Se vale llorar: El duelo en la era digital

Edna Montes
EÑES
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3 min readApr 22, 2018

Terry Pratchett murió el 12 de marzo de 2015 luego de una larga lucha contra una enfermedad incurable. Recuerdo la sensación de vacío que me invadió, sentada en mi oficina. Horas después de suceso. A principios de siglo XX me habría tomado meses enterarme del fallecimiento de uno de mis autores favoritos. Quizá nunca habría sido uno de mis favoritos, para empezar. Me explico: conocí la obra de Terry gracias al internet esa lenta y sosa de conexión telefónica a finales de los 90, casi de forma accidental en mis investigaciones sobre mi adorado Neil Gaiman me topé con una novela escrita por ambos, Buenos presagios. La amé tanto que corrí a leer todo de Terry, al menos lo que había de Mundodisco (que era bastante). Ahora es difícil imaginar que en Londres tardaron un año en enterarse de la muerte del capitán Cook, ocurrida el 14 de febrero de 1779.

La era digital nos ha dado mucho más que inmediatez. Por lo general dedicamos bastante tiempo a pensar en como las redes sociales nos «desconectan» de la vida real, la analógica, pero más bien poco a reflexionar sobre las forma en que nos conecta. Yo no lloré sola a Terry, aquel hombre inteligentísimo que jamás conocí en persona e impactó mi vida de miles de formas distintas. Ese marzo de 2015 pude conectar con muchos más fans de sus letras. Gente a la que Mundodisco salvó en sus momentos bajos. Lo mismo pasó en enero de 2016 cuando perdimos a David Bowie, o en diciembre de ese mismo año con Carrie Fisher. Creo que el arte hace la vida más bella y llevadera porque se relaciona a nuestras emociones, se adentra en ellas y nuestra existencia. Nos ayuda incluso a definirnos de tantas maneras que cuando nuestros artistas consentidos mueren es como si se llevaran épocas enteras de nuestra vida con ellos. Irónicamente, esos mismos medios digitales a los que acusamos tanto de «robarnos» el vínculo con las personas, de evitarnos empatizar, hacen todo lo contrario en casos de duelo.

Tim Berglund, el DJ sueco mundialmente conocido como Avicii, murió a los 28 años de edad este 20 de abril. Conocí su música aunque no era especialmente cercana para mí. Es, quizá, la primera vez que veo una oleada de aflicción en redes sociales desde fuera. En cada ocasión siempre habrá personas que digan que los dolientes exageran porque no son amigos o familia de la figura fallecida. Claro, nadie puede experimentar el dolor de los más cercanos a esa persona pero ¿eso hace su dolor menos válido o real? No lo creo. En un mundo con demasiada información y estímulos atacándonos todo el tiempo, es un logro volver hacia nuestras emociones, a la humanización que eso significa. El luto no solo nos recuerda el dilema primordial de la especie humana: lo frágil de nuestra vida, lo inevitable de nuestro deceso. Lo fundamental de esa vida analógica de las conexiones, las relaciones humanas profundas. La muerte, sin importar la plataforma, tiene ese efecto en nosotros.

En momentos de Fake News, ataques, descalificaciones y violencia continua el duelo en un espacio tan público como las redes sociales nos recuerdan la importancia de humanizarnos. A la persona que murió, a nosotros como deudos, a los usuarios como personas. A la compresión que surge cuando descubrimos que a pesar de las miles de divergencias aún somos capaces de amar y, con algo de suerte, amar con intensidad las mismas cosas para compartirlas con los demás.

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Edna Montes
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Escritora, periodista, friki irredenta, adorkable y eterna aprendiz de sommelier con una pluma tan filosa como su espada. Accidente esperando a suceder.