Una habitación a la vez

(Cavilaciones con uno mismo)

Mauro Estevez
EÑES
6 min readSep 11, 2017

--

¿Qué hacer cuando todo es oscuridad? ¿Qué hacer cuando se está sentado en una silla en el medio de la nada? Como esperando algo que nunca llegará. Pero ¿qué es eso que esperamos y cómo sabemos si alguna vez llegará? En medio de esta opresiva oscuridad, a lo lejos se vislumbra un rectángulo azul… No, blanco… ¿O amarillo? No, definitivamente blanco…. Pero ¿qué es? Debo acercarme… ¿Debo acercarme? No queda otra opción más que acercarme a la luz y ¿cómo sé que es luz? ¿Solo por su brillantez? ¿Cómo saber si algo es realmente lo que parece? Pero he de acercarme, si no, me quedará tan solo la oscuridad, la fría oscuridad que cala hondo en los huesos y me deja paralizado. Al acercarme empiezo a conjeturar con lo que me espera del otro lado. Tal vez un mundo diferente, un mundo con cosas inesperadas y nuevas por ver, o tal vez más soledad, o el mismo cuarto en el que estaba pero con luz. Y si fuese así, si fueran iguales en apariencia, ¿cuál preferiría, un cuarto iluminado sin más nada que ver que sus incipientes y blancas paredes, o un cuarto oscuro lleno de materiales que explorar, pero al no poder verlas nunca me anime a explorar?

A medida que me acerco la luz se va agrandando, a cada segundo se hace inaguantable este espacio que me separa del saber y la ignorancia. Pero cada paso que me acerco quiero dar dos para atrás, ya que eso que me espera puede cambiar mi mundo, mi vida, mis ideas.

Estando en el umbral, aunque trate de vislumbrar hacia el otro lado, aun no puedo distinguir nada. Se ve que para entender lo que hay en el otro lado voy a tener que meterme de lleno en este nuevo cuarto. Miro hacia atrás, todavía indeciso. Esto me puede modificar para siempre, me siento paralizado. ¿Qué hacer? ¿Por qué nadie me aconseja? ¿Por qué no hay nadie conmigo? Necesito de alguien, alguien que me dé un empujón hacia la luz o que me tironeé hacia atrás, a la oscuridad nuevamente, pero ¿dónde está ese alguien? ¿Por qué no hay nadie cuando más se lo necesita? ¿Es que me encuentro solo en este extraño lugar donde todo parece ser blanco y oscuro y no se puede saber qué hay del otro lado? Alguien, solamente alguien, que me diga qué hacer o me comente qué hay del otro lado. Pero, igualmente, si hubiese alguien que me diga, ¿realmente le creería? ¿Tomaría su palabra como verdad absoluta? Acaso ¿quién es ese «alguien» para decirme qué es eso que voy a encontrar en otro cuarto?

Ya tomando aire, decido cruzar esa línea invisible, la misma que no me deja ver más allá de la oscuridad que me rodea.

Ante una primera mirada quedó shockeado, demasiada claridad para procesar. Pero luego de unos minutos mis ojos se van acostumbrando y empiezo a ver. Primero borroso y luego con mayor claridad.

En un principio lo que veo me deprime —¿o en realidad me alivia?—, solo veo algunas puertas en un cuarto aparentemente vacío. Al parecer no me perdía nada en el otro cuarto, solo puertas —pensé—. Es más, tal vez el otro cuarto sea igual solamente que no las podía ver. Pero tras unos segundos empecé a preguntarme con lo que me podría encontrar detrás de cada una de las puertas, y nuevamente me entró un sentimiento de incertidumbre y pesar. Y nuevas interrogantes se crean, ¿Qué debo hacer? ¿Debo pasar esas puertas o quedarme aquí hasta que la incertidumbre sea parte mía, me la apropié e integre a mi ser? O tal vez ¿debería volver a la oscuridad? Ahí donde ninguna puerta me podía llegar a molestar e incomodar.

Aun cavilando estas preguntas en mi cabeza, me sobresalto al escuchar una frase a mis espaldas.

—¿Aún no te decides?

