El retorno del General, en primera persona

Gonzalo Flores
somosdecalleUAI
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6 min readNov 16, 2017

Humberto vivió en carne propia la frustrada llegada de Perón a Ezeiza el 20 de junio de 1973. ¿Pudo un hecho con semejante peso cambiar su orientación política para siempre?

Humberto en su trabajo actual.

Humberto Núñez tiene 61 años, es oriundo de Victoria, partido de San Isidro, y trabaja como recepcionista en una residencia universitaria de Capital Federal. Pero un día de 1973 participó de la movilización más colosal de la historia argentina.

Dentro de las dos millones de personas que concurrieron aquel 20 de junio a Ezeiza se encontraba él, con solo dieciséis años, acompañado de su hermano mayor. Sin su compañía no hubiera podido ir. También se sumó un grupo de amigos del hermano. No eran más de cinco.

“No tenía una opinión formada sobre el tema, fui al acto por la intriga y la curiosidad que me generaba conocer al gran líder de la década del cuarenta”, nos dijo Humberto. Perón volvía luego de un largo y doloroso exilio de dieciocho años. La sociedad hervía y estaba fuertemente politizada.

En ese momento, Juan Domingo Perón tenía una aceptación mayoritaria en la Argentina, incluidos el padre y el hermano de Humberto. Él, todavía sin una definición ideológica. De alguna u otra manera se sabía que el retorno era definitivo y que iba a haber un nuevo presidente. Las famosas y populares bocas de urna lo daban como ganador sí o sí.

El viaje a Ezeiza fue en un colectivo de línea común y corriente que tenía como punto de partida la ciudad de San Isidro. Los llevó hasta un cierto punto, donde tuvieron que seguir caminando hasta llegar al Trébol, lugar del acto. Es un cruce de la autopista Richieri que tiene adopta esta forma.

Amanecía y el reloj marcaba las siete y media de la mañana cuando llegaron. El clima se sentía tenso desde temprano, algo pesaba en el ambiente. Grupos oriundos de Jujuy ya mostraban sin vergüenza sus revólveres y se escuchaban los primeros disparos. En el fondo se sabía que algo iba a pasar.

Llegar temprano los hizo ubicarse bastante cerca del escenario. Se sentaron sobre una bajada de tierra del puente. Posición preferencial para ver como a las diez de la mañana llegaron los Montoneros. Se notaba la organización en su arribo. Llegaron abriendo paso y copando colectivos. Humberto no sabe si estaban armados, pero al rato empezaron los problemas. Lo más probable era que hayan estado esperándolos a ellos para abrir fuego.

Quizás por la edad, nunca se imaginó lo que podía llegar a pasar, pero en el preciso instante en que anunciaban la llegada del ex presidente, empezaron los disparos que se iniciaron desde atrás del escenario. Esta llegada obviamente era falsa ya que nunca ocurrió.

Justo a su lado bajó corriendo un tipo a los tiros, de civil y sin ninguna identificación que hirió a otro, por lo que el instinto de supervivencia los hizo tirarse cuerpo a tierra, casi toda la jornada.

La masacre había comenzado. Cada vez menos revólveres y más armas automáticas hicieron que el tenso e inaguantable clima termine por estallar.

La cosa era más o menos simple, los peronistas de izquierda y derecha se peleaban por el apoyo del General. El problema era que los de derecha estaban a cargo de la seguridad del acto, y desde temprano coparon el lugar que todos querían. Ocupar el palco de honor para impresionar al gran jefe del movimiento era lo más preciado para cualquiera de las dos facciones. La derecha, vestida con trajes oscuros y lentes negros, era fácilmente reconocible.

Peronistas de derecha, vestidos de oscuro y celebrando la ocupación del palco de honor.

Cuarenta y cuatro años después y mientras cuenta esta historia, se lo nota tranquilo y relajado. Algo realmente sorprendente, ya que estuvo metido en el medio de uno de los tiroteos más impresionantes de la historia argentina, incluso con riesgo de muerte.

Humberto, junto a su hermano y sus amigos, nunca se separaron pese al alboroto y a la desesperación. Todo sucedía bajo el sol del mediodía. La gente comenzó a correr en todas las direcciones y dejaba el lugar cual hormiguero pisado. La mayoría corría hacia los bosques, sin saber que allí estaba ocurriendo lo peor. La confusión era tal que todos disparaban contra todos. Fue donde se encontró la mayor cantidad de muertos.

