Una historia de amor, una historia de amor revolucionario

Me gustaría contarles una historia, una historia que no es mía.

León Tórtora
EÑES
6 min readMar 20, 2018

--

Hace mucho tiempo, una niña era discriminada en su colegio por ser hindú. «Terrorista», «perra negra» y «sucia» fueron algunos de los insultos que tenía que escuchar. Sin que nadie lo supiese, aquí comenzó su revolución.

Su revolución no era bélica, tampoco pretendía organizar revueltas en las calles, ni siquiera quería inquietar a las altas esferas, su revolución se basaba en el sentimiento más poderoso de todos. Su revolución se basaba en el amor.

Tras esto, la niña se fue a casa. Cuando llegó, la joven niña le preguntó a su abuelo (Papa Nij), a quién consideraba un hombre muy sabio, qué debía de hacer. Su abuelo le contestó:

—No veas enemigos, no veas extraños —le contestó.

Tras ver los ojos de incredulidad de su nieta, Papa Nij, y con el objetivo de terminar de confundirla, le dijo:

—Y siempre pregúntate por qué.

Sin saber muy bien que decir, la niña decidió hacerle caso a su abuelo. Lo que no sabía es que si era capaz de hacer esto, si era capaz de preguntarse por qué actuaban así, sería capaz de entender, de entender su odio.

Mai Bagho

Tras esto, su abuelo procedió a contarle una historia. La historia de Mai Bagho. Con una voz grave pero suave, su abuelo comenzó a narrar:

Durante una gran guerra, en la batalla más famosa en la lucha contra un imperio, los soldados atemorizados por el poder del ejército rival decidieron regresar a las aldeas huyendo del peligro. Cuando llegaron a la aldea, una mujer se volvió hacia ellos y les dijo:

—Ustedes no abandonarán la pelea, ustedes volverán al fuego.

Acto seguido, montó un caballo blanco y con la espada en la mano y fuego en sus ojos los llevó donde nadie más lo haría.

Tras terminar la historia, miró fijamente a su nieta, esbozó una media sonrisa y le soltó por su boca:

—Nunca abandones tu puesto querida.

Parte 1

El siguiente acto de nuestra historia nos conduce a su adultez emergente. Nuestra protagonista tenía 20 años y estaba viendo las torres gemelas caer. Tras el shock, un hombre con turbante aparecía en todas las televisiones del mundo y se apuntaba el tanto. Se convertía en el enemigo número uno del mundo y se parecía curiosamente a su abuelo.

Unos días después fallece un hombre con turbante, que resultaba ser su tío, a manos de un hombre que se hacía llamar «patriota». Era el primero de muchos asesinatos, que por supuesto no llegaban a las noticias.

Nuestra joven no tenía mucho, pero tenía una cámara. Se puso en marcha y se fue a ver a la viuda del hombre. Al verla, le preguntó:

—¿Qué querrías decirle a la gente de América?

Esperaba culpa.

—Diles gracias. 3.000 americanos vinieron al funeral de mi marido, 3.000 personas lloraron conmigo. De verdad, diles gracias.

En este momento, llegaba su primera lección, la primera lección del amor revolucionario.

«Las historias pueden ayudarnos a no ver a nadie como un extraño».

A partir de este momento su cámara fue su espada; su incipiente carrera como abogada, su escudo; y sus compañeros, su soporte y su empuje. Decidió recorrer el país en defensa de las causas injustas embarcándose en cientos de proyectos sociales. Estuvo en las costas de Guantánamo, en barrios donde los tiroteos eran el pan de cada día, cárceles… Durante 15 años se dedicó a expandir su revolución.

Parte 2

Valarie fue madre. Fue madre en un momento en el que en su país se veía a los árabes como terroristas, a los negros como criminales, a los marrones como ilegales, a los trans y queer como inmorales y a las mujeres como propiedad. Fue madre cuando todo esto estaba representado en el edificio más poderoso del mundo en forma de presidente.

Fue madre en una época en la que era más fácil prohibir, detener, deportar, encarcelar y sacrificar por la falsa ilusión de seguridad que entender. Por un momento dudó. Por un momento quiso renunciar a su lucha.

Sin embargo, en un último acto de esperanza, se preguntó si no había llevado todavía su amor a alguien. Pensó en Frank Roque, el asesino de su tío. Decidió llamarle.

Cuando contestó el teléfono todavía resonaban las palabras de él en su cabeza: «Deberíamos matar a cada persona con turbante, y a sus hijos también».

—¿Por qué aceptaste hablar con nosotros? —le preguntó.

—Lo siento por tu tío, pero también lo siento por todos los del 11-S.

Entró en cólera, sintió que seguía haciendo a su tío responsable de todo aquello. Sin embargo, su compañero que estaba a su lado, decidió hacer una pregunta más.

—Dices que lo sientes. ¿Por qué sientes pena?

—Cuando Dios me juzgue le pediré que me muestre a su tío. Le abrazaré y lloraré por su perdón —dijo en tono compasivo.

Tras un breve silenció contestó:

—Ya te he perdonado .

Justo en este momento, fue consciente de la segunda lección del amor revolucionario. Perdonar no es olvidar, perdonar es librarse de odio. Preguntándonos el porqué de ese odio aprendemos a entender por qué algunos oprimen al resto, y así, entendemos que su opresión les separa de su capacidad de amar

«Amamos a nuestros oponentes cuando cuidamos la herida que hay en ellos».

Cuidando su herida, somos capaces de entender de donde viene. En otras palabras, viendo la causa de su odio, buscando sus raíces somos capaces de cambiar la mirada de la persona que odiamos hacia el sistema que le rodea.

Un dato, le llevó 15 años llamarle. Tuvo que atender primero su rabia y su odio primero.

Parte 3

Como mujer, se le enseño que debía reprimir su ira y su rabia, que no debía de mostrar otra emoción en público que no fuese amor y perdón. Que debía reprimir el resto, sin saber, que esta represión haría que ese odio, esa rabia se proyectase hacia el exterior, hacia los demás. También se proyectaría hacia ella misma, provocando que jamás fuese capaz de amarse.

Tercera y última lección del amor revolucionario:

«Nos amamos a nosotros mismos cuando caminamos a través de nuestros problemas y evitamos que se conviertan en odio».

Si no somos capaces de amarnos a nosotros mismos, jamás seremos capaz de amar al resto. Un tal Erich Fromm también apuntaba en este sentido.

¿Cómo practicar el amor revolucionario?

No veas extraños

Estamos entrenados para esto, desde bien pequeñitos se nos enseña a quién debemos de odiar. Hay que empezar a luchar contra el prejuicio, hay que ser consciente del mismo y empezar a atacarlo de raíz.

Cuidar la herida

¿Pueden ver la herida de su oponente? ¿Pueden entenderla? No hay individuo sin sistema, no hay sistema sin fallos. No hay herida que dañe al sistema que no sea causa del mismo. Todos, absolutamente todos, tenemos una cultura, educación y modelos que nos enseñan que debemos de amar y odiar, todos debemos cuestionarlos en algún momento.

Para poder cuidar la herida de nuestro oponente, debemos de entender de donde viene, para que sea capaz de ver las causas y así llegar a sanarla.

Respiren y empujen

Todos juntos, si queremos romper esas barreras debemos respirar y empujar juntos. No olviden la sabiduría de la matrona al decir:

—Respira —para luego añadir. —Empuja.

Si dejamos de respirar moriremos, si dejamos de empujar juntos nos vencerán . Si dejamos de luchar contra nuestros problemas, dejaremos que el odio siga avanzando. Valarie Kauer, mediante esta reflexión hace una llamada a la acción social. Juntos podemos vencer.

Y llegamos al final

Solo puedo decir que es una historia que no es mía, es de otra persona. Es una historia que me ha llegado a lo más profundo de mi corazón. Es una historia que quería contar.

Es una historia que espero que contéis.

--

--

León Tórtora
EÑES

Psicología, Marketing, redes sociales, actualidad, blogs… Interesado en todo, centrado en nada. 😊