Al voltearme, reconocí una cara sumamente familiar a la que sin embargo no le pude dar nombre a la misma. Es como si la viera nítidamente y, a la vez, esfumada, como si supiera su nombre y a la vez no, como si supiera toda su historia personal y a la vez como si fuera un completo y absoluto extraño. El hombre no era muy alto, tal vez mi altura —pensé—, vestido un traje rojo con camisa amarilla, muy formal (exceptuando los colores, claramente), salvo por el calzado, unas zapatillas de tela verdes, lo cual me pareció raro y gracioso a la vez. Sin embargo lo que más me sorprendió no fue su forma de vestir, ni como él había llegado allí o porque estaba allí, sino que fue su pregunta, casi como si supiera que era lo que estaba pensando.

Me volteé para ponerme cara a cara con él —aun sin poder descifrar quién es—, y le pregunté.

—¿En dónde estamos?

—Tú lo sabes —me contestó, siendo su voz medio de hartazgo, como si le hubiera preguntado cuánto es dos más dos a un físico cuántico.

—No, realmente no lo sé.

—Realmente lo sabes, y no te lo voy a contestar. Pues si yo lo sé, tú lo sabes.

Aún más extrañado por su respuesta, decidí no volver a preguntarle, ya que parecía realmente molesto por el hecho que le haya hecho tales preguntas, por lo que pase a preguntarle si sabía lo que eran las puertas.

—Si, lo sé.

—¿Y? ¿No puedes decirme más?

—¿Más de qué?

—De las puertas… ¿De qué estamos hablando? —Ya también empezaba a irritarme.

—Y para vos, ¿qué es cada puerta? ¡NO! No me digas «no sé». Piénsalo unos instantes. ¿Qué es para vos, que representa para vos, una puerta cerrada, pero que está a tu disposición para ser abierta, que tan solo debes decidir hacerlo? Y si además te dijera que no sabrás qué es lo que hay dentro de cada cuarto hasta que te sumerjas enteramente en él, y aun así no importaba del todo que es lo que haya dentro de cada cuarto…

Tras meditar, pensar en lo que me dijo por unos instantes la respuesta apareció en mi cabeza. Era claro como el agua y sin embargo no podría nunca decir cómo es que apareció esa idea en mi cabeza. Fue instantáneo, casi que instintivo.

Era claro, cada puerta es una oportunidad, una oportunidad a un nuevo conocimiento, al desarrollo de una nueva habilidad, que me permitiría alcanzar un crecimiento personal, a la apertura de más y más cuartos. Pero también me di cuenta que lo que me había sucedido en la habitación anterior, y es algo que sucede también en una nueva instancia, al pararse frente a una nueva puerta cerrada. Y es que cada puerta cerrada y la duda en si debo abrirla o no es simplemente «miedo». Miedo a algo nuevo, miedo a que tal vez todas las herramientas con las que me encontré en las habitaciones anteriores no sean las adecuadas ni las suficientes como para abrir con éxito esta nueva puerta que se me antepone. Miedo a que tal vez ese cuarto, aun cerrado, no sea tan amplio ni tan luminoso como los que hasta en ese momento abrí.

Pero tras pasado un tiempo de meditar solo —para ese entonces mi «yo» (sí, al final me di cuenta que discutía conmigo mismo) me había abandonado—, y pudiéndome pasear en cada una de las habitaciones que ya había abierto, me di cuenta que las sucesión de habitaciones constituyen una mansión, una inmensa mansión, con interminable número de cuartos, pero los cuales cada uno decide si abrirlos o no.

También me quedó claro que no hay habitaciones feas o chicas, sino que son diferentes, como los conocimientos, y cada una puede ser útil en diferentes situaciones.

Cada uno decide si quiere vivir en un departamento de un ambiente, en una casa amplia o en una mansión con vasta cantidad de cuartos, cada uno con decoraciones y utilidades diferentes.

Yo no sé ustedes, pero a mí particularmente siempre me ha gustado vivir en una mansión de infinita cantidad de habitaciones, donde tenga infinito lugar para poner los muebles de la forma más acomodada y ordenada posible.

--

--

Mauro Estevez
EÑES
Writer for

Si es imposible cumplir tus sueños, hazlos realidad a través del papel y lápiz