La facción de derecha acusaba a la izquierda de usar al movimiento para infiltrar el comunismo en Argentina y poder alcanzar la Patria socialista. El odio hacia el comunismo ya se estaba gestando y cada vez tomaba mayor tamaño. Todo desencadenaría más adelante con la creación de la Triple A, a cargo de López Rega, uno de los encargados del operativo de seguridad en este acto. Pero por ese entonces y sin tanta organización, correrlos en los bosques de Ezeiza, y masacrarlos, era lo único que valía.

A pesar de todo, el joven Humberto y compañía fueron calmados por algunas personas del lugar que estaban notificadas con precisión de lo que ocurría. El pedido fue claro. Debían quedarse en el mismo lugar donde estaban para no generar más revuelo y confusión de la que había. No temió por su vida hasta la vuelta a su casa. En el lugar no tomó conciencia de lo que estaba pasando, tampoco su hermano, ocho años mayor que él.

No llevaron comida, y no hubo acto, ya que el presidente Cámpora, Perón y toda la delegación fueron desviados al aeropuerto de Morón por cuestiones obvias de seguridad.

Pero ellos siguieron allí hasta la media tarde, siempre cuerpo a tierra cual zona de guerra, y cuando las aguas se calmaron, emprendieron el caótico viaje de regreso a la lejana zona norte del conurbano bonaerense. Caminaron y caminaron, con un miedo obvio, hasta que por fin encontraron un colectivo que los llevó hasta Capital Federal. Precisamente hasta el barrio de Liniers. Los transportes ese día funcionaron de manera gratuita durante casi todo el día.

Ya en la ciudad de Buenos Aires siguieron haciendo combinaciones hasta llegar al tren que los depositó nuevamente en casa, su hogar. Algo que horas atrás parecía tan distante. Llegaron a Victoria alrededor de la medianoche. Fueron recibidos por sus padres y su hermana, que muertos de preocupación no podían dormir. Eran tiempos sin la comunicación a la que hoy estamos acostumbrados.

Evaristo, su padre, se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para empezar su jornada laboral en la fábrica de papel de la ciudad, pero ese día algo le decía que acostarse temprano no era recomendable. Necesitaba saber cómo estaban sus hijos.

El día después de la famosa masacre de Ezeiza, la intriga y la incomodidad de no estar seguro de lo que había pasado, hizo que Humberto salga a comprar El Descamisado, la revista de Montoneros. Las culpas le caían obviamente a Osinde, Kennedy y López Rega, encargados de la organización del evento. El saldo oficial de víctimas fue de trece muertos y 365 heridos. En una sociedad tan politizada y un ambiente tan efervescente, era obvio que en algún momento explotaba todo. Y eso pasó. Y seguiría explotando aún mas.

¿Puede una situación como esta torcer la ideología política de una persona tan joven para siempre? Humberto se dio cuenta que en un gobierno popular no existía el límite. Hoy en día cree que en el “populismo” no se distingue hasta donde pueden llegar los derechos de uno y donde empieza el del resto. Él se vio muy influenciado, pero no así su hermano, quien siguió fiel a sus principios peronistas luego de esta sangrienta interna.

Septiembre de 1973. El ex presidente ya no era más ex. Por un 61% y con su mujer en la vicepresidencia, le ganó las elecciones a la fórmula impuesta por la Unión Cívica Radical, y comenzaba su tercer mandato al frente de la Argentina. La fórmula Juan Domingo Perón- Estela Martínez, le ganó a la de Balbín- De La Rúa. Solo diez meses después, Perón fallecería en la quinta de Olivos. Humberto lo siguió mucho ese año. A pesar de no ser peronista, lo consideraba un buen estadista y una persona con una mirada clara del futuro.

Cuenta hoy que fue muy fuerte el icónico abrazo entre Juan Domingo y Balbín, y el posterior discurso de éste en el sepelio del difunto presidente. Creyó que se calmaba todo, que la paz se había arraigado nuevamente al país. Pero claramente esto no sucedió. Los días más oscuros todavía estaban por llegar.

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Gonzalo Flores
somosdecalleUAI

Estudiante de periodismo en Universidad Abierta Interamericana