Paradoja de la felicidad

Bardicr
EÑES
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3 min readDec 21, 2017
Diógenes (filósofo cínico)

Hay dos cosas que las diversas culturas que han existido en la Tierra han anhelado profundamente encontrar algún día: la inmortalidad y la felicidad eterna. Al día de hoy, el hombre ya no se interesa mucho por la inmortalidad, no obstante, la búsqueda de la felicidad plena sigue siendo el mayor cuestionamiento de todo ser humano.

Pero ¿realmente se puede ser siempre feliz?

Desde filósofos hasta la propia ciencia han intentado encontrar la dichosa «llave de la felicidad». Confucio decía que la felicidad no consiste en tener lo que quieres, sino en querer lo que tienes. Por otra parte, los cínicos decían que la felicidad no depende de cosas externas, por lo mismo ellos no tenían muchas cosas materiales, para que su felicidad no dependiera de la obtención de estos. Y así, existen muchas más propuestas formuladas por los sabios más destacados en la historia; sin embargo, ninguno logrando su acometido.

Imaginemos un mundo donde se nace siendo feliz y se muere siendo feliz. No existe el miedo y la gente no conoce la tristeza. Los árboles y flores expelen alegría y tranquilidad por las calles. No existen los problemas y no se puede percibir a ningún ser intranquilo. Se podría decir que este mundo ha alcanzado la más anhelada de todas la utopías. Suena maravilloso en un principio, pero con una disertación más profunda nos muestra una visión más distópica e indeseable.

Si todas las personas en el mundo fueran absolutamente felices, entonces la felicidad se convertiría en algo vano, desconocido y, por ende, desapercibido. Así como no seríamos capaces de saber qué es la luminosidad si no conociéramos la oscuridad, el frío si no conociéramos lo que es el calor; pues de la misma manera la felicidad sería desconocida para nosotros si no conociéramos lo que es la tristeza, el enojo o el miedo. Son estos, después de todo, los que hacen tan especial y deleitante a la felicidad.

Paradójicamente, al conseguir la felicidad plena, el ser se vería condenado a vivir toda su vida infelizmente. E infelizmente no significa necesariamente sentir alguna de las otras emociones ya mencionadas, sino que estamos hablando de un problema de cotidianidad. Si el hombre se ha esmerado tanto en conseguir la perpetuidad de la felicidad, es porque los efímeros momentos en los que esta apareció fueron de gran gozo. No siempre se es feliz, pero cuando se es nos sentimos privilegiados —y lo es—. Al convertirse en un sentimiento habitual pierde su singularidad y pasa a ser, desafortunadamente, algo inadvertido e indiferente, tanto como respirar.

Quizá lo mejor sería disfrutar de los pocos —pero maravillosos— momentos de felicidad que nos da la vida. Y entender que aunque la tristeza, el miedo y los demás sentimientos lastimosos nos pueden dejar abatidos y desalentados, no son más que, junto con la felicidad, aquello que nos hace humanos.

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