Fotografía de Bryan Goff en Unsplash

Orión y las Pléyades

José D. Encarnación
EÑES
3 min readJan 29, 2018

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Me miran desde arriba, el frío me quema un poco. Pero os quiero decir —en medio de la gélida brisa que acaricia mis vellos— algún secreto: vuestra luz me ciega y ensordece memorias de un tiempo pasado. Es curioso, porque vuestra luz también estalló hace mucho tiempo; no sois más que una memoria en el firmamento. Un recordatorio de que el tiempo pasa.

A pesar de que llevo meses sentado aquí, en la misma hamaca que compramos Héctor y yo el verano pasado, no logro dejar de observar la cautividad con que me arropáis, en medio de la nada, en busca de respuestas, sin tener en cuenta que solo sois fotones que viajan solitarios a través del vacío.

Es eso lo que me atrapa. Es lo que me hace creer que sois algún tipo de salvación. Que hidrataréis mi seca garganta al apagar este cigarrillo y lo moje en residuos del vino que se derramó de esta copa —sucia de cal y amargos sentimientos— donde vuestra luz permaneció reflejada.

Orión os acompaña, como a mi otra botella de ron. Se dice que vuestra belleza lo obliga a permanecer en una constante persecución, os acecha. Parece que no soy el único. A tantos años luz de distancia soy testigo de vuestra maniobra de evasión.

Afortunadamente, tengo una propuesta para vosotras. Nos encontramos en la misma tesitura. Queremos huir y escapar, y vuestro grito de auxilio me aturde desde hace unas cuantas madrugadas. ¿Sois conscientes de que ya es enero y el solsticio ha pasado? Vuestra estrategia de cambiar de barrio no parece funcionar, dejadme ayudar.

Venid conmigo. Podemos escapar a otro lugar, allí donde no os sintáis arrinconadas y así me ayudáis a encontrar mi lugar en el universo. Quizás llegue el día en que no os necesite, a lo mejor logro brillar con luz propia, y puedo conseguir que no huyáis nunca más. Quizá vuestro lugar está dentro de mí.

Néstor, el chico del apartamento quinto-tercero, me dijo el otro día que ahogarme en charcos de alcohol no servía de nada, no obstante para mi solo se trata de anhelo. Cuando caigo al suelo os veo reflejadas en esos charcos de desesperación, como si aún me observarais. A veces noto agresividad, otras piedad. Ese charco no es más que un espejo de una realidad a la que quiero escapar.

Cuando el sol aparece y nos prohíbe la cotidiana visita, intento fingir que nada va mal. No sé, despierto, fumo un cigarrillo y cuelo café —con la esperanza de que me quede bien negro y fuerte— para tomarme la oscuridad con fervor y llenarme de electricidad. No os preocupéis, ya sabéis que es temporal.

El día llega a su fin. Yo dejo de fingir y me desnudo frente la bañera. Suelo encender otro cigarrillo para acompañar con una triste cerveza. En la neblina de humo veo polvo estelar. Es un momento del día en que me siento bacanal y prosigo con una copa de vino para variar. Pienso en cenar algo, quizás algo sano para que la culpabilidad no se apodere de mí.

Entonces llega nuestro momento, nuestra cita en el balcón de una segunda planta, donde vivo hasta que los años me lleven lejos, a un lugar ajeno, pero donde aún os pueda seguir visitando. Aquí estoy, tenéis toda mi atención. Ahora decidme lo triste que soy, y estoy.

Se os da bien eso de hacernos sentir pequeños, os rehusáis a dejar de mirar con un poco de condescendencia, no lo podéis negar. Sin embargo, yo no os pido nada más que llevar lo nuestro un poco más allá. Quizá pueda conseguir un poco de vuestra atención, nos quedan noches de mutua contemplación.

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