Hacer teatro, acto de resistencia

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6 min readAug 15, 2024

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Por: Yoamaris Neptuno Domínguez
Fotos: Cortesía del entrevistado

La sede de la Compañía El Público se colma esta temporada de personas con avidez por las propuestas del Premio Nacional de Teatro Carlos Díaz y el singular estilo que lo distingue hace 32 años. “Réquiem por Yarini”, de Carlos Felipe, con infinidad de puestas a sus espaldas, llega ahora en versión del dramaturgo y asesor teatral Norge Espinosa Mendoza, desde un nuevo ejercicio de contextualización que pone al límite la adrenalina de los espectadores, aun conociendo el final de la obra.

Mucho se ha hablado de los montajes y riesgos de Carlos al colocar sobre las tablas temas poco mencionados por sus colegas. Desde la butaca la audiencia observa presta a la sorpresa y admira la habilidad para juntar en la escena, armónicamente, a consagradas y noveles figuras. Puntos en común de quienes pasan por el grupo, resultan el agradecimiento al director por la confianza que deposita en ellos y su percepción de dicho espacio como referente en la actuación para varias generaciones.

Tal es el caso de Luis Alejandro Calzadilla Hechevarría, joven de 22 años que ilumina de forma particular el escenario y para quien trabajar con El Público representa un sueño cumplido.

Destaca entre los casi 50 actores y actrices del elenco. Interviene en dos momentos esenciales,en los cuales se anuncia el trágico desenlace del personaje central. Se aprovechan al máximo sus dotes histriónicas y habilidades para el canto, cruciales a la hora de hacer únicas sus entradas y salidas.

Pero ¿quién es este muchacho que porta peluca, viste corsé y domina unos elevados tacones rojos?

El diálogo fluye y subraya el valor que el actor le confiere al trabajo…
«Soy alguien que desea compartir su talento. El arte existe para que otros puedan echar a volar la imaginación, interactuar, relacionarse…», dice.

¿Quién es Luis Alejandro fuera del tabloncillo?

Me resulta incómodo hablar de mí, prefiero resolverlo sobre la escena, demostrarlo. Pero si salimos de ella, podría decirte que no tengo formación de academia y eso me daba temor al principio; aunque la cuestión está en crecerse. Uno nunca sabe a dónde será capaz de llegar.
Hace alrededor de 5 años comencé como activista social por los derechos humanos y de las personas LGBTQ+. Lo hice desde Santiago de Cuba, mi ciudad natal, a través de las redes del Centro Oscar Arnulfo Romero (OAR). Así llegué al Proyecto de Colaboración Internacional Juntarte, la cadena creativa que hace la escena inclusiva. Devine el más joven que participó de esta idea, coordinada por la Agencia Italiana de Cooperación para el Desarrollo (COSPE), la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y el propio OAR, entre otras instituciones.

Posibilidades de este tipo son muy gratificantes, porque permiten vincular la acción cultural con la mirada crítica a múltiples formas de violencia y discriminación. Juntarte se convirtió en esa primera escuela en la que aprendí durante 3 meses intensos aquí en La Habana. No puedo dejar de agradecer a quienes me ayudaron a desdoblarme en dicho sentido.

Luego retorné a Santiago y pude continuar haciendo teatro con La Caja Negra, Grupo de Experimentación Escénica y Compañía a la que le debo tanto. Me incorporé a la AHS durante el proceso del 4to Congreso, específicamente a la sección de artes escénicas.

¿Qué recuerdos conservas de la Universidad de Oriente?

Pues constituyó mi primera Alma Mater y la recuerdo siempre con cariño. En sus pasillos hice amigos; también crecí allí como artista aficionado, por tanto, podría decir que resultó importante en mi génesis dentro de este campo.

Pero tus estudios no eran precisamente «artísticos»…

Realmente no, pero Arquitectura es una carrera que involucra también a la creación. Me apasiona crear. Quizás por el camino me fui dando cuenta de que dedicarme toda la vida a eso no sería mi proyecto. Como soy una persona en constante exploración, en continuo movimiento y siempre ando renaciendo e imponiéndome retos, decidí comenzar luego en Derecho. Ahora me preguntarás: ¿Y qué tiene que ver con el arte? Y voy y te respondo, jajaja.

También a esa especialidad llegué por el activismo. En Cuba todavía existe justicia por conquistar, cambios que hacer a nivel social. Con la formación de jurista me siento, lo confieso, más útil. No me es indiferente el dolor ajeno, por lo cual el Derecho es mi lugar. Ahí podría aportar igual.

Y La Habana, ¿cómo te recibió?

Primero decirte que matriculé justo en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y en ella ando aprendiendo. Considero que, en tanto plaza cultural, en buen cubano, «la capital no se come a nadie», pero no caben dudas de que deviene un entorno definitorio para un artista. Aquí o triunfas o pereces. Yo prefiero triunfar desde el sentido del crecimiento y el aprendizaje. La ciudad te atrapa. Siempre tuve obsesión con vivir aquí. Siento que también forma parte indisoluble de mi esencia. Caminar por sus calles me transmite paz.

Por lo pronto, ¿qué valor le otorgas al hecho de pertenecer a Teatro El Público?

Siempre deseé integrar esta Compañía. Siento que tengo que esforzarme cada segundo, trabajar con empeño, instruirme y hacer teatro de una manera visceral, al estilo de El Público. Agradezco a Carlos Díaz por la posibilidad. Y eso tiene que ir acompañado de una meta: no defraudar. Para mí el grupo constituye un templo. No significa que lo considere dogmático o sacro, sino que le debemos respeto, aunque claro, a la larga le rendimos culto también. Su tradición resulta gigantesca y hay que honrarla y seguirla multiplicando.

Junto al director de la Compañía El Público y Premio Nacional de Teatro, Carlos Díaz.
Foto: Cortesía del Entrevistado

¿Réquiem por Yarini?

Lo he mencionado otras veces: una bendición en mi vida. Cada presentación va de contar una historia familiar para el público y revivir, a su vez, una leyenda desde códigos propios. Ser parte de ella es un lujo y me siento dichoso por eso.

En la obra exhibes tus dotes para el canto y se me ocurre preguntarte: ¿El teatro o la música?

Escogería la escena, porque, además, me encanta el baile y ya no puedo separar una manifestación de la otra. La musicalidad y el ritmo característicos de mi urbe van conmigo a donde quiera. Ahora, si los tengo a los dos (teatro y música), como es el caso, no hay preferencia, lo hago y que el espectador diga la última palabra.

Conociendo quién eres y analizando tus realidades, me gustaría cerrar nuestro diálogo con la siguiente interrogante: ¿Qué puede representar para ti joven, negro, santiaguero, estudiante universitario, hacer teatro en este momento?

Me llevas el alma (sonríe, respira)… Significa compromiso ineludible con transformar la realidad, contar el país, defender la vida y los sueños. Hacer teatro es entregar tu verdad y entregarse al público. Creo que pararse sobre las tablas siempre será un acto de resistencia.
No me quiero desprender del escenario. La sensación que experimento cada vez que recorro el Trianón, me confirma que estoy en mi lugar y todo lo que puedo hacer desde allí. Tampoco pretendo dejar a un lado mis estudios de Derecho. Creo en la justicia, en el cambio. Entonces, me tocará combinar esas actividades y estoy dispuesto. Ambas demandan energía, pero estoy en un momento de mi vida que me gusta y defenderé. ¿Complacida?

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