‘The Shape of Water’

Serie B más mala que la serie B

Javier Montenegro Naranjo
EÑES
5 min readApr 3, 2018

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Imagen: cesarrex.com.

Spoiler alert! Solo para quienes hayan visto la cinta.

Ante todo, uno debe reconocer la habilidad de Guillermo del Toro para contar historias, incluso si es anodina, predecible o superficial. The Shape of Water tiene muchísimas carencias y defectos, pero cuando tienes un artesano detrás encargado de maquillar o tapar cada agujero, terminas por aceptar lo que en otro momento te hubiese provocado urticaria.

Cualquier amante del terror, la ciencia ficción y los monstruos, sabe cuánto debe agradecerle el cine a la vilipendiada serie B. Homenajearla no es sencillo, mucho menos cuando se tiene un gran presupuesto y se termina por olvidar la esencia de un cine cutre y malo, pero con muchas ganas de hacer sentir al espectador, da igual lo que provoque, si risas, miedo, asco, una reflexión; si lo hace a través de un golpe efectista, o quizás, con suerte, termine por crear un nuevo símbolo pop. Del Toro con su cinta intenta homenajear esos géneros de fantasías y monstruos que tanto ama (y de paso al musical sin que venga a cuento), pero lo que logra es destrozarlo a fuego lento: lo visual por encima de lo que se cuenta; personajes sin matices, sin conflictos; una historia de amor insertada a trompicones, narrada desde un solo lado y forzada a más no poder; un complot ruso gratuito; y una tríada de marginados: la muda, el homosexual y la negra. Es probable que todos estos ingredientes hubiesen funcionado en una película de bajo presupuesto, pero aquí no terminan de cuajar.

Del Toro decide olvidar una de las principales características de su cine, que es la construcción del universo alrededor de sus monstruos, de la fantasía que rodea a cada una de sus criaturas. Aquí nos suelta al hombre pez de la nada. Proviene de Sudamérica y lo veneraban como a un dios. Puedo estar equivocado, pero parece una concesión en pos de lograr una mayor empatía con el stablishment cinematográfico. A esta altura, es más fácil para la Academia interesarse por un monstruo de la laguna que por un universo de criaturas fantásticas.

Lo de los personajes ya parece un nuevo estilo que está adoptando. Si un problema grave tiene Pacific Rim, son esos pilotos sin personalidad, más parecidos a robots que los propios mechas que manejan. Y The Shape… continúa por ese sendero. Solo el Dr. Hoffstestler / Dimitri (Michael Stuhlbarg), el espía ruso, tiene un conflicto entre si cumplir su misión o salvar a la criatura. El resto son extremos. Strickland destila maldad junto al pus de su mano, y para suavizarlo le agregan como superior a un general más intolerante que él. Eliza es feliz con su trabajo de conserje, su apartamento medio derruido, le cocina a su buen amigo el pintor, y en sus ratos libres, además de masturbarse, se enamora a primera vista de criaturas fantásticas; por eso choca tanto esa explosión que tiene con Giles intentando explicarle lo marginada que se siente y que por eso se identifica con la criatura; Eliza se siente como un bicho raro a causa de su mudez, y es entendible, pero en la cinta no se refleja esa marginación, a no ser que ser objeto de atracción sexual del villano y que un personaje de aderezo diga «¡no ayudes a la muda!» hieran con profundidad a la protagonista. Al menos Giles (Richard Jenkins) sufre con su decadencia como artista y con el flechazo que siente por el vendedor de pasteles, y Zelda (Octavia Spencer) tiene lo suyo al convivir con un esposo machista.

Por otro lado, ese concepto de amor entre marginados no encaja nada bien; si Lanthimos en The Lobster intenta reflexionar sobre esa necesidad que la sociedad ha implantado de buscar una pareja semejante a nosotros, de aferrarnos a una característica en común para justificar una relación y huir a toda costa de la soledad, sin importar con quién, aquí del Toro hace lo contrario y parece celebrar esa unión por descarte. La chica muda se siente apartada y por eso encuentra el amor en otro marginado. Casualmente, sus amigos son un homosexual y una negra, personas despreciadas en esos cincuenta en que se recrea la película, y ninguno de los dos tiene exactamente una vida color de rosa. Toda la cinta tiene un tufo terrible a «ustedes los diferentes también pueden ser felices». De qué otra forma podemos explicar esa historia de amor surgida de escuchar música, mirarse fijamente y comer huevos hervidos. La lástima y empatía que Eliza pueda sentir por la criatura, y el agradecimiento del anfibio por no ser tratado como un animal no son sinónimos de amor.

¿Y a nadie más le molesta el hecho de que Octavia Spencer sea una limpia pisos negra que sufre el racismo de la época? Será que como ganó un Óscar con este papel, es mejor no sacarla de su zona de confort.

También está el tema de las concesiones hechas para que la historia avance, concesiones que uno hace en todas las películas, pero molestan más cuando el final es una apuesta por la felicidad a costa del sentido común. Uno traga en seco al ver que la limpia pisos de una instalación científica tiene acceso a la investigación más importante; sonreí cuando Eliza elabora un plan para salvar a la criatura pero se olvida que todo el metraje el anfibio ha estado encadenado —por suerte el Dr. Hoffstestler pasaba por allí con las llaves—; arquea las cejas cuando la criatura visita el cine y queda hipnotizado con la gran pantalla y nadie nota su presencia, sin olvidar que Strickland se pase el día sentado frente a las cámaras de seguridad y nunca ve a Eliza haciendo nada sospechoso. Pero el final parece un chiste. La criatura, enferma por estar fuera de su hábitat, recibe dos dispares en el pecho, cae, y se levanta como un Terminator, se sana las heridas, asesina al malo, carga a Eliza, salta con ella al mar, y no solo la revive, sino que convierte sus cicatrices en agallas. Y lo mejor, la policía llega justo en el instante en que Strickland cae al suelo, y ni un solo oficial se acerca o intenta detener al monstruo. Todos son espectadores de la última escena de una historia de amor, la de del Toro con la Academia, la del outsider por fin aceptado, la del genio que cambió su forma de hacer cine mientras nos contaba una historia donde el amor triunfaba por encima de las diferencias y estigmas.

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Javier Montenegro Naranjo
EÑES
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Amante de los videojuegos, pelis clase Z y especialista en caso de apocalipsis zombie.