Panadería La Moderna
Los muchachos de la panadería La Moderna, Alberto, Hosco y Chinchín necesitaban ir ambientándose en la atmósfera de la responsabilidad, al mundo adulto de la responsabilidad. Se lo exigían sus parejas. A Chinchín quizá más que a los otros, porque su novia estaba embarazada, y los padres querían casarla antes de parir, para que la corrección de la costumbre familiar no se interrumpiera. Por eso, se levantaban, correctamente, de madrugada para trabajar, pero necesitaban conservar algún rasgo de la vida desordenada que empezaban a dejar atrás. Cuando se aburrían, se empezaban a tirar con la masa del pan, con harina, con chistes sexistas, homofóbicos y con recuerdos, para que la masa amorfa y nueva de la rutina de despertarse todos los días a la misma hora no impactara tan de lleno. Yo iba a comer facturas, más que nada, y como era pibito, me dejaban sentado a un costado, y me dictaban la música que querían escuchar. Sumo, Los Violadores, Zeppelin, Soda, Scorpions. En el mundo de la música se empezaba a no componer de manera artística y sí de manera artificial. Y eso podía funcionar como una metáfora de sus vidas. Cuando yo ponía Sumo, me decían «¡buena, pendejo!», y luego trabajaban sin hablar y cada tanto sonreían para sí mismos, con algo de melancolía y a mí me gustaba pensar que sentían una nostalgia de lugares y momentos mejores. Me cargaban por mis lagañas mañaneras, me preguntaban si me hacía la paja, si tenía novia. Yo los dejaba hacer porque sentía, aunque tuviera 9 años, su tristeza y como que los compadecía. Me prometía a mí mismo no ser nunca como ellos, y quizá, se me ocurre ahora, por eso me gustaba estar cerca.
Las mejores bromas eran cuando Hosco, a eso de las 7 de la mañana, me pedía, por ejemplo, que fuera al almacén de don Osvaldo a comprar esencia de clítoris. Don Osvaldo me decía que no tenía. Otra vez, me pidieron que comprara un kilo de dermis alpina, para ponerle a las ensaimadas. Don Osvaldo me decía que no tenía. A la tercera vez, o cuarta, me pidieron que fuera a buscar una bolsita de chispas eléctricas. Pero yo ya sospechaba algo raro, y había preparado algo que decirle a Don Osvaldo, por si se enojaba. Con toda seriedad, le tiro «Buen día, Don Osvaldo. ¿Me da una bolsita de chispas eléctricas?» Don Osvaldo agarró una bolsita de nylon y me preguntó si quería solamente una. Le dije que sí. Se la llevé a los muchachos, feliz de no tener que disculparme con don Osvaldo por tomarlo para la joda.