Peter, o el niño que quería volar.
Peter siempre había sido un niño “diferente”, los de su pandilla destacaban su sensibilidad, su fragilidad y ese histrionismo loco que provocaba más de una carcajada. Para otros era simplemente uno más, bueno, una sombra más.
Cuando Peter se sentía bien gozaba con las risas que desencadenaban sus tonterías, dándole la vuelta a la “sosería” común en algunos mortales. No obstante, no era siempre así: A veces Peter se sentía mal.
No se trataba de felicidad (estado que hoy día se suma a las 101 y más exigencias sociales), se trataba de sentimientos como la incomodidad y la angustia, que como si de un virus se tratase se apoderaban de todo su ser: Primero el alma, seguidamente la cabeza, y rápidamente el corazón. El resultado: Un malestar profundo, pesado y subsistente.
Cuando lo conocí, Peter solía decir que la angustia es injusta y egoísta, como la mano de Dios, que aprieta, pero no ahoga.
Peter tenía la sensación de estar librando una batalla constante con su malestar, y se esforzaba, día a día, para mejorarla, pero Peter se seguía sintiendo mal.
Cuando los esfuerzos, al cabo del día, le dejaban agotado, pensaba que quería volar, probar a volar: “Quizás si extiendo bien las alas, y las agito con mucha fuerza lo conseguiré”, pensaba. Y de esta forma quizás descubriría otro mundo, en el que poder pisar firme y seguro, por fin… Hay mundos que se observan borrosos, otros que se intuyen en la distancia, pero de forma nítida y placida. También los hay desagradables, agradables, infinidad de mundos: Hay tantos, como personas, y cada persona vive (o sobrevive) en él mejor o peor.
Así que una calurosa noche de verano tomó coraje y se decidió, finalmente, a volar: Se aproximó a una roca en la montaña, y poco a poco se acercó al precipicio. Flexionó las piernas quedándose en cuclillas y saltó. No supo agitar los brazos con la rapidez y destreza que era necesario para volar, así que se arrojó, y cayó en picado.
La verdad es que nunca más supe de Peter: No sé si sigue esforzándose para encajar o si ha conseguido volar y pisar fuerte por allí donde pase, acallando así, las bocas de los más reacios y emocionalmente incapacitados: Porque hay que ser muy incapacitado emocionalmente para no entender que Peter quisiera volar.
Recordaré para siempre a Peter: Su esencia amorosa traspasaba el cielo y el infinito para llegar finalmente, donde más y a quien más lo necesitaba, calmando así las aguas agitadas que tan a menudo nos remueven.
Foto de Marta A.
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