Un millón de estrellas

¿Cómo se sienten un millón de estrellas?

Uriel Cortes
EÑES
3 min readJan 4, 2018

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Esta curiosa sensación surgió una noche; una noche de aquellas en las que el universo se alineó para que así fuera.

Fue un par de noches antes de terminar el año 2017.

¿La situación? Un viaje de amigos.

Todo transcurría con naturalidad. Era nuestro tercer día juntos, estábamos en la playa, acampando. Una noche de aquellas en las que olvidas el mundo; al menos el mundo que es parte de ti gran parte del año. El trabajo, los compañeros, los problemas, las soluciones. Olvidas todo.

Estás ahí con un par de tragos, tus amigos más cercanos, el sonido del mar de fondo a unos 100 metros de ti. Es tarde y la temperatura desciende. A pesar de ser costa, sientes un poco de frío, pero nada que incomode.

Aparece un amigo, que bien podría ser tu hijo, cuanto tú tienes casi 30 y aquel hombre tiene apenas 18. Te pregunta del amor, del egoísmo, de la vida. Es extraño.

Comienzas por escuchar sus pensamientos, acto seguido tú complementas aquellas palabras. Él habla de lo que cree que es el amor y por qué piensa que el amor en estos tiempos de modernidad es algo que se basa solo en lo físico y en lo material; habla de la vida, del egoísmo, de la amistad. Llora.

«¿Crees que la persona a la que yo quiero realmente sea tan fría como para no darse cuenta?»

«¿Crees que esa persona piense lo mismo que yo pienso acerca del amor?»

«¿Crees que mientras yo te cuento esto, ella le cuenta a su mejor amiga algo similar?»

La plática se torna interesante. Parece que hablas con un hombre que ha vivido mucho tiempo y, sin embargo, es casi de la mitad de tu edad biológica. El universo, el amor, el egoísmo, la felicidad, la tristeza, el ego, la vida, el mar, las olas.

Termina, y él se va.

Quedo en un estado en el que reflexiono acerca de lo hablado. Él y yo estamos en una situación similar.

Me da un poco de frío. Decido ir por algo para abrigarme.

Camino al campamento —sobre la playa.

Levanto la vista.

Y me doy cuenta de algo que en mis casi 30 años de vida no lo había visto jamás.

El cielo nocturno está completamente iluminado por un millón de estrellas. Es un cielo que jamás he visto y no sé si algún día volveré a ver.

Me quedo mudo, quieto, con la cabeza mirando al cielo mientras mis pies tocan la arena. El frío se desvanece y quedo a merced de tal majestuosidad.

Volteo al mar, al horizonte y miro ese millón de estrellas reflejadas.

¿Dónde estoy?

Me quedo pensando. Y es aquí donde me doy cuenta que un millón de estrellas se sienten como un desborde de felicidad y, al mismo tiempo, un desborde de insignificancia. Aquí es donde miras al cielo, con tantos y tantos puntos brillantes en ese oscuro cielo nocturno pensando en que tú, como persona, eres insignificante ante esa majestuosidad, me refiero a ti como ese ego que a veces nos domina. Sientes que tus problemas son insignificantes, tu dolor, tus carencias, tu auto, tu casa, tus bienes materiales no importan ante esa magnificencia.

Me quedo mirando al cielo.

Un calor invade mi cuerpo, me da paz y tranquilidad. Estoy feliz. Un millón de estrellas te hacen sentir feliz.

Un millón de estrellas te hacen sentir vivo, te hacen sentir con ganas de vivir, te quitan los miedos, las dudas y las tristezas. Te hacen sentir que por cosas así vale la pena vivir, ser parte de algo que sobrepasa tu imaginación, que sobrepasa tus límites y que te deja en un estado en el que lo que crees importante, en realidad no lo es.

Miro y siento ese millón de estrellas por un largo tiempo. De repente escucho risas a lo lejos. Decido ya no abrigarme, abro la tienda de campaña, me recuesto y pienso en ese millón de estrellas, nada importa más en ese momento.

Pienso, pienso, pienso... hasta quedar dormido con esa imagen grabada en mi memoria. En esa huella mnémica que tendré para toda la vida.

Y entonces entiendo que el amor es todo aquello que me hace vivir y ser feliz y que no es cuestión de tiempo sino de sentimiento y de actitud.

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