Patear, herir, matar

Linchamiento en Cali un 25 de octubre de 2016

Julián González
EÑES
5 min readOct 26, 2016

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Tomado de Google Street View. Carrera 29 con séptima, lugar del linchamiento.

Vi y escuché toda la escena durante 47 segundos, el tiempo que tardé en recorrer la cuadra mientras conducía mi auto hacia la universidad donde trabajo.

Entonces lo patearon. Estaba tendido sobre la acera. Al lado, una Toyota Land Cruiser Prado, reluciente y plateada. Unos siete hombres lo rodeaban. Vociferaban, lo escupían y volvían a patearlo, sin puñetearlo. Porque puñetear humaniza, obliga a ver el rostro, a sentir la piel del otro. En cambio la patada marca y conserva la distancia, animaliza al otro, evita el contagio emocional. Él, un hombre joven, escuálido, no más de 30 años, se recogía sobre su vientre en posición fetal. Volver al útero es lo único que nos queda cuando una horda nos empuja a golpes hacia la muerte. Una mujer intentaba frenar el linchamiento, pero dos de los pateadores le dejaron bien claras las cosas: que no se metiera, que el tipo había intentado robarlos, que ya le habían advertido que por allí no se arrimara. Y la mujer comprendió, como comprendimos todos, que la oleada de odio y patadas también podía envolverla a ella si seguía entrometiéndose. La fiesta asesina era de ellos y solo estaban invitados quienes estuvieran dispuestos a sumarse a la orgía sin reticencias. Los demás podían ver a distancia y guardarse sus admoniciones, sus correcciones, sus invitaciones a hacer lo adecuado. Aquí no cabía la ley, ni la decencia, ni el amor al prójimo. En la orgía asesina solo hay lugar para patear, escupir e hijueputiar. Uno de los linchadores, un viejito al que los pantalones se le escurrían, rondaba la escena, se alejaba unos pasos y volvía a patear y a insultar al feto. Iba y volvía. Cada viaje le permitía recargar energías, hacerse a una nueva ración de odios, pescar recuerdos, acumular nuevas razones para volver a patear mientras se aseguraba el pantalón con una mano. Porque sin duda lo disfrutaba: no todos los días se puede golpear sin correr el riesgo de que te devuelvan el golpe. A su manera, cada uno de los linchadores gozaba del privilegio de golpear ese saco de arena vivo que no responde, que no amenaza, que no huye, que no se queja. Que calla.

Tres círculos se tienden alrededor del rito. En el centro, el feto, el hombre inmóvil y apaleado que apenas respira. El segundo, el de los linchadores, todos hombres, todos entregados a la celebración con total convicción, sin culpas por ahora, cumpliendo con el deber y justificando el acto tribal: es que estos hijueputas no aprenden si no a las malas, dicen. En el tercer círculo, el de los espectadores, estoy yo. Los del tercer círculo ocupamos todos los roles. Somos el feto, pero sin acusar los golpes mortales. Somos los linchadores pero sin su compromiso emocional y corporal. Y somos el miedo y la impotencia. ¿Cómo parar la barbarie sin correr el riesgo de terminar molidos a golpes? Somos los que llamamos a la policía por teléfono móvil. «Están matando a un hombre aquí en la carrera veintinueve con séptima, cerca de la iglesia La Milagrosa, frente al Hogar Geriátrico Santa Inés, al lado de la Casa del Ponqué, cerca al Liceo Infantil Alegre Despertar». Somos los que comentamos el asunto como si se tratara de un asunto menor, de esas cosas que pasan aunque no deberían pasar. Lo hacemos entre aliviados —«menos mal que no soy yo» y avergonzados —«de alguna manera soy cómplice»—. Otros, divertidos. Somos los que filmamos con teléfono móvil la escena y la subimos a YouTube. Somos los que nos imaginamos diálogos ideales, moralmente correctos y justos, limpios:

¿Por qué lo golpean? Paren de golpearlo.

— Amigo, este hijueputa me robó, se merece la paliza, así que no se meta. Este tipo es un criminal.

¿Y usted? ¿No está cometiendo un crimen ahora? ¿No está actuando contra la ley? Entonces como usted se ha convertido en criminal, también hay que patearlo, ¿no?

Silencio. El argumento es sólido. Los hombres dejan de patearlo.

O este otro diálogo:

Claro. Golpean al pobretón, al arruinado, al ladronzuelo. Pero al que se birla los fondos públicos, al político que se roba los dineros de la salud y de la educación, al banquero que los arruina, le dicen doctor, lo ponderan, lo enaltecen.

Silencio. Sólido argumento. Los hombres dejan de patearlo.

O este:

¿Y es que van a matarlo? ¿Quién se va a responsabilizar del asesinato? Porque todos se convertirán en asesinos. Y no faltarán testigos de su acto. ¿Cuál de ustedes se irá a la cárcel?

Silencio. Sólido argumento. Los hombres dejan de patearlo.

O:

Mañana este hombre no lo va a dudar: va a disparar, va a matar, va a herir. Esa es la lección que está aprendiendo de ustedes, que no se dejará apalear nunca más. Es el lema del ladrón que sobrevive a la golpiza: primero dispara y luego roba.

Silencio. Sólido argumento. Deciden patearlo hasta matarlo.

Es martes 26 de octubre de 2016. Cali. 12:28 P. M. Un sol primavera mima la ciudad. En la plaza de Caicedo manifestantes jóvenes han decidido acampar exigiendo «Acuerdo ya». La presión ciudadana en favor del proceso de paz puede rendir frutos. Y aquí, en la carrera 29 con calle séptima, un hombre tendido en la acera. Barrabás linchado y crucificado por siete hombres comunes, por siete trabajadores, por siete papás que cuidan de sus hijos y van a misa, por siete ciudadanos que votaron por el «Sí», por el «No», por el «Tal vez» o que no votaron; aquí en la calle asfaltada de una ciudad de dos millones de habitantes, no en un rincón rural y oculto de la Colombia profunda, aquí en Cali, la alegre ciudad rumbera que despliega una alegría decente y acogedora durante el Festival Petronio Álvarez; en fin, en este momento, aquí y ahora, estos siete hombres nos recuerdan cuán lejos estamos de empezar a tratar con lo peor de nosotros, con el fascismo de calle, con la justicia popular, con el linchamiento canalla, con la mentalidad paramilitar y gatillera. Ese es uno de los saldos más tenebrosos e inadvertidos de 50 años de guerra. Y allí está, anidado en lo profundo de nuestras almas, y bien atado y anudado al dedo gordo del pie que patea y mata.

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Julián González
EÑES
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Diseñador de juegos de mesa, comunicador social y educador. Puede descargar gratis Todo está tan raro en el siguiente link: https://bit.ly/3BiGjMB