¿Sabes ya quien es Roger Stone?

Una pista: Donald Trump le debe su presidencia

Raquel Sanchis
EÑES
4 min readMay 29, 2017

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Roger Stone, y su tatuaje de Richard Nixon.

La subida al poder de Donald Trump es una de las cosas más aterradoras y fascinantes que creo experimentaré en toda mi vida.

Ayer vi Get me Roger Stone en Netflix. Un documental dirigido por Dylan Bank, Daniel DiMauro y Morgan Pehme que explica la vida, obra y milagros de Roger Stone. Quien, a parte de por sus muchos logros, es conocido por haber sido el director de campaña de Donald Trump hasta agosto de 2015.

La política siempre me ha interesado. Más que la política, me interesa la razón ontológica que motiva a un individuo a querer dedicarse a ella, y a un grupo mayoritario de gente a votar para que esa persona les represente. Me parece fascinante.

Platón decía que alguien que desee gobernar es precisamente la persona menos idónea para hacerlo — estoy parafraseando, él lo dijo mucho mejor que yo — . Básicamente, si una persona se siente atraída por la profesión es porque se siente atraída por el poder que conlleva, no porque sea el más capacitado para el puesto.

Y eso es especialmente relevante hoy en día si consideramos la inmensa cantidad de manzanas podridas que hay entre nuestros políticos.

Durante toda la película, resulta difícil saber cuando acaban las palabras de Stone y empiezan las de Trump. Da la sensación de que Stone lleva más de treinta años planeando el ascenso y la victoria de Trump.

Todo, desde las catchphrases que usa en los discursos hasta su eslogan «Make America Great Again», parece orquestado por Stone.

Stone conoce como nadie a los medios de comunicación, a los que utiliza a su beneficio mientras canturrea al unísono de Trump aquello de fake news. Sabe que muy pocos se resisten a sumarse al escándalo. Y lo usa para promover calumnias sobre cualquiera que se atreva a llevarle la contraria.

Su táctica para ganar es lo que él mismo llama «campaña negativa», que consiste en sacar a la luz cualquier hecho del oponente que permita someterlo al escarnio. El resultado indirecto es fortalecer al candidato al que él representa.

Entre sus estrategias favoritas se encuentran, difundir teorías conspirativas, falsificar documentos y filtrar escándalos sexuales falsos o reales. Entre sus logros mas recientes destacan, la invención de la supuesta enfermedad de Hillary durante la campaña presidencial, o la difusión de la historia de que Bill Clinton había violado a 27 mujeres. A Stone incluso se le atribuye la falacia, que invadió titulares en 2011, de que Barack Obama era un musulmán encubierto y que no había nacido en Estados Unidos, sino en Kenia.

No importa que nada de lo que diga sea cierto, mientras cree polémica y la gente hable de ello.

Stone entiende mejor que muchos que la democracia es el proceso de atraer a la mayoría. Y Stone conoce a la perfección lo que la mayoría quiere. Su manera de hacer política, la rudeza, la calumnia, y la falta total de corrección política, ha forjado la política norteamericana actual y quizás la del resto del mundo.

Photo: Jesse Dittmar for The New York Times

Stone se aprovecha del sistema, utilizándolo para su propio beneficio. Nuestra democracia — que no se diferencia demasiado de aquella que tenían en Grecia hace más de 2.000 años — , se basa en un principio fundamental según el cual cualquier ciudadano es suficientemente competente para desempeñar funciones públicas. No es necesario tener preparación previa, ni conocimientos específicos. Solo es necesario que la gente te vote.

Stone habla de los votantes como si se tratasen de espectadores de un reality show. Dice: «¿Ustedes creen que los votantes, los que carecen de cultura, pueden diferenciar el entretenimiento de la política? La política es el negocio del espectáculo de la gente fea».

Stone se jacta de ser el que mueve los hilos, el que abusa de la incapacidad política y la insensatez del pueblo. Su único propósito es, mediante demagogia, engaños y manipulación, ayudar a la clase política a llegar al poder. Vamos, lo que Platón llamaría «¡un sofista de cuidado!».

La clase política solo busca el voto, el poder. Si no fuera así, el proceso electoral sería un arduo y riguroso procedimiento donde trataríamos de encontrar al individuo mejor capacitado para el puesto. Y no lo que es, un concurso de popularidad.

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Raquel Sanchis
EÑES

Originally from Eastern Spain, now living in Brooklyn. Never interesting, always interested.