Abra los ojos (5)
¡Olvídate de la malla y la máscara!
En su momento recibida con expectación por el éxito mundial de El sexto sentido (1999), una historia de suspenso a la altura de las dos grandes influencias del director, Spielberg y Hitchcock, y con un reparto en estado de gracia —Bruce Willis, Samuel L. Jackson, y una jovencísima Robin Penn-Wright, sobre quien pesa el trasfondo emocional del argumento—, El protegido no dejó indiferente a un público que esperaba un desenlace sobrenatural y se encontró con una película de superhéroes —sí, de superhéroes, aunque el único distintivo fuera la chompa) con un final intempestivo de connotaciones éticas.
Héroe sin máscara ni malla
La historia apocada de David Dunn (Bruce Willis), un cuarentón separado, tiene una transformación cuando enfrenta un suceso inesperado del que sale con vida: el descarrilamiento del tren en que viajaba después de postular a una oferta de trabajo en Nueva York.
Dunn, el superviviente, no cuenta con la más mínima cicatriz del hecho, ni tampoco recuerda haber sufrido heridas en un accidente de juventud, clave para el final de su carrera como promesa del fútbol americano.
La catástrofe desencadena una serie de descubrimientos que obligan a Dunn a aceptar una verdad enterrada por miedo a la reacción de los demás. El trabajo de aceptación será laborioso porque implicará cambiar una vida de fracasos por otra en la que recuperará su matrimonio, conectará con su hijo adolescente y asumirá una identidad que le permita incidir positivamente en su entorno.
Nuestro héroe cuenta con la motivación de Elijah (Samuel L. Jackson), un coleccionista de cómics con una enfermedad rara, osteogénesis de tipo 1. Condenado a la reclusión de una vida sin riesgos, Elijah se acerca a Dunn invocando una búsqueda de años para encontrar a su semejante en un extremo opuesto.
La naturaleza del héroe
El protegido narra el camino del héroe desde el enfoque de la aceptación. El reconocimiento de su excepcionalidad podría ser traumático para un hombre que ha perdido lo que más valora, precisamente por ocultar lo que lo distingue de los demás. Por temor al rechazo, los seres humanos hacemos «transacciones» cuyos resultados son efectivos pero que distorsionan valores y creencias individuales.
En un pasaje del ensayo de Mark Waid, «La auténtica verdad sobre Superman (y sobre todos nosotros)», hay una cita sobre cómo el miedo opera a un nivel profundo en nuestra psique y, en vez de resultar liberador, puede ser el elemento determinante para concluir todas nuestras posibilidades.
Nuestro miedo más profundo no es el de resultar inadecuados; lo que nos causa un miedo más profundo es la idea de resultar inconmensurablemente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad la que más nos asusta.
Los «poderes» del héroe son la fuerza y la percepción —esa es la motivación del título en inglés Unbreakable, el irrompible o el que no puede romperse en directa relación con la potencia física de Dunn— y están asociados con la elección profesional después de su primer accidente. Sin embargo, el miedo condiciona al hombre, quien percibe melancólicamente que sus habilidades no son una fuente de placer o alegría para él o para los suyos.
Al ser interpelado por Elijah —El protegido, en español, es una referencia a la mente maestra que construye una trama para encontrar a su antagonista, un hombre con poder suficiente para romper el curso de los acontecimientos que los ha puesto a ambos en una disyuntiva—, la conexión es clara: «Lo haces porque quieres proteger a las personas», afirma el coleccionista, con lo que sus palabras iluminan la elección de un destino ineludible, pero temido.
Dos seres en extremos opuestos de una onda
Elijah es consciente de la dualidad del vínculo con Dunn (fragilidad contra potencia, sensorialidad contra intelecto), por lo que su plan no apunta a una confrontación sino a apelar al sentido de justicia del héroe: «Lo hice por los niños», clama el villano desenmascarado mientras el irrompible se aleja por el pasillo, presto a entregar a su mentor ante la policía.
Así nace el héroe de la chompa, cuyo logo humilde, «seguridad», lo impulsó a detener a un psicópata que trazó una trayectoria para llegar a ese momento de paroxismo en que ambos, frente al espejo, se reconocen distantes, pero no muy distintos.
La lección del maestro
Pese a las sucesivas encarnaciones de los superhéroes durante los ochentas y noventas, aún en 2000 era temprano para el género, que tanteaba entre adaptaciones vergonzantes y ejercicios noir.
M. Night Shyamalan prescindió de la malla, la máscara y el neón de la última década del siglo para afrontar un conflicto de antagonistas con ribetes éticos, imitado por Brad Bird y Christopher Nolan. Al no apelar a la estridencia que identifica al género en todas sus producciones (orquestación, CGI, diálogos tan trascendentes que terminan siendo banales), describió a dos personajes que están en pos del otro, de una manera intencionada en el caso de Elijah, en trance de negación al principio y posteriormente de aceptación como es la vida de Dunn.
Un drama en el que la anécdota más importante no está del lado de la superfuerza sino de la singularidad que eleva a los seres humanos de una vida de miserias y fracasos. ¿Ese no es, acaso, el material básico del superhéroe?
Una referencia de utilidad: Los superhéroes y la filosofía. Tom Morris y Matt Morris. En él está el ensayo de Waid citado en este texto. Blackie Books, 2013.