Tanguito dolor
Mi dolor es un bichito candoroso.
Inhóspito.
Se retrae frente a ojos de perro.
O ante un abrazo de rulos pintados.
Crece durante la noche,
sobre la noche,
trapeando endecasílabos como alfombras
o como enredaderas,
con el coraje cobarde de macho golpeador.
Me hace preguntas, siempre las mismas.
Pero a mí me han enseñado que es de mala educación contestar con otras preguntas.
Le digo que yo tengo suspicacias y espejos rotos, le digo,
palabras para nadie.
Mi dolor es nadie y no me escucha.
Se formula entre acólitos nocturnos,
cuando solo puedo fumar y sentirme solo
contra montones de mí mismo.
Mi dolor es un burro agazapado en la espalda,
tiene ojos de errores,
ojitos de niño originario
a la sombra del capital.
Y ahí por la espalda
se burla de toda certeza de rutina,
sabiendo que, de esa manera,
le azuza el resplandor y las brasas.
Presiente mis mejorías y se pone a dormir un ratito, mientras tanto,
en una sombra segura por perenne.
No se puede transfundir mi dolor.
Se ríe cuando pienso esto.
Sabe que los preámbulos son dilaciones inútiles,
manotazos en una pieza vacía de mirones.
De joven, me recuerda mi dolor,
quería enaltecerlo con solemnidad,
para doblegarlo más bien.
Pero la solemnidad es una falacia.
Y no era ni enaltecerlo o doblegarlo.
Menos nombrarle una sola de sus pústulas.
Estaba adelantado a mi estrategia.
O es mejor decir
que sabía que eso intentaba
ser una estrategia antes de que yo mismo lo supiera,
o cayera en la real cuenta de que, en realidad,
acuñaba ademanes con alas de cartón,
frondosos ademanes desesperantes,
para decir,
para intentar decir lo que ahoga
antes que decir el cómo decir
mi dolor,
con la forma de cubo que se necesita para que a uno lo entiendan.
Y mi dolor ahí, rapaz y libérrimo,
orquestando su derecho de auscultación
con articulaciones que no se ven.
Es el hijo que me despierta a la madrugada
vestido de dolor.
La mayor parte de las veces no se puede silenciar.
Ni obstruir.
Ni sacarle el traje de dolor.
A veces, dolorido, la llamo a Zamba,
y Zamba viene a cobijarme de paisajes mejores
y mi cuerpo deja de ser un campo de concentración
y es, en cambio, espléndido
como un mar de soles
o un dolor sobrio.
Espléndido y definitivo como mi cuerpo sobre el tuyo,
cuna de revoluciones que no entiendo
pero que tampoco nadie explica.
A veces,
besándote,
pienso en mi dolor,
en cómo basta tu beso
para dolerme mi beso
y sacarle galaxias de otros rostros míos
y en cómo soy otros nombres con mi nombre
gracias a romperme yo mismo
contra tus costas rotundas.