Seis de marzo

Daniel Huertas
EÑES
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3 min readAug 4, 2017

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Hacia la universidad, otro día más. Me está costando hacer el viaje con Ramón. Estudia en la misma facultad que yo, pero por alguna razón que no recuerdo, no nos mostramos demasiada simpatía. Pero, dispone de coche y hace la misma ruta que yo, así que hoy tendré que aguantarme por conveniencia.

Me he levantado con demasiadas legañas en los ojos. Ya no recuerdo… ¿qué película vimos ayer? Un par de insatisfactorias cañas templadas, tres cigarros mal liados (prometo que aprenderé) y al fondo unos altavoces cutres en los que vibraba música que no estaba a su altura. La chica que no me hace caso, la chica que sí me hace y no me interesa, y el chico que también me hace y no sé si me interesa. En fin, lo de siempre. La rueda de la monotonía parecía tener una careta puesta, pero no dejaba de girar.

¿Ahora? Química, creo. No me entero de nada. Mi profesor es un negado. ¿Cuántos años puede tener? No creo que baje de los sesenta, y se le nota. Tantos años calentado el asiento, le debe de empezar a quemar. ¡No haces más que quejarte, pesado! Vete a contagiar tus mierdas a otro. Yo, filosofía. Tranquilidad. Sé que la solución a todos mis problemas pasa por la tolerancia y el respeto. Las revoluciones son cosas del pasado, ya aprendimos a no matarnos entre nosotros. Como odio a los fachas racistas. Empresarios insensibles… desgraciados.

Mi compañero de viaje ni me mira. Irá ensimismado en sus pensamientos. Conduce él y, por cierto, no me inspira demasiada confianza, como todos los que como él hacen toda la rotonda por el carril de fuera. Eres exasperante, macho. No tardaba yo en pitarte, so desgraciad… ¡Tranquilo! Respeto. Está en su derecho como ser humano en hacer lo que quiera.

Voy a ver si hablo un poco con él. Ejem. «¿Qué tal el segundo cuatri?», «Vaya, no sabía que te habías ido de viaje», «A ver si nos tomamos unas cañas algún día», «Pues sí, e invitamos también a Patricia». Quince minutos me fueron bastantes para recordar qué fuerzas habían levantado un muro antiamistad entre ambos. Con qué orgullo ha recitado sus notas, no sé por qué me las tiene que restregar así. ¿Y su viaje? ¡Qué pesado! Menos mal que yo pude sacar pecho de mi excursión a Jaén del septiembre pasado. Eso sí que fue una experiencia, me alucinó ver tanto olivo junto. Espero que se le olvide eso de las cañas, y más aún si viene Patricia. Como la odio.

La conversación se ha disuelto por sí sola (tampoco es de extrañar, no había mucho fuego que avivar…). Ahora atravesamos la gran avenida antes de otra rotonda que ya nos dejará en la uni. Ya no queda nada, menos mal.

¡Anda! Para los minutos que nos quedan, le apetece poner la radio. Bueno, vamos a ver, así podré juzgar un poco su gusto musical, o informativo, o de lo que quiera que ponga. Veamos. Empieza a buscar, como en el pleistoceno, saltando de una frecuencia a otra a ver si le cae algo de suerte. Radio Clásica. «Vaya coñazo», me dice. Normal, lo es. Sigue sintonizando. Parece que se oye algo. Es un hombre con voz profunda que me llama la atención. ¿Qué está haciendo? Demasiado ordenado para estar hablando sin más. ¡Lee! A quién se le ocurre, en pleno siglo veintiuno, un canal de radio para lee…

…llanto de sangre que decora

lira sin pulso ya, lúbrica tea.

Este peso del mar que me golpea.

Este alacrán que por mi pecho mora.

Son guirnalda de amor, cama de herido,

Donde sin sueño, sueño tu presencia

Entre las ruinas de mí.

«¡No hay más que mierda! Menos mal que tenemos Youtube.», dice el piloto. Apaga la radio. Pues sí, vaya tonterías. Estas cosas de viejos… Estupideces. Parecía un poema. Un poema, ¿eso qué? Un aburrimiento. Ni siquiera entendía la mitad de las palabras que decía.

Llegamos por fin a la facultad. Mejor olvidar lo que me ha pasado, ha sido una tontería irracional que no va a ningún sitio. Vamos a ver qué me divierte hoy.

Extraído del pensamiento puntual de una persona común.

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