Puede ser Zurdo, o no

¡Conoce al escritor!

EÑES
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7 min readJan 29, 2018

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DeDe Zurdo Mendieta sabemos lo que permiten interpretar sus palabras: todo y nada. Dice que vive en la calle Melancolía (puede ser México, o no), y que «hay que buscar cosas que nos hagan respirar. Tanques de oxígeno cotidiano. Una cerveza fría, un pipazo, un beso, una mordida en el cuello». Llegó a EÑES hace mucho (sí, así de abstracto porque ¿de qué otra forma?), y hoy lo presentamos en este primer episodio del nuevo año. ¡Conozcamos, o no, a Zurdo!

Sobre ti

¿Es posible definir a Zurdo Mendieta? ¿De dónde sale, de hecho, el nombre «Zurdo Mendieta»?

El Zurdo Mendieta es un personaje que sale a la calle a provocar historias. A empujar la realidad para que hable, para que se vuelva más emocionante. Otras veces solo deja que todo suceda y se mantiene al margen, sin intervenir. Registra escenarios, gestos y emociones. Llega a casa y escribe.

Pero debo confesar que necesito un nuevo personaje. Quizá uno menos vicioso, menos mujeriego, menos turbulento. Podría ser un personaje ya integrado, derrotado, sin afiliación política, sin tantos sueños, sin futuro. Un zombi.

Definir al Zurdo Mendieta quizá sea imposible, como es imposible definir a una persona. Porque al final los mejores personajes son aquellos que parecen personas, que casi puedes tocar, oler, sentir y son inolvidables. Somos seres que estamos en constante cambio. Moldeándonos, redefiniéndonos, mudando de piel. Y lejos del cliché que nos pueda parecer hablar de Kafka, Kafka dice una verdad: el ser humano es transformación, cambio, metamorfosis. Un día te despiertas, son las seis de la mañana, te cepillas los dientes, te miras en el espejo y estás irreconocible, te sientes otro, y todo lo que habías sido hasta la noche anterior te da asco y lo desprecias. Y esa misma mañana uno se convierte en posibilidad, en otra persona.

Esto pasa todo el tiempo. Hace poco escribí una historia sobre un amigo al que tengo quince años de conocerlo. Yo había quedado satisfecho con la imagen que había hecho de él. Le mostré la historia e inmediatamente me dijo que ese ya no era él. Qué tenía varios años que ya no era ese que yo pensaba y sobre el cual había escrito. Así que mientras yo creía estar conviviendo con el mismo amigo que hasta entonces había conocido, él estaba transformándose, siendo otro.

El nombre de Zurdo Mendieta viene del personaje principal de una serie de libros escritos por Elmer Mendoza. (Debo confesar que he leído otros libros de él, con otros protagonistas y no los libros en los que el protagonista es el Zurdo Mendieta).

Echando a un lado al Barba Jacob de Twitter y al Zurdo Mendieta de Medium, ¿qué haces cuando no estás pensando en 140 caracteres ni en escribir sobre el poliamor ni lo que ves por la ventana?

Soy una persona que le gusta caminar y ver libros. Bueno, seré sincero: tengo un problema con los libros. Este problema empezó hace nueve años cuando tenía veintidós años y tuve los ingresos suficientes para comprarme un libro a la semana. Así comenzó mi obsesión por los libros. Un impulso me arrojaba a querer leerlos todos, y lo peor, a querer tenerlos todos. Fui un comprador compulsivo durante siete años hasta que la situación de mi cuarto me despertó de esa pesadilla. En esos siete años conseguí una acervo de 1.500 libros aproximadamente. No cabía ni uno solo más en mis cuatro libreros. Ah, desafortunadamente, o afortunadamente, mi vicio, mi obsesión me llevó a robar libros de las librerías; nunca de una biblioteca pública. Paré gradualmente.

Tal vez esto provenga de que todo me maravilla, todo me interesa. El gato del vecino, el auto viejo abandonado en la esquina de mi casa, el niño que vende libros en el centro, el cholo que escucha a Satie mientras lee a Platón, la maquina de las tortillas, los dedos del carnicero, la fachada de un edificio, la mujer de la carriola vacía. Todo esto esconde un secreto, como la realidad misma que es un laberinto lleno de misterios sin solución.

Entonces, les cuento: soy un trabajador al servicio del Estado (eufemismo para decir burócrata). Pero esa actividad la realizo como un autómata. Llego, checo mi tarjeta, saludo a los compañeros, intercambio un par de generalidades y salgo a comprarme un té de manzanilla al Seven Eleven. Regreso. Me siento en mi escritorio y me olvido de mí. El que está ahí ya es un robot. Una máquina que se detiene hasta que finaliza la jornada. Y es ahí que me convierto en persona o personaje de alguien más. Y mi vida sigue como la de cualquiera, llena de sueños, emociones y desilusiones.

Camino todas las noches después de las 11:30 de la noche. Veo películas y una que otra serie. Soy pésimo viendo series pero hago el esfuerzo. Leo. Siempre. Todo el tiempo.

Solo por curiosidad, ¿entonces al final no compartiste con nadie el «porro» que te regaló Nancy?

No. La gente que fumaba tenía lo suyo y nadie de mis amigos quiso fumar. Terminé fumándolo solo de regreso a casa. Un día después escribí esa historia.

Sobre la escritura

¿Cómo ocurren tus escritos? ¿Planificaste escribir las crónicas de «Viajero a destiempo» antes de emprender el viaje?; ¿las escribías al finalizar el día o hiciste un recuento al finalizar la travesía?

En el caso de «Viajero a destiempo» hice un diario de viaje. Todos los días a todas horas anotaba lo que pasaba por mi cabeza. Al final del viaje tenía una serie de anotaciones organizadas por día. Mi idea no era publicarlo de esa manera, lo que yo tenía en mente era escribir historias que salían de varios fragmentos. Pero decidí publicarlo como estaba y solo corregí errores de dedo y el formato.

Por otro lado, la mayoría de las cosas que escribo son experiencias que dejo que el tiempo se encargue de ellas. Necesito de esa distancia de los días o de los años para escribir sobre algo. Entonces la memoria hace su trabajo y selecciona un pedazo de la realidad y sus detalles. Pero otras veces simplemente siento la historia, las palabras, una voz en el pecho y en la cabeza y me siento a escribir y todo fluye. Lo guardo uno o dos meses. Si me gusta lo corrijo y lo vuelvo a guardar. Si no me gusta lo guardo nuevamente o lo desecho sin pensarlo mucho.

¿Por qué escribes?, ¿cómo empezaste a hacerlo?, ¿qué planes, si alguno, tienes en relación a la escritura?

Esta pregunta es la pregunta del millón de dólares. Quizá sea la única pregunta que importa. Es una pregunta vital. Y creo que no tengo una respuesta. Soy un ser bastante complicado, enredado, poco práctico. Puedo decir que escribo porque me gusta, pero me parece una respuesta insuficiente y bastante imprecisa. También puedo decir que escribo porque la vida me duele y siento la necesidad de expulsar el dolor sobre una pantalla blanca. Y entonces declarar que escribo por el efecto liberador que provoca en mí. Pero creo que tampoco es del todo cierto. Cuando lloro, viajo, bailo y bebo en exceso me libero y entonces esto derriba la tesis que acabo de mencionar. Hagamos a un lado esta pregunta y pasemos a cosas menos serias.

Empecé a escribir conscientemente a los veintitrés años. Tenía dos años que había regresado de Estados Unidos y creí que tenía algo que contar. Así que comencé con algunas historias que me sucedieron allá arriba, del otro lado de la línea, en el gabacho. Nada serio. Esas historias fueron el inicio de todo.

Antes de eso había escrito varias cartas largas a una novia de secundaria. Utilizaba una tinta de gel café y sobre hojas blancas robadas de la impresora de mi papá, le declaraba mi amor. Hacía planes sobre nuestra casa y nuestros hijos. En medio de los textos intercalaba letras de canciones de Maná, Caifanes, Enrique Iglesias y Arjona. Tenía doce años y creía en la frase «El amor lo puede todo». Supongo que las cartas fueron bastante malas. Al final ella terminó conmigo y comenzó a andar con un chico cuatro años mayor que yo.

¿Qué planes tengo? Publicar una novela corta en alguna editorial pequeña, de esas independientes y locochonas. Ese es mi plan a corto plazo.

Al parecer tienes un gusto por la lectura (y los libros). ¿Te podemos preguntar por tu fragmento favorito de ‘Cien años de soledad’? Pudiste haberlo leído dos veces, tal vez, o más. :D

Así vivieron en Macondo y nosotros también vivimos así, «en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras».

Cien años de soledad fue un libro muy importante para mí mientras estuve en Estados Unidos. Sus personajes me recordaban a mi familia, que se había quedado en México, y terminé leyéndolo cuatro veces.

Sobre Medium, EÑES y tú

¿Cómo llegaste a Medium y por qué te quedaste? Antes de esta plataforma, ¿dónde compartías tus historias?

Antes de llegar a Medium estaba pasando por una etapa de experimentación en el relato porno. Subía mis textos a cuentorelatos.com. Pero encontré Medium y me pareció una plataforma muy limpia y de fácil ejecución. Me sedujo su sencillez y la variedad de temas sobre los que se podía escribir y leer. Creo que ya estoy diciendo mucho. No es cualquier cosa conseguir esto.

¿Qué rol juega Medium en la autopublicación de los autores?

Medium ayuda a los escritores a conocer en dónde están parados. Es decir, qué se escribe y cómo se escribe, qué se lee. Medium es ese espacio para jugar con las palabras, para atreverse, para intentarlo.

Aquí una simple (esperamos): si pudieras mejorar algo de EÑES, ¿qué sería?

Buscar tener más presencia en las redes sociales y encontrar la forma de tener una cuenta en Instagram, y que con capturas de pantalla se presenten las publicaciones diarias en las Instagram Stories. Y, pues salud para todo el equipo de EÑES que hace posible que las letras derriben fronteras y toquen cada vez a más personas en todas partes del mundo.

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