‘Star Wars’ y la iconoclasia
El fin de una saga
Cuando el brillo de la marca de LucasArts inunda la pantalla, cuando el texto en azul nos indica que Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…, cuando tras el logo de la saga y con el principio de las letras en amarillo que se alejan suenan los primeros acordes de la sempiterna música de John Williams, cuando todo eso ocurre y se estremece hasta el último de los pelos que recorren tu cuerpo, es que eres fan. Un soñador. Yo lo soy, no me da apuro contarlo, yo soy fan de Star Wars. Aún no tenemos nombre, raro, pero es así, hay Beliebers, Deadheads, Swifties o Trekkies pero no hay palabro para nombrar a los que somos seguidores de la serie galáctica más famosa de todos los tiempos, lo que sí que tenemos es ese amor irremediable por la reedición de emociones que, con el paso de los siglos nos ha hecho humanos. Somos un puñado de iconoclastas, no hay más remedio. En el alma del canon starwarsiano está romper con la iconografía establecida. Eso es lo que hizo el señor Lucas y es fundamental para ser fan de la serie.
Se podría pensar que la base de toda la historia alrededor de la familia Skywalker y co. es la re-interpretación de los fundamentos antiguos de la religión, la venida del profeta, las energías místicas y las idiosincrasia del metodismo y el budismo clásico. Se podría pensar. Se podrían pensar muchas cosas. Y puede que algunas sean, en parte, una realidad. Está claro que la religión y la espiritualidad están presentes en la obra. Los diferentes personajes, algunas de las tramas y la concepción de la fuerza, puede que nos recuerden irremediablemente a pasajes bíblicos o a enseñanzas místicas. Muchos críticos de cine y escritores varios han indagado al respecto y tienen mil teorías diferentes.
En cambio, desde mi humilde opinión crítica, creo en todo lo contrario. Lucas, desde un principio rompe con los canones establecidos, pide a su cameraman y a sus chicos que, en vez de mover una maqueta hacía el objetivo, sea dicho objetivo quién se mueva, lo hace intuitivamente y así crea la primera escena de la primera piedra de una historia que con el tiempo se ha convertido en un fenómeno socio cultural.
El canon, o lo que es lo mismo, las historias detrás de la historia, sigue el mismo proceso, nada es lo que esperas pese a que todo fluye hacia un mismo lugar.
Nada se puede asegurar de estas teorías tan peregrinas, lo único real es esa sensación que me produce el logo volando a través de la pantalla negra mientras que la música de Williams me despedaza por dentro.
Esto es a lo que nos tenía acostumbrado la factoría LucasArts, verdadera creadora de sueños estelares, ahora las cosas están, irremediablemente, cambiando.
Desde la compra y absorción por parte del gigante Disney, los chicos del ratón nos han ido avisando que nos olvidemos del canon clásico, las cosas van a ir por otro lado. Hay que rentabilizar el producto, hacerlo para todos los públicos y no perder de vista al todopoderoso señor dinero. Toca esperar cómo van a sucederse las cosas. Toca ser paciente y creer en que las nuevas generaciones pidan que no se los engañe con zanahorias que no llevan a ningún tesoro escondido.
De momento la factoría Disney nos ha entregado una de cal (la tediosa The Last Jedi, 2017) y otra de arena (mi favorita de las nuevas entregas, Rogue One, 2016) y nos han colado un remake vendiéndolo cómo algo novedoso (The Force Awakens, 2015). Por supuesto, para ningún fan estos nuevos experimentos están a la altura, aunque le quedan oportunidades para demostrar que se puede encarrilar el tema.
El próximo 25 de mayo la factoría estrenará una nueva entrega del, cada vez más amplio, mundo de Star Wars, será Solo, un spin-off sobre la vida del personaje que interpretó Harrison Ford en la trilogía original antes de cruzarse con Luke y Obi Wan.
Los retos, en esta nueva entrega son varios, en primer lugar no convertir una película de acción y aventuras en una comedia sin sentido, cuestión complicada teniendo en cuenta que la historia se basa en el más cómico de los personajes de la saga. Esto lo consigue un director cómo Spielberg, que no está invitado a la fiesta, y un actor cómo el Harrison Ford de los ochenta, qué simplemente dejó de serlo tras el tercer Indiana. Otro de los retos es hacer entender a los nuevos seguidores, a los futuros compradores de merchandising, la importancia de personajes satélites como este, sin los cuales toda la saga andaría coja.
En fin. Todo se andará. Ya veremos como sigue la cosa. De momento, nos quedan tres estrenos en gran pantalla y una serie completa en acción real, aunque seguro que Disney tiene muchos planes para su nueva gallina de los huevos de oro. Esperemos que el futuro no sea tan obvio como lo que hasta ahora nos han contado y aprendan de una vez por todas de la historia original, esperemos que empiecen a tratar a los nuevos fans como a personas con pensamiento crítico y no como a meros consumidores natos o a la larga este será nada más que el principio del fin de La guerra de las galaxias tal y como la conocemos, convirtiéndose en una atracción más del parque de atracciones más grande del planeta.