Tres cuentos (reales) de amor

Rosie
EÑES
Published in
3 min readApr 18, 2018

Te recuerdo

Tú le eres a la cordillera, al volcán, a la lírica, pero no a mí. Me perdería en tu mirada de obsidiana y descarnaría tus labios hasta quebrarte el alma, me fundiría completa en tu aroma de canela, me daría a ti, a tu recuerdo, a tu deseo.

¿Recuerdas cuando me decías que me querrías para siempre? Yo sí, y te quiero a ti y solo a ti, maldita sea. Te tomaría de la mano y volvería a llevarte a escuchar la orquesta en el quiosco de Alfonsina, a caminar por la playa y los pasajes, a tumbarnos en el pasto y pasear en carretera. Te arrastraría de nuevo a la iglesia para tomar la comunión, dejaría que me cansaras con tus obsesiones hasta convertirme en una de ellas, hasta que me tengas y me vuelvas a dejar.

Ojalá pudiera deshacerte en lágrimas hasta convertir tus ojos en bellos cristales, y así secar tus mejillas con mis cabellos, enredar mis brazos en tu cuello y plantarte un beso frente a mi padre, pervertirte frente a tu madre.

Me escondería mil veces en el viñedo para huir de tu abuela e hipócritas cantaríamos villancicos para agradar al Señor y a tu familia de ultraderecha. Abriría mis ojos en la mañana para sonreírte y acariciar tu rostro, te diría que por ti lo haría todo, que por ti creería, amaría, permitiría mancillar mi cuerpo; recibiría tus golpes e improperios otra vez, brillaría mi mirada al escuchar tus calumnias, cabizbaja mordería mi lengua al cargar el yugo de tus ancestros y demonios.

Te amaría de formas impensables, con instintos irrefrenables. Me vaciaría completa en ti.

Pero despierto y comprendo que de todas tus estrellas no queda una sola, que todas tus semillas han muerto, que en nuestro amor hay atardecer: Entonces te recuerdo, como Víctor a Amanda.

Morirían de amor

Dejando huellas en la arena, caminaba con los pies gélidos y el seso caliente. Los brazos le pesaban horrores y las piernas le jugaban bromas que falsas prometían doblarlo de dolor, creía que alejándose de la orilla podría dejar de recordar.

Esa sombra que maldita lo seguía se había encargado de hacer de aquel verano el más cruel de sus días, lo había roto hasta las fibras más profundas. Con los nudillos rotos tocaba puertas y se perdía en sabores y olores de flores, todos iguales, todos diferentes, todos en el desespero de borrar su pasión.

Volvía a casa y en el zaguán le esperaba ella, que con amor fraternal tomaba su mano y confortaba su espíritu con té de hierbas, que le invitaba a la sala y pretender que eran niños otra vez, a olvidarse que uno se hace viejo, que el amor es cruel.

Ambrosía

Dichosa la luna, que sensual posa sus rayos en tu figura, que se da a todos y es de nadie; me da envidia el viento, que en virtud de tu nombre pasa entre tus cabellos y se impregna de tu aroma. Bendito el río que por las mañanas te hace suya y por las noches apacigua tus pasiones.

Quisiera ser la arena sobre la que plantas tus pies, el rocío que en tus pechos duerme y tu sueño arrebata, la lluvia, que inclemente enfría y recorre tu piel; ser yo por quien suspiras, por quien tu corazón se acongoja.

Pudiera darte lo que fuera si además de tenerte me dejaras amarte, si desde arriba un día me miraras y me sacaras de tu cajón de perversión.

--

--