Ternerito desolación

Norber Tebes
EÑES
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3 min readJan 10, 2018

«Lo que pasa es que nadie viene por acá», decía el ternerito muerto en el arroyo junto a su mamá. «Nadie», decía, desde la herida podrida de su vientre. Tuve que retar a las nenas que querían bajar al arroyo a oler, desde el puente en el camino de tierra. Las retaba y las instaba a volver al pueblo, donde pasa la gente y otros animales vivos, al pueblo donde hay otros peligros, otras danzas de la muerte, otras soledades, malolientes matrimonios, carniceros sonrientes buenas personas, hipócritas, donde uno se mezcla en ese olor a muerto y a pedantería. Y la ruta, sobre todo, donde la gente en los autos se apura, se adelanta para pasar al de adelante, a los de adelante, sobre todo ahora que sacaron los lomos de burro, aunque la ruta pase por el pueblo donde se respeta más o menos al transeúnte que cruza la ruta para ir al pueblo a seguir la vida, la misma ruta donde me atropellaron a Pedrito que por ser perrito no miró antes de cruzar e ignoraba que hay quienes están apurados y necesitan pasar al de adelante, aunque la ruta atraviese el pueblo. La ruta es una potencia de la muerte, el pueblo es una potencia de conductores borrachos, de pendejos llorones que le lloran a los padres para que les den las llaves de las 4 x 4, para salir a demostrar quién la tiene más grande. Y a veces uno reacciona y no quiere más muerte y es ahí que, entonces, con las correas aseguradas al cuello de mis nenas perrunas que quieren vivir sin saber qué es eso realmente, uno emprende paciente la caminata hacia los campos en los que el pueblo enmudece, y mientras más internado en la tierra, y más urgente se hace sacarles las correas, más silencio y menos pueblo y hay iguanas que cruzan, pensamientos que cruzan, pero sobre todo, la seguridad de las nenas que andan a sus anchas por los pastizales y los canales, saliendo y entrando de la alegría del chapuzón breve, y hay soledad para compartir porque no cabe en un solo cuerpo, el mío, que sé qué es la soledad, sobre todo ahora que estamos lejos del pueblo donde hay ruido paro también esquinas discípulas de la muerte, entonces Valquiria corre, de golpe, y Juana la sigue, y Zamba para las orejas pero no corre porque está pesada pero aparte porque le gusta andar a mi lado, corra yo o camine o trote, y las miro y sonrío al verlas llegar al puente perdido en los caminos de tierra y mirar hacia abajo, donde pasa el arroyo y cuando me asomo y miro, se ve la soledad, otra soledad, que parece nueva o flamante y que duele, y se pronuncia más parecido a desolación, «esto es la soledad», decía el ternerito muerto, con quizá dos o tres días de muerte encima, y su madre al lado: «lo que pasa es que nadie viene por acá para ver».

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