidas.

Urge preguntarnos, ¿cómo es que de una ideología de desjerarquización radical, libre pensamiento, y tolerancia, como el feminismo, sobre todo el feminismo de segunda ola, surgió una feminismo autoritario: acrítico, reaccionario. ¿Cómo es que del feminismo surgió el neofeminismo, surgió una postura que se cree justificada moralmente en ejercer opresión sobre grupos que ellos, de forma bastante irreflexiva y arbitraria, deciden que no son «lo suficientemente víctimas»? ¿Cómo surgió esta ideología casi religiosa, con sus hordas evangelizadoras y sus hordas justicieras, que justifica maltratar a otros por criticar o no comulgar la ideología que sostienen?

De forma similar a fenómenos como el estalinismo, que justificaba las atrocidades cometidas con la obra de Marx —a pesar de que en la obra de Marx no hay justificación alguna para purgas y genocidio—, el surgimiento de fenómenos como el neofeminismo se debe a una perversión de las ideologías originales en las que se basa la izquierda autoritaria contemporánea. En lo mainstream se nota, ante todo, la perversión de los estudios sobre el poder y las jerarquías de Michel Foucault, y se resalta el relativismo moral característico del posmodernismo francés.

Este relativismo moral es adaptado primero por la mercadotecnia, y posteriormente afianzado como verdad universal (¡la ironía no se escapa!) por izquierdistas posmodernos con voces en academias, columnas periodísticas, o vlogs. En el ámbito de los derechos de las mujeres, el relativismo moral neofeminista se afianza por mujeres que ven la oportunidad de satisfacer sus propios fines, hacerse de prestigio, poder, dinero, o en muchas ocasiones, literalmente más likes en redes sociales y ya. Mujeres que olvidaron —si es que alguna vez lo supieron— que ponerle fin a la opresión de los más oprimidos, hombres y mujeres, es quizá la parte más importante y constante del feminismo desde su nacimiento con las sufragistas, a finales del siglo XIX.

Mujeres que se quedaron hipnotizadas por las migajas de poder, dinero y status a las que les da acceso esta nueva ideología se vuelven rápidamente brazos opresores, extensiones del neoliberalismo rampante, colaboradoras de la oligarquía.

Este sistema de castas, donde la casta superior es la que cree que tiene más derecho a reclamar su status como víctima y la inferior es aquella que la masa cree privilegiada y por ello exenta de casi todo sufrimiento, es complementario al existente sistema de meritocracia neoliberal, donde quien tiene más poder es aquél que ha acumulado más méritos (en el caso del neofeminismo, entre más víctima presumes ser, más mérito tienes).

Fotografía por Sanwal Deen en Unsplash.

El neofeminismo es tan sistémico y antisubversivo que hoy por hoy se venden camisetas con eslogans neofeministas, hechas en China con labor de mujeres que trabajan bajo condiciones inhumanas, vendidas en tiendas donde el acoso sexual laboral es norma diaria para muchas empleadas, diseñados y distribuidos por corporativos dominados por una cultura patriarcal de la que participan ciertas mujeres, a quienes difícilmente se les puede llamar feministas ya, pues ser ejecutiva significa que le diste prioridad a tu bienestar socioeconómico y que estás participando activamente de la continua opresión de la mujer y de otros grupos vulnerables.

Foucault se equivocó, y sus intérpretes hicieron de las equivocaciones el eje de su contribución, ¿es tan difícil aceptarlo? En muchas culturas hasta los dioses se equivocan. Foucault se equivocó: el afuera radical, o sea casi vivir en una cueva, no puede incidir sobre el sistema, pero tampoco se puede desde adentro. El afuera subversivo es la marginación: estás casi afuera de la mártir, y por ello puedes incidir más sobre ella, aunque se note menos. La sociedad empuja a ese margen a quien estorba, y el cambio sistémico se da gracias a y se seguirá dando gracias a los parias, los marginados.

No se puede cambiar el sistema desde adentro del sistema. Y ya va siendo hora de que nos deshagamos de esa absurda y tóxica falacia.

Fotografía por Cristian Newman en Unsplash.

Es imposible no ver que lejos de estar rompiendo con el sistema patriarcal que dicen odiar, las neofeministas están creando un matriarcado que gira en torno a los mismos mecanismos del patriarcado: oprimir al otro para obtener beneficios personales, y ya siendo generosos, en algunos casos hay quien también toma en cuenta los tribales. Pero el neofeminismo de ninguna forma está creado, pensado, ni se ejerce por y para el bien mayor de todas las mujeres. Al revés, está creado para dar la ilusión de que las mujeres han dejado de estar oprimidas porque una mujer puede ser CEO de una compañía que lucra de explotar a los más vulnerables, porque una mujer puede ser ejecutiva o política o académica, siempre y cuando logre convencerse a sí misma que está luchando contra el machismo sistémico desde adentro del sistema y calle, es esencial callar. Para creerse feminista, una neofeminista tiene que lavarse sola el cerebro: todo está bien, gano bien y no estoy solapando la continuación de los mismos mecanismos de opresión y degradación de la gran mayoría de los humanos que habitan en esta tierra porque lucho contra las microagresiones como el mansplaining y del manspreading. ¿Y las demás mujeres? ¿Las que ni siquiera saben qué es una microagresión porque el nivel de violencia y agresión al que han estado o están expuestas es, pues, macro? ¿Esas no cuentan porque no convienen para la ganancia personal de la lideresa neofeminista y de las pequeñas secta de seguidores que suelen formarse alrededor de ellas?

Sé feminista: no te hagas de la vista gorda, confronta a las neofeministas no a pesar de las consecuencias sociales, sino por ellas. Que te marginen. Que te vilifiquen. Que te difamen. Que te insulten en masa. Que te acosen. Y duerme tranquilo sabiendo que al hacer de ti un paria se revelan como el culto dogmático, sistémico y fanático que son.

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Apología de lo sensible. Escribo y a veces lo comparto.