Superar la violencia de género y reinventarse

Moira
somosdecalleUAI
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13 min readNov 23, 2017

Encarnación y Nancy sufrieron golpes y maltrato. Sus hijos fueron testigos del machismo extremo. Dos historias de mujeres que se dieron cuenta a tiempo y pudieron salir a adelante.

“NANCY REYES”, FUE GOLPEADA POR SU EX MARIDO. DECIDIÓ USAR EL ANONIMATO PARA RESGUARDAR A SU FAMILIA.

Nancy Reyes es una mujer de 43 años. Estatura mediana, un poco más de metro y medio, pelo corto y rubio. Divorciada con tres hijos, desempleada y ex víctima de violencia género.

A lo largo de su vida, Nancy conoció en profundidad lo que es la desdicha. Desde pequeña, sufría la violencia por parte de su madre. Insultos y desvalorización formaron parte de su desarrollo, comentó con pena a la periodista de Somos de Calle. Sus padres no vivían un cuento de hadas, ya que discutían constantemente. Nancy luchó por un futuro mejor, salir del pozo en el que estaba. Con 18 años, conoció a Gabriel, un joven de 19 años que con su apariencia relajada y desestructurada, logró cautivarla. La mujer había tenido ya relaciones anteriores que no iban a ninguna parte, él fue la luz al final del túnel. Luego de un noviazgo normal, se convirtió en su marido. “No era una persona celosa, me dejaba tener amigos, vivíamos con mis padres. En los últimos años de matrimonio fue cuando cambió”, dice con melancolía.

A más de 668 km de Capital Federal, se encuentra Encarnación Quiroga. Una tucumana de 54 años, llena de sueños y esperanza. Desde los cinco años y con padres separados, sólo conoce lo que es ser una mujer luchadora. “Mi mamá cosía toda la noche para darnos de comer. Me críe viendo una mujer decidida y dándole pelea a la vida”, recuerda con emoción. Una noche, en una fiesta de quince, conoce a Roberto. Su respeto y amor hacia las personas la encantaron desde el primer momento. En poco tiempo, establecen una relación formal. Pero Roberto, logró entrar a la Armada Naval, eso implicaba que tenía que trasladarse a Punta Alta (Buenos Aires), para iniciar su servicio.

“Yo no quería romper la familia, para mí era muy importante estar con él”, recuerda Encarnación. Así es como tomó la decisión de trasladarse junto, al que era en aquel momento, su marido. Una vez instalados, dedicaron su tiempo a formar una vida de casados, pero lo que no sabía es que no todo es un lecho de rosas.

Según la psicóloga, Melina Barranco, “Uno nace y adquiere la cultura de su familia. La violencia que sufrió Nancy por parte de su madre pudo generar un autoestima muy bajo. Ese factor es muy importante para el violento, porque lo ayuda a ejercer más control. Pero en el caso de Encarnación, ella no creció con un referente de pareja sana”. En Argentina hay más de cinco millones de niños que sufren algún tipo de violencia en sus hogares, según revela el Fondo para la Infancia de Naciones Unidas. Esto sería, 1 de cada 2 niños que sufren violencia dentro de su propia familia. En la Fiscalía General de Argentina, por semana suelen registrarse, en promedio, dos denuncias por maltrato infantil.

Con la llegada de su primer hijo, Nancy se dedicó a tiempo completo al nuevo integrante. Pocos después, llegó el tan ansiado varón. Los años que siguieron fueron el infierno mismo. Le gritaba a sus hijos, todo le molestaba. Esta situación fue empeorando con el tiempo, su actitud se volvió más irracional, más violento. El recuerdo sigue muy vivo en su memoria, estaba mirando la tele, su hijo se acercó y le pidió para ver dibujitos. Nancy le dijo: bueno, cambiá y poné lo que quieras, y de la nada, se escuchó una explosión. Gabriel había tirado una jarra al piso y gritaba ‘¡¿por qué me cambian cuando estoy viendo?!’. Los chicos comenzaron a llorar. Él armo una mochila y se fue.

Con la desesperación jugando en su contra, Nancy hizo todo lo que pudo para estar con sus hijos y lograr que su esposo vuelva a casa. La llamó, le pidió perdón y decía que no sabía qué le pasaba, cuenta con una voz casi inaudible. Con el retorno del padre de sus hijos, la mujer pensaba que quedaría como un hecho aislado y trataron de seguir con sus vidas. Pero no fue así. Los gritos, los insultos, la desvalorización seguían e incrementaban en masa.

Alejada de su familia, sin ningún amigo o trabajo, a Encarnación sólo le quedaba ocuparse de sus tres hijos, algo que hacía gustosa, ya que eran la luz de sus ojos. Su padre, en cambio, ejercía la mano dura que le habían enseñado en la Armada. Con ellos era muy sutil, pero muy cambiante. Explica que sus hijos mayores obedecían todas sus ordenas porque le tenían miedo. Cuando les decía que no hagan ruido a la hora de comer o estaba durmiendo, ellos le hacían caso, sin protestar.

Explica que nunca le pegó en frente de sus hijos, pero que sí la insultaba, “cuando les ayuda con la tarea a mis hijos él me decía ‘que les vas a ensañar, si sos una burra’. Y yo me creía todo eso”. Cuando se le preguntó en qué momento él ejercía violencia física comentó que sus hijos nunca lo vieron. Todo pasaba dentro de la intimidad de su habitación.

“Normalmente en las parejas que sufren de violencia, es porque el victimario siempre está muy estresado o tensionado, por ejemplo, están desempleados, con problemas familiares o económicos. Y se apoyan en el aislamiento y la violencia. Son concientes de lo que hacen y su objetivo es dominar”, comentó Barranco.

Reflexionando, Nancy trata de recordar cuando fue la primera vez que la golpeó. Le estaba gritando a su hijo, le decía que era puto, un marica. El nene estaba entre las piernas de su madre llorando. Llevó a Gabriel al baño y le dijo: ‘si mi hijo es puto, es porque vos sos un hijo de puta’ y salio. Nancy estaba apoyada en el marco de la puerta cuando su marido se le acercó y le dio una piña en el brazo. Ya con lágrimas y una gran pena menciona que en ese momento sentí que me lo merecía, porque yo lo había insultado.

Desde ese momento, Gabriel se volvió cada vez más crítico tanto con su esposa como con sus hijos. Su familia nunca alcanzaba el nivel de perfección que buscaba. Nancy cuenta que cuando no se hacía lo que él quería, solía romper cosas o la castigaba con su indiferencia.A ella no le pegaba, pero a los chicos sí. Tenia que meter en el medio para defenderlos.

FOTO DE NANCY, ÚLTIMO ATAQUE DE SU EX PAREJA.

Respecto a esto, la psicóloga Barranco dijo, “Para que exista violencia, tiene que haber dependencia mutua. Es ahí cuando el victimario empieza a enojarse por cosas que hace la pareja, pero nunca se lo dice. En ese momento, es cuando comienza la violencia, pero luego se arrepiente. El agresor hace sentir culpable a la víctima, lo hace responsable de sus errores, y esté lo perdona. Se vuelve un círculo”.

Pero la violencia se ejerce de muchas maneras, una de ellas es la sexual. Cuando se le pregunta si era obligada, Encarnación, tímidamente confiesa, que sí, la obligaba a tener relaciones. Todo lo que no le gustaba, él lo hacía. Era lo más normal. Después no hacía nada, no lo valoraba, no parecía satisfecho. No la hacía sentir como mujer.

Similar a Encarnación, Nancy relata que nunca fue obligada, pero que hizo cosas que no eran de su agrado. Hacía cosas que no me gustaban, le da mucha vergüenza decirlo. Después, Gabriel solo la ninguneaba con comentarios como: ¿para ésto nomas?. Menospreciaba todo lo que hacía. Y se iba a buscar fuera de casa lo que su mujer no le daba.

Barranco dice al respecto, “La manipulación era tan fuerte que ellas se sentían objetos. Si le decía que no le gusta o después no hacía nada, se debe al poder que él tenía sobre ella. A la victima ante la indiferencia se le baja el autoestima, eso la impulsa a querer complacerlo en todo para dejarlo satisfecho”. Según la estadística nacional de delitos en el 2015 hubo 3746 violaciones. Esta cifra representa un 8,7 cada 100.000 habitantes.

Encarnación no tenía permitido tener amigas, y mucho menos amigos. También se le negó el contacto con su familia. “No me dejaba tener amigos muy cercanos como para contarles de mi situación. Siempre estaba al lado mío, siempre controlaba todo”, y agregó con tristeza, “él sabía y estaba seguro de que yo no iba a contar nada por el hecho de que le tenía miedo”.

Encarnación comenta con melancolía que en esos momentos se sentía sola, sin su familia ni amigos. Tampoco tenía permitido trabajar, “no quería que trabaje para que no le contara a nadie. Yo estudiaba cuando me casé, él nunca me permitió continuar con mis estudios cuando nos trasladamos”. Roberto, constantemente hacia que las amenazas sean rutina, “me decía que me iba a matar o que me iba a quedar en la calle, que con qué iba a vivir si no sabía hacer nada. La desvalorización de decirme que no servía para nada”, dice con voz descontenta.

Como un polo opuesto, Nancy tenía amigos y trabajaba. Gabriel no era celoso, nunca lo fue. Ambos contribuían con los deberes domésticos y la tarea de ser padre de tres. Aunque los métodos de crianza de Gabriel no fueran los más ortodoxos. Pero Nancy, recuerda que independientemente de estar rodeada de personas, muchos no le creían la realidad que le tocó vivir. “Muchos no me creían, y con otros no era necesario que les diga, se veía”, dice mirándose las manos. “Vivíamos con mis papás, cuando él se ponía violento, ellos no hacían nada. Era algo así como ‘no te metas’. Nunca me defendieron”.

“En estos casos el agresor limita los contactos de la pareja con sus amigos, su familia, impidiéndole expandir su relaciones sociales para ejercer más control sobre la víctima”, puntualiza Barranco.

Cuando los hijos de Encarnación llegaron a la adolescencia, le comentaron a su madre que veían el auto de su papá en varios lugares. Más tarde, la mujer descubrió que su marido estaba alquilando una casa, muy cerca de la suya. Roberto tenía una amante, una compañera de su trabajo. Encarnación recuerda la traición como si fuera ayer, “fue doloroso. Empecé a darme cuenta de ciertas cosas, me dolía la traición”. Así fue cuando tomó la decisión de comenzar con los trámites de divorcio.

Tres días después, Roberto se enteró de los planes de la mujer, así que se dirigió a su casa como un tornado. Logró entrar a la residencia a través de la ventana. Una vez dentro, se topó con su hijo menor, rápidamente se libró de él dándole una moneda para que vaya al kiosco. En ese instante, Roberto protagonizó un episodio que marcó definitivamente a Encarnación, ya que comenzó a golpearla salvajemente. La tomó de los pelos y la arrastró por toda la casa. Pero sus planes se vieron interrumpidos cuando su hijo volvió al encontrar cerrado el kiosco. Entre gritos y llantos, Encarnación logró levantarse y salir de la horrorosa escena con su hijo. La mujer pidió ayuda a sus vecinos, que de inmediato llamaron a la policía.

Una vez en la comisaria, un policía trató de hacerla entrar en razón, ya que se negaba rotundamente a realizar la denuncia. Ella no quería hacerla por todas las cosas que le dijo su marido. Pero el comisario le dijo, ‘si tu marido no te hubiera querido pegar, no lo hubiera hecho. Pero lo hizo’. Eso fue como un ‘clic’ en su mente. Sus palabras hicieron que se de cuenta de lo que vivía.

“Que ella sintiera que las palabras de una persona, que ocupaba un rango similar a su marido, demuestra que en su mente la violencia ejercida por su pareja se debía a que era miliar. Justificaba que sus actos eran por su entrenamiento militar”, comentó Barranco.

Una noche, Gabriel fue a buscar al trabajo a Nancy. A esa altura de la relación, ellos se encontraban en un tire y afloje. El hombre anhelaba una reconciliación. Pero ella no estaba del todo segura, ya que su intuición le decía que no había dejado a su amante. Una vez en la puerta de la casa, Gabriel le dice que va a estar tres días fuera del hogar por trabajo. En ese instante, le suena el celular, corta la llamada rápidamente. Nancy, totalmente escéptica, le pide que se lo dé, pero él se niega. Con agilidad, la mujer logra sacárselo de las manos y, como un rayó, Gabriel le dio la primera piña, que le da en nariz. La mujer a gritos le pregunta qué hace, a lo que él exclama: si no sos mía, no sos de nadie. Y yo te lo voy a demostrar.

Nancy, completamente aturdida por el golpe, logró llamar al 911, pero lo único que consiguió de decir a gritos fue auxilio. Gabriel, sin piedad, le pega la segunda trompada, la cual logra incrustarle el celular en la boca. Nancy podía sentir como los dos dientes del frente se iban para atrás y su cabeza golpea el vidrio del auto. El hombre, al percatarse de la que había hecho, vuelve a bajarse de la camioneta diciendo “mi amor, ¿qué te hice?”. Nancy trabar las puertas del vehículo y sube la ventanilla.

En aquella época, el padre de Nancy estaba internado y ella tenía que ir a cuidarlo. A su madre le pareció extraño que su hija no llegara al hospital, así que se subió a un remis y se dirigió a su casa. Al llegar a la residencia, la encontró encerrada en un auto con la cara llena de sangre, y su marido tratando de volver a entrar. En ese momento, todo se volvió gritos y desesperación, “¿qué le hiciste, hijo de puta?”.

Uno de los vecinos, salió de su casa con una escopeta al escuchar los pedidos de auxilio, pero otros residentes, decidieron llamaron a la policía. Al llegar el patrullero, subieron a Nancy en la parte de atrás junto a su golpeador. Gabriel seguía pidiéndole perdón, pero la mujer, llena de impotencia, solo logró pegarle una patada y decirle que ya no lo quería. Pero nadie se dio cuenta de que en primera fila estaba la hija menor de la pareja, que al escuchar los ruidos, decidió asomarse por la ventana, convirtiéndose en testigo de la pesadilla de su mamá.

Gabriel terminó en la comisaria, pero a Nancy la llevaron al hospital luego de los constantes pedidos de su madre. Fue derivada a la sala de operaciones y, con lágrimas en sus ojos, tomó la mano del cirujano y pidió que no le dejara ninguna cicatriz, ya que era esteticista y que de eso comían sus hijos. Después del alta, Nancy fue a la comisaria e hizo la denuncia. Toda tapada, fue a buscar a sus hijos, que quedaron a cuidado de una vecina. Poco a poco, la mujer fue mostrándoles a sus hijos sus cicatrices. “Yo me tapaba, y todos los días me baja un poco para que me vayan viendo”.

Pero, lo que pocas personas ven son las victimas secundarias, los hijos. ¿Cómo les afecta? Encarnación, cuenta que sus hijos fueron protegidos por la Armada Naval. Les dieron becas en la escuela y les permitieron que tengan una obra social. Hoy son las cabezas de sus familias y ven a su mamá como una mujer que solo dio lucha por ellos, durante y después de su matrimonio. “Me mandan mensajes y me dicen que están orgullosos de mí y que me quieren”.

Nancy, luego de enfrentar a sus hijos, vio la secuelas que dejó el terrible evento. Su hija menor perdió el control de esfínteres, tuvo que volver a usar pañales hasta los 5 años. La mayor no le habló por mucho tiempo. Su hijo le pregunto a su papá por qué le hizo eso, él le contesto ‘porque se lo merecía’. Y después desapareció por un tiempo. Hasta el día de hoy lo sigue haciendo.

Según el Ministerio Público Fiscal de la Ciudad de Buenos Aires, hubo un incremento masivo de denuncias desde el 2010. Se registraron 2802 en 2010 y 16883 en 2016. En los cinco primeros meses de 2017, la Fiscalía de la Ciudad registró 8982 víctimas de violencia. Significa un 54% asistidas en el 2016.

Ambas mujeres recibieron protección y contención. Se sintieron conformes con el accionar de la policía, pero Nancy dice que se siente decepcionada de la justicia, ya que encajonaron su denuncia.

Los fiscales porteños informaron que en 2016 se recibieron dos denuncias por violencia de género por hora. En los primeros cinco meses del año pasado el 88% de las víctimas asistidas fue de género femenino, y en 2017 la proporción alcanzó el 89%, 7952 víctimas de violencia, sobre un total de 8982.

Actualmente, Encarnación logró terminar sus estudios y abrió Manos Entrelazadas, una ONG que ayuda a mujeres que sufren violencia de género. Sigue viviendo en Punta Alta con sus tres perros y recibe la visita constante de sus nietos. Nunca se volvió a casar. Roberto también sigue viviendo en la zona como un jubilado, pero la mujer asegura que no tiene miedo. Lo peor de vivir esta situación era ver sufrir a sus hijos, pero lograron salir adelante y hoy viven tranquilos.

ENCARNACIÓN Y SU ONG “MANOS ENTRELAZADAS” — PUNTA ALTA (BUENOS AIRES)

Nancy, vive en Avellaneda junto a sus tres hijos. Después de la separación, volvió a poner su voto en el amor, pero dos de sus relaciones también terminaron en violencia. Pero una vez pasada la tormenta, logró encontrar a su caballero, por el cual, hoy es abuela, ya que la hija de él dio a luz hace poco. Son muchos, pero están felices. Luego de ser despedida de su trabajo, decidió abrir su propio salón de belleza junto a su hija mayor. Gabriel vive con su nueva pareja. Nancy hasta el día de hoy se ve con él en audiencias, ya que lucha por una cuota alimentaria digna para sus hijos.

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Moira
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Lectomaniaca // Estudiante de Periodismo // Bostera // Snap: moiramoyaok // Tumblr: moiramoya