Patriotismo comestible

La reputación del taco al pastor y la pizza

Gustavo González
EÑES
4 min readJun 30, 2017

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No es necesario emprender una búsqueda agotadora para dar con un texto que discurra sobre el más arraigado de nuestros hábitos alimenticios: el taco. Tampoco será difícil encontrar uno que lo haga mejor que este. Tras varias horas de infructuosa meditación gastronómica, decidí hojear Instrucciones para vivir en México que, como un acicate, reposaba sobre mi escritorio, cerquita de la laptop. Instrucciones… es una selección de artículos que Jorge Ibargüengoitia publicó durante siete años en el periódico Excélsior. El título de uno de ellos, fechado el 3 de octubre de 1972, es: Tecnología mexicana, y por subtítulo lleva: Evolución del taco y de la torta compuesta. El texto transita por tres tipos de tortas: de la compuesta a la de pavo, y de la de pavo a la de pierna. Pero lo que nos atañe es lo siguiente: tras afirmar que la introducción al mercado del taco sudado constituye uno de los momentos cumbre de la tecnología mexicana, Ibargüengoitia lamenta que los mexicanos tardáramos cuatrocientos años en descubrir el taco al carbón. Y con lo caros que están actualmente, sería natural sospechar de prácticas monopólicas.

Después de releer el escrito de Ibargüengoitia, recordé un ensayo de Salvador Novo que había leído semanas atrás con el título: Del taco al sándwich, y subtitulado: Con estación en la torta compuesta. Repasé los dos textos con interés jovial: ambos abordan tres temas esenciales: el taco, la torta compuesta y la legendaria tortería de Armando, en lo que ahora conocemos como el «exDF». Tras investigar un poco más, pero no mucho, acerca del texto de Novo, resulta que pertenece a Las locas, el sexo, los burdeles y otros ensayos, publicado también en 1972. Si se arrebataron o no el bocado importa poco; lo importante aquí es repensar el asunto del taco. Para Novo, los orígenes etimológicos de la palabra taco son prehispánicos y se conjugan en: «Una especie de verga (tacayo) que ha sido henchida (polhuia, poloa), no necesariamente de tierra».

Con la creciente popularidad del taco como nacionalismo instantáneo, no es casualidad que nuestro país se dispute con los gabachos el título mundial de la ciudadanía más gorda. Patria de obesos mórbidos, más que comer tacos nos regodeamos en el alarde de que lo hacemos. Semejante fervor se equipara con el fenómeno que genera el Mundial de futbol: no somos más mexicanos que cuando nuestro defensa de turno provoca —o no— un penal. La frenética procesión de memes que se recicla en las redes sociales encumbra al trompo de pastor por encima de la Virgen de Guadalupe. Partícipes de un culto endémico, las muchedumbres se jactan de estar atrapadas en la inservible espiral de los estereotipos nacionales: Quédate con quien te invite unos suculentos, pulposos y orondos tacos, nos aconseja algún come-tacos en su muro de Facebook el día internacional del taco (que recién me entero se celebra hace más de una década); otro, con delirios monárquicos, nos ofrecerá su imaginario reinado a cambio de dos de tripa y tres de suadero. En este país el hambre cedió paso a la vanidad: lo importante no es comer, sino pavonearse.

Wikipedia le atribuye a Bernal Díaz del Castillo el atribuirle a Hernán Cortés la primera taquiza de la que se tiene registro; y además en Coyoacán, hogar de cosas tan mexicanas como Frida Kahlo, la feria del tamal o la del chocolate con pan de muerto. Supongamos que es cierto: si la aportación prehispánica en este platillo tan popular proviene del nixtamal («totonqui tlaxcalli tlacuelpacholli»), entonces, el taco no es más que otro rescoldo de la Conquista. Ni indígena ni español, el mexicano sólo es mexicano en su condición de mestizo. Una cosa es inadmisible sin la otra: sin atropello colonial no habría taquerías; sin éstas, sería impensable este país de barrigas firmes y tetas caídas.

Pero no todo es pastor, cuerno y cabeza. Otro tipo de tacos que aunque no se presuman en Instagram también lo son, son los de frijoles refritos. También están los de chile, los de jocoque o sencillamente los de sal; pero con ellos no se puede ser patriótico, ni siquiera simpático. Por ello, no debemos encomiar el taco como virtud nacional. Si nos alimentamos de éste agradézcanselo al azar, que nos hizo nacer mexicanos y no españoles; de lo contrario, en estos momentos algunos de ustedes, cursis horrendos, estarían exhibiendo en sus redes sociales insoportables fotografías de una tortilla de patata en forma de corazón.

Vivimos sórdidos días en los que la verga henchida de Novo está en boca de todos. Sobre la pizza, mejor no hablamos.

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