Tirar postas

Norber Tebes
EÑES
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5 min readApr 30, 2018

Soñé una versión libre de esa vez que salí a la vereda a fumar un cigarrillo, ahí en Plaza de Ángeles, después de haber tocado. Que luego saliste vos. Con respecto a los hechos reales (¿pero qué es lo real, loco? Definímelo, me dijiste una vez y ahora eso sucede siempre, incluso en el ámbito del sueño, como una alerta que sale al encuentro de cualquier atisbo de seguridad que yo pueda tener), algunas cosas permanecieron iguales en el sueño. Que lloviznaba, por ejemplo, y que enfrente, en el restaurante, estaba sonando una banda de jazz y vimos una mujer sola en una mesa, absorta en la música, que contrastaba con el resto de la gente alrededor, que solo hablaba. Que cuando tirabas el humo, girando la cabeza hacia la calle, la vida sucedía en cámara lenta, y cuando volvías a mirarme, el tiempo retornaba a normal (pero ¿qué es normal? Aaaayy vos y tus replicaciones de la normalización, me dijiste una vez, con un fastidio medido, estirando la «a» que casi sonaba como una «o» y los ojos brillando, y ahora eso sucede cada tanto, por belleza nomás sucede).
En el sueño me señalabas más enfáticamente, sin suavizar, lo de usar insistentemente el wah (¿ese Cry Baby es el 95Q? ¡Es una belleza, loco!), lo de ajustar el volumen del fuzz (si te comprás el Big Muff yanqui, no el ruso, estás salvado, decías y ahí miraste a la calle porque pasaba un auto con unos boludos gritando y yo vi y supe y entendí, mirando el contorno de tu perfil, que la forma de tu nariz y la manera en la que baja y hace una pausa insolente en el orbicular superior para luego tomar la curva que remata en esa otra insolencia que son tus labios saliendo hacia fuera, hacia el mundo, me complicaban un poco lo de no darle de comer al canon de belleza mainstream; bueno, no solo el contorno de tu cara, también otras cosas, a decir verdad) y lo de que si buscaba un sonido más medioso, la banda tendría más peso en el audio general, más, mucho más, si solo hay tres instrumentos, decías. Sonrisa. Tirabas el humo. La luz que tiraba el poste de la calle detrás mío hacía un redondelito amarillo en el centro de tus ojos negrísimos. Que lo parió, pensaba yo, mirándote pero asintiendo lo que decías. Esto último, en la realidad. Porque en el sueño yo contestaba tus observaciones y era inventivo y vos no te ibas con tus amigas ni yo con el resto de la banda y nos fuimos sin saludar a tu departamento, sobre Laprida al 800, para llevar a cabo una venganza, dijiste, ignorando que a mí me hacía falta mucho menos. Me invitaste a bañarme, pero solo, sin vos y me ofreciste la ropa que nunca más pasó a buscar un ex chongo. Vos te quedaste fumando en el balcón, mojada, y te preocupaba la cuestión ontológica de las cosas, y no te cansabas de tirar postas, es decir, de hacer preguntas necesarias antes que de ofrecer respuestas cargadas de petulancia, como hacen todos y yo sentía que clausurabas todas las pequeñas seguridades que fui haciéndome a lo largo de mi vida y además que no podía decir nada sin sentirme un boludo a punto de ser cuestionado. En la realidad, te fuiste con tus amigas a un boliche que no te gustaba, para llevar a cabo una venganza, dijiste y te reíste; te sonreí de esa manera que se sonríe cuando no entendés lo que te quisieron decir; yo me entiendo, agregaste, cerrando la despedida; y yo, con la banda a seguir de joda en Berlín, mentirnos sobre que habíamos tocado bien y sospechar que sentábamos un precedente en la gente que nos había ido a ver. Cosas que, a la luz del hoy, fueron producto de razonar una alegría que no nos cabía solo en la conciencia.

Ahora me despierto y de a poco, por el olor y por la claridad entrando por mi flanco visual izquierdo, entiendo que estoy en tu departamento, que es la antesala sin obstáculos de la felicidad pero también la felicidad concluyente, tan felicidad y tan concluyente que no me urge reconstruir el cómo fue que terminé acá, cerca de vos, con vos aceptándome, que es lo más importante y además lo más llamativo de todo. El escombro residual del sueño que sobrevive en este plano en el que vuelvo a ser mortal, es más bien un concepto: que vos tirás postas, queriendo y también sin querer, como esa vez que yo te contaba un drama existencial y vos, interrumpiendo mi divagación, me abrazaste de golpe, como un reflejo, como una respuesta espontánea, nacida antes de la duda que de una actitud purgada de un razonamiento, y así, en ese reflejo de abrazar, entendiste (y yo ahora también entiendo, es decir, tarde) que eso es todo lo que uno puede hacer con los desastres de un mundo ajeno; o esa otra vez, que yo te preguntaba si la poesía sirve para algo y vos me dijiste que no, que eso es antipoético, que el error es buscarle una utilidad, que hacer eso es objetualizar la poesía, desarmarle el hechizo, y luego te reíste porque pensaste que habías dicho cualquiera por estar fumada, pero yo ahora, en el ahora en que me estoy despertando en tu departamento, entiendo que lo que decís sin pensar se parece más a la verdad, sea lo que sea eso; abro apenas los ojos y veo que estás poniendo la pava eléctrica, con el pucho en la boca del lado izquierdo de tu cara, tenés puesta la camiseta ancha tipo hindú que me compré en la feria del río y que termina un poco antes de tus rodillas —lo cual no es un detalle cualquiera— y yo mientras te miro, acostado en tu cama, pienso que en vos descansa un orden que le hace falta a mi vida, que eso es un alivio y también un peligro y que te quiero y que soy feliz de estar de algún modo a tu merced, pero no te lo digo porque me falta coraje, pero (y esto es importante) apenas termino de hilar ese pensamiento vos me mirás y sonreís y pareciera que vas a decir algo, pero no, no decís nada en absoluto, y cuando estoy por decirte buen día, vos lo decís antes que yo, pero con el tono de una respuesta, no con el tono de quien se te anticipa en saludarte; fiel a mi personalidad, te digo que no sé lo que quiero escuchar hoy para terminar de despertar, para ir tomando fuerzas; fiel a esta sospecha mía de que vos tirás postas, en silencio, prendés el equipo conectado a la compu que ¡ay! suena tan hermoso en tu departamento, alcanzo a ver el logo de YouTube y cierro los ojos, para que la sorpresa sea sorpresa, y empieza a sonar «Cry of Love», que yo no conocía. En momentos como este siento que te amo, sea lo que sea que signifique eso; no sería extraño que vos lo hayas sabido antes que yo y te lo hayas callado. Los mates tuyos son necesarios este domingo húmedo, gris. Tu beso con gusto a Marlboro es una astilla molesta en la sonrisa de la muerte. Te juro que no sé qué hacer con tanto. Puedo empezar cumpliendo la promesa de cocinarte berenjenas rellenas por lo pronto.